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Ros, quien trabaja conmigo, me lanza una mirada furibunda cuando vuelvo a conectar con ella. Después de la llamada grupal comenzamos una reunión solo de nosotras para poder tratar unos temas importantes.

—¿Qué narices pasa, Vane?

—¿A qué te refieres? —Me hago la inocente.

—Ya lo sabes. No convoques una maldita reunión cuando es evidente
que no te interesa.

—¿Tanto se ha notado?

—Sí.

—Mierda.

—Sí. Mierda. Esto podría suponernos un contrato importantísimo.

—Lo sé, lo sé. Y lo siento.

Sonrío.

—No sé qué te pasa últimamente.

Sacude la cabeza, pero noto que intenta disimular su diversión con una
expresión exasperada.

—Son los aires de Elche.

—Bueno, cuanto antes vuelvas, mejor.

—Saldré de aquí sobre la hora de comer. Mientras tanto, pídele a Marco
que investigue todas las editoriales de Madrid por si pudiéramos absorber
alguna.

—¿Ahora quieres dedicarte al negocio editorial? —suelta Ros—. No
parece que ese sector vaya a tener un gran crecimiento económico.

Seguramente tiene razón.

—De momento investigadlo. Eso es todo.

Ella suspira.

—Si insistes… ¿Estarás aquí a última hora de la tarde? Podemos hablar
con calma del tema.

—Depende del tráfico.

—Le pediré a Andrea que te reserve un hueco en la agenda.

—Estupendo. Hasta luego, de momento.

Me desconecto y llamo a Andrea.

—¿Señorita?

—Llama a mi ginecóloga y pídele que vaya a mi casa el domingo, alrededor del mediodía. Si está ocupada, busca a un buen ginecólogo. El mejor.

—Sí, señorita —dice—. ¿Algo más?

—Sí. ¿Cómo se llama la personal shopper que me atiende?

—Caroline Acton.

—Envíame un mensaje de texto con su número de teléfono.

—Lo haré.

—Nos vemos esta tarde.

—Sí, señorita.

Cuelgo.

De momento la mañana está resultando interesante. No recuerdo
haberme divertido nunca tanto intercambiando correos. Miro el portátil,
pero no hay nada nuevo, Moni debe de estar trabajando.

Me paso las manos por el pelo.
Ros se ha dado cuenta de lo distraída que estaba durante la
conversación.

Mierda, Vane. Ponte las pilas.

Engullo el desayuno, bebo un poco más de café frío y me dirijo al
dormitorio para ducharme y cambiarme. Ni siquiera mientras me lavo el
pelo puedo quitarme a esa mujer de la cabeza. Mónica.

Me viene a la mente una imagen de ella subiendo y bajando encima de
mí; otra de ella tumbada sobre mis rodillas, con el trasero enrojecido;
otra, atada a la cama con la boca abierta, extasiada. Dios, cómo me pone
esa mujer… Y esta mañana, cuando me he despertado a su lado, no me he
sentido tan mal como creía. Además, he dormido bien; muy bien, de
hecho.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now