35

438 28 0
                                    

—Sí, confío en ti —contesta sin pensárselo.

Su respuesta me deja atónita: no me la esperaba en absoluto.
Una vez más me lleva la delantera.

¿Ya me he ganado su confianza?

—De acuerdo. Lo demás son detalles. —Me siento como si volara.

—Detalles importantes, guapa.

Tiene razón. Céntrate, Martín.

—Vale, comentémoslos.

El camarero regresa con el segundo plato.

—Espero que te guste el pescado y al fin comas—le digo cuando nos deja los platos
delante.

El bacalao tiene un aspecto delicioso. Mónica lo prueba.
¡Al fin está comiendo! Así que me despreocupo un poco.


—Hablemos de las normas —prosigo—. ¿Romperías el contrato por la
comida?

—Sí, definitivamente.

—¿Puedo cambiarlo y decir que comerás como mínimo tres veces al
día?

—No.

Contengo un suspiro de irritación e insisto.

—Necesito saber que no pasas hambre.

Frunce el ceño, pero se ve tan guapa que suspiro.

—Tienes que confiar en mí.

—Touché, señorita Carrillo—digo sin levantar la voz. Estas son batallas
que no voy a ganar—. Acepto lo de la comida y lo de dormir.

Esboza una breve sonrisa, aliviada.

—¿Por qué no puedo mirarte? —pregunta.

—Es cosa de la relación de sumisión. Te acostumbrarás.

Vuelve a fruncir el ceño, pero esta vez parece afligida.

—¿Por qué no puedo tocarte? —pregunta.

—Porque no.

Ciérrale la boca, Vane.

—¿Es por la señora Robinson?

¿Cómo?

—¿Por qué lo piensas? ¿Crees que me traumatizó?

Asiente con la cabeza.

—No, Mónica, no es por ella. Además, la señora Robinson no me
aceptaría estas chorradas.

—Entonces no tiene nada que ver con ella… —deduce con aire confuso.

—No.

No soporto que me toquen. Y, nena, te aseguro que no querrías saber
por qué.

—Y tampoco quiero que te toques —añado.

—Por curiosidad… ¿por qué?

—Porque quiero para mí todo tu placer.

De hecho, lo quiero ahora. Podría follármela aquí para ver si es capaz de permanecer callada, sin emitir ningún tipo de sonido, sabiendo que el personal y los huéspedes del hotel podrían oírnos fácilmente. Al fin y al cabo, ese es el motivo por el que he reservado esta sala.

Abre la boca para decir algo, pero la cierra enseguida y toma otro
bocado de su plato, casi intacto.

—Te he dado muchas cosas en las que pensar, ¿verdad? —le digo
mientras doblo su e-mail y lo devuelvo al bolsillo interior de la
americana.

—Sí.

—¿Quieres que pasemos ya a los límites tolerables?

—Espera a que acabemos de comer.

—¿Te da asco?

—Algo así.

—No has comido mucho.

—Lo suficiente.

Esto empieza a ser cansino.

—Tres ostras, cuatro trocitos de bacalao y un espárrago. Ni puré de
patatas, ni frutos secos, ni aceitunas. Y no has comido en todo el día. Me
has dicho que podía confiar en ti.

Sus ojos se agrandan.
Sí. He llevado la cuenta, Mónica.

—Vanesa, por favor, no suelo mantener conversaciones de este tipo
todos los días.

—Necesito que estés sana y en forma, Mónica. —Mi tono es
categórico.

—Lo sé.

—Y ahora mismo quiero quitarte ese vestido.

—No creo que sea buena idea —susurra—. Todavía no hemos tomado
el postre.

—¿Quieres postre? —¿Cuando ni siquiera te has comido el segundo
plato?

—Sí.

—El postre podrías ser tú.

—No estoy segura de que sea lo bastante dulce.

— Mónica, eres exquisitamente dulce. Lo sé.

—vanesa, utilizas el sexo como arma. No me parece justo.

Agacha la vista hacia el regazo; su voz es tenue y algo melancólica.
Cuando vuelve a mirarme, me atraviesa con sus ojos intensos,
perturbadores… y excitantes.

—Tienes razón. Lo hago. Cada uno utiliza en la vida lo que sabe. Eso no quita que te desee muchísimo. Aquí y ahora. —Y
podríamos follar aquí y ahora. Sé que tú también lo deseas. Percibo
cómo se ha alterado tu respiración—. Me gustaría probar una cosa. —
Quiero saber si de verdad es capaz de estarse callada, y si puede echar un
polvo con miedo a que nos sorprendan.

Su ceño se frunce de nuevo; está desconcertada.

—Si fueras mi sumisa, no tendrías que pensarlo. Sería fácil. Todas estas
decisiones… todo el agotador proceso racional quedaría atrás. Cosas
como «¿Es lo correcto?», «¿Puede suceder aquí?», «¿Puede suceder
ahora?». No tendrías que preocuparte por esos detalles. Lo haría yo, como
tu ama. Y ahora mismo sé que me deseas. Me deseas tanto como yo a ti, si no me desearas no estarías viéndome los labios y mi escote tanto tiempo...

Se echa el pelo hacia atrás y su ceño se contrae aún más mientras se
lame los labios.

Oh, sí. Claro que me desea.

—Estoy tan segura porque tu cuerpo te delata. Estás apretando los
muslos, te has puesto roja y tu respiración ha cambiado.

—¿Cómo sabes lo de mis muslos? —pregunta con voz aguda,
impactada, o eso me parece.

—He notado que el mantel se movía, y lo he deducido basándome en
años de experiencia. No me equivoco, ¿verdad?

Guarda silencio un momento y aparta la mirada.

—No me he terminado el bacalao —dice, evasiva pero ruborizada.

—¿Prefieres el bacalao frío que a mí?— pregunto mientras me quito la americana para dejarle ver mejor mi escote que tanto ha visto durante toda la comida. Le sonrió porque sé a qué estoy jugando y sé que caerá.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now