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—Oh, sí. Estás lista para mi ¿Quieres que siga? ¿O puedes aguantar un día más sin mi?

Le doy la vuelta y miro mis dedos aún con su humedad, no dudo en llevarlos a mi boca de la forma más sensual, luego los saqué delicadamente para bajarlos por mi cuello hasta llegar a mis pechos dejando un camino de humedad.

—Qué bien sabe, Mónica... podría estar toda la vida en ti.

Su boca se abre y sus ojos se oscurecen de deseo, estos bajaban desde mis labios y seguían por el camino que había hecho yo misma por mi pecho. Creo que está un poco sobresaltada.

—Desnúdame. —Sigo mirándola a los ojos. Ella ladea la cabeza, procesando mi orden, pero duda—. Puedes hacerlo —la animo.

Levanta las manos dispuesta a tocarme, pero no estoy preparada. Intento despreocuparme, intento pensar en otras cosas para dejar que ella quitara mi vestido. Está vez no tenía una camiseta para taparme o un sujetador para sentirme más segura de que no pasaría límites.
Instintivamente le agarro las manos.

—¿Tienes una camiseta?— pregunté mientras junto con sus manos bajaba lentamente los tirantes del vestido y dejaba a su vista mi pecho.

Quiero que se ponga encima, que pueda llevar el ritmo, quiero dejarme llevar por ella. Todavía no hemos hecho esto y podría
perder el equilibrio, así que necesito la protección que me ofrece la
camiseta.

—Para lo que tengo planeado, vas a tener que acariciarme, necesito la camiseta.

Le suelto una de las manos y la llevo a mi sexo, sobre el pequeño tanga que adornaba mis caderas. Sabía perfectamente que aún sobre estas podría sentir lo que provocaba en mi, sabía que estaba empapada.

—Este es el efecto que me produces, Mónica. Cada vez que te veo, cada vez que te siento.

Ella toma aire mirándose la mano. Luego sus dedos se tensan sobre mi sexo, ella no quiere cagarla y yo solo quiero dejarme llevar, quiero que me toque.

Sonrío con malicia sientiendo la fricción de sus dedos sobre mi sexo, cierro los ojos y la imagino arrodillada frente a mi, con su boca en mi sexo sin parar hasta hacerme perder la cordura.

—Quítame el tanga, te necesito. Tú mandas.

Se queda boquiabierta, sus pupilas están dilatadas y se lleva el dedo índice a la boca, ese que antes había estado en mi humedad.

—¿Qué me vas a hacer? —Mi voz es ronca.

Le cambia la cara, que irradia deleite, y antes de que me dé tiempo a
reaccionar me empuja. Me río al caer sobre la cama, sobre todo por su
atrevimiento, pero también porque me ha tocado y no he sentido pánico.
Me termina de quitar el vestido y pasa los dedos por mis botas de tacón, sonríe y los deja allí, no los saca, se aleja de mi unos segundos y se da el tiempo de mirarme mientras muerde su labio

La miro. Divertida. Excitada. Y me pregunto qué hará a continuación.

Se desprende de sus tacones y sube a la cama, se sienta a horcajadas
sobre mis muslos y sus dedos van al hilo de mi tanga para quitarlo.
Cierro los ojos y muevo las caderas disfrutando del contacto de su piel con la mía.

—Vas a tener que aprender a estarte quieta —me amonesta, y tira de mi cabello para dejar mi cuello a su disposición.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now