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Salgo de ella y me incorporo.

—No te masturbes. —Tengo la voz ronca, sin aliento—. Quiero que te sientas frustrada. Así es como me siento yo cuando no me cuentas las cosas, cuando me niegas lo que es mío.

Asiente, con las piernas separadas debajo de mí, con el vestido subido alrededor de la cintura, y la veo abierta, húmeda y con ganas, y tiene el aspecto de la diosa absoluta que es. Me levanto, me quito el condón, le hago un nudo en el extremo y luego me visto y recojo la americana del suelo Respiro hondo. Ahora estoy más tranquila. Mucho más tranquila.

Joder, qué bien ha estado eso.

Me siento junto a ella, quien sigue con el vestido arriba, mostrando la humedad de su sexo. No me resisto y me arrodillo frente a ella para pasar mi lengua sobre su sexo, lo suficiente como para que no llegue al orgasmo.

Sus manos se aferran a mi cabello y tira de el, pidiéndome que no deje de embestirla con mi lengua, pero me alejo.

Me pongo de pie nuevamente y me quito la ropa, quitándome también el arnés, dejando evidentes marcas en mi piel de las correas de este pero también dejando a la vista de Mónica la humedad de mi sexo, lo que provocó una sonrisa en ella.

Se puso de pie acomodó su vestido y aprovechando que aún llevaba la americana puesta puso su mano en mi hombro para obligarme a tomar una posición que le favoreciera a ella y a lo que tenía en mente.

Por primera vez me dejo llevar y ella se acerca a mi sexo, siento su aliento caliente y una corriente electrica recorre todo mi cuerpo, dejando mis pezones sensibles al roce y al tacto.

Mientras ella lamía mi sexo, yo llevaba mis manos a mis pechos, apretandolos y masajeandolos creando unas largas olas de placer.

Gemía tan fuerte que sentía como el sonido retumbaba en el pequeño lugar en el que estábamos y a los segundos las olas de placer se convirtieron en una gran oleada que terminó en la boca de Mónica, quien no se movió de allí hasta que mi respiración volvió a la normalidad.

–joder... Eso ha sido...– hablé en cuanto recuperé la respiración.

–es una disculpa por no avisarte lo de mi madre– se levantó de dónde estaba, sus rodillas se veían rojas, tomó el arnés en sus manos y lo dejó a mi lado.

—Más vale que volvamos a la casa.— vuelvo a mi postura de siempre mientras termino de acomodar mi ropa nuevamente.

Se incorpora y me mira con una expresión oscura e inescrutable.

Dios, es preciosa.

—Toma, ponte esto.

Saco del bolsillo interior de la americana sus bragas de encaje y se las doy.

Me parece que está intentando contener la risa.

Sí, sí. Juego, set y partido para usted, señorita carrillo.

—¡Vanesa! —llama Mia desde abajo.

Mierda.

—Justo a tiempo. Dios, qué pesadita es cuando quiere. Pero es mi hermana
pequeña.

Miro a Moni con expresión alarmada mientras ella se pone las bragas. Ella me observa ceñuda y se yergue para recomponerse el vestido y arreglarse el pelo con los dedos.

—Estamos aquí arriba, Mia —digo—. Bueno, señorita Carrillo, ya me siento mucho mejor, pero sigo queriendo darle unos azotes.

—No creo que lo merezca, señorita Martin, sobre todo después de tolerar su injustificado ataque —dice con voz seca y formal.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now