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Casi dos horas después me voy a la cama; son las dos menos cuarto. Ella se ha dormido enseguida y no se ha movido de donde la he dejado. Me desnudo, me pongo los pantalones del pijama y una camiseta y me acuesto a su lado. Se ha quedado frita; no es probable que empiece a dar vueltas y me toque. Vacilo unos instantes mientras la oscuridad crece en mi interior, pero no aflora, y sé que es porque estoy observando el hipnótico subir y
bajar de su pecho y respiro en sincronía con ella y mientras duerme inspecciono cada bello centímetro de su adorable rostro: las oscuras pestañas que tiemblan dormidas; la boca, un poco abierta, que me deja ver sus dientes blancos y uniformes. Masculla algo ininteligible, su lengua asoma y se lame los labios. Es excitante, muy excitante. Por fin caigo en un sopor profundo y sin sueños.

Cuando abro los ojos hay silencio y por un momento me siento
desorientada. Ah, sí. Estoy en el hotel. El despertador de mi mesilla de noche marca las 7.43.

¿Cuándo fue la última vez que dormí hasta tan tarde?

Moni.

Poco a poco, vuelvo la cabeza y la encuentro profundamente dormida,
de cara a mí. Su precioso rostro está relajado por el reposo.
Nunca había dormido con una mujer. Me he follado a muchas, pero
despertarme junto a una joven atractiva es una experiencia nueva y estimulante. Mi cuerpo y mis sentidos están de acuerdo.
Pero esto no funcionará.
A regañadientes, me levanto de la cama y busco mi ropa de correr.
Tengo que quemar este… exceso de energía. Mientras me pongo los
pantalones de chándal, no logro recordar cuándo fue la última vez que dormí tan bien.

En el salón, enciendo el portátil, compruebo los correos electrónicos y respondo a dos de Ros y a uno de Andrea. Me lleva más tiempo de lo
habitual; no consigo centrarme sabiendo que Mónica está durmiendo en la habitación contigua. Me pregunto cómo se sentirá cuando se despierte.
La resaca. ¡Ah!
Encuentro un botellín de zumo de naranja en el minibar y lo sirvo en un vaso. Cuando vuelvo a entrar todavía duerme; su pelo es una maraña color castaño que se desparrama sobre toda la almohada, y la ropa de cama se le
ha deslizado hasta por debajo de la cintura. La camiseta se le ha subido y deja al descubierto el vientre y el ombligo. Esa imagen me remueve por dentro una vez más.

No te quedes ahí plantada comiéndotela con los ojos, joder, vanesa.
Tengo que salir antes de hacer algo de lo que luego me arrepienta.

Dejo el vaso sobre la mesilla, entro en el cuarto de baño, cojo dos ibuprofenos de mi neceser y los deposito junto al vaso de zumo de naranja.
Tras mirar una última vez a Mónica Carrillo —la primera mujer con la
que he dormido en toda mi vida—, salgo a correr.

Cuando vuelvo de hacer ejercicio, en el salón hay una bolsa de una tienda que no reconozco. Echo un vistazo y veo que contiene ropa para Mónica.
Como siempre, sole ha cumplido… ¡y lo ha hecho todo antes de las
nueve!

El bolso de ella sigue sobre el sofá, donde lo dejó anoche, y la puerta del dormitorio está cerrada, de manera que doy por sentado que no se ha marchado y aún está durmiendo.
Es un alivio. Examino la carta del servicio de habitaciones y decido
pedir algo de comer. Cuando se despierte tendrá hambre, pero no tengo ni idea de qué le apetecerá, así que en un extraño arrebato por complacerla pido un surtido de platos de la carta del desayuno. Me informan de que tardará media hora.
Ha llegado el momento de despertar a la encantadora señorita; ya
ha dormido bastante.

Cojo la toalla que he usado para hacer ejercicio y la bolsa con su ropa, llamo a la puerta y entro. Me alegra ver que ya está sentada en la cama. Las pastillas han desaparecido y el zumo también.

Buena chica.

Palidece cuando, con toda tranquilidad, cruzo la habitación.

Quítale importancia,vane. No querrás que te acusen de secuestro.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora