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—¿Por qué? —gimotea.

—Ya sabes por qué —le contesto.

—Pensé que eras una mujer impulsiva.

—Mónica, estoy siendo impulsiva, te lo aseguro.

Abro de golpe la puerta de la casita del embarcadero, entro y enciendo la luz.
Cuando los fluorescentes cobran vida con un zumbido, me dirijo arriba, a la buhardilla. Allí enciendo otro interruptor y unas luces halógenas iluminan la estancia.

La deslizo hacia abajo por mi cuerpo regodeándome en el glorioso tacto de su piel, y la dejo de pie en el suelo. Tiene el pelo oscuro alborotado, le brillan los ojos en el resplandor de las luces, y sé que no lleva bragas. La deseo. Ahora mismo.

—No me pegues, por favor —susurra.

No entiendo lo que me dice. La miro sin comprender.

—No quiero que me azotes, aquí no, ahora no. Por favor, no lo hagas.

Pero… La miro boquiabierta, paralizada. Para eso hemos venido aquí.

Levanta la mano y, por un momento, no sé qué pretende hacer. La oscuridad florece y me atenaza la garganta amenazando con asfixiarme si Mónica me toca. Sin embargo, apoya los dedos en mis mejillas y los desliza hacia abajo, acariciándome hasta llegar al mentón. De pronto la oscuridad se disuelve y cierro los ojos para sentir las delicadas yemas de sus dedos sobre mí. Con la otra mano, me alborota el pelo y entierra los dedos en él.

—Ah… —exclamo con un gemido, y no sé si es de miedo o de deseo.

Me he quedado sin aliento, al borde de un precipicio. Cuando abro los ojos, Mónica da un paso hacia delante y pega su cuerpo al mío. Cierra los puños en torno a mi pelo y tira de él con suavidad, acercando los labios a mi boca. Y la observo mientras hace todo eso como si fuese una espectadora, al margen, como si estuviese fuera de mi cuerpo. Soy alguien que pasaba por allí. Nuestros labios se rozan y cierro los ojos cuando su lengua se abre paso en mi boca. Y es el sonido de mi jadeo lo que rompe el hechizo al que me ha sometido.

Moni.

La rodeo con los brazos y la beso yo también, liberando dos horas de ansiedad y de tensión en ese beso, tomando posesión de ella con mi lengua, volviendo a conectar con mi chica. Le agarro el pelo con las manos y siento el sabor de su boca, su lengua, su cuerpo contra el mío mientras todo mi ser arde en llamas como si lo hubiesen rociado con gasolina.

Joder… Cuando me aparto, las dos estamos sin aliento y ella me sujeta los brazos con
fuerza.

Estoy confusa. Quiero darle unos azotes, pero me ha dicho que no. Como hizo antes en la mesa, durante la cena.

—¿Qué me estás haciendo? —pregunto.

—Besarte.

—Me has dicho que no.

—¿Qué?

Está desconcertada, o tal vez ha olvidado lo que ha pasado durante la cena.

—En el comedor, cuando has juntado las piernas.

—Estábamos cenando con tus padres.

—Nadie me ha dicho nunca que no. Y eso... me excita.

Y es algo completamente nuevo para mí, diferente. Deslizo la mano por la parte baja de su espalda y la atraigo con brusquedad tratando de recuperar el control.

—¿Estás furiosa y excitada porque te he dicho que no? —Habla con voz ronca.

—Estoy furiosa porque no me habías contado lo de tu madre. Estoy furiosa porque saliste de copas con ese tío que intentó seducirte cuando estabas borracha y te dejó con una completa desconocida cuando te pusiste enferma. ¿Qué clase de amigo es ese? Y estoy furiosa y excitada porque has juntado las piernas cuando he querido tocarte. Y no llevas bragas.—Le subo el vestido con los dedos, centímetro a centímetro.—Te deseo, y te deseo ahora. Y si no me vas a dejar que te azote, aunque te lo mereces, te voy a follar en el sofá ahora mismo, rápido, para darme placer a mí, no a ti.

La abrazo y la oigo jadear cuando deslizo la mano por su vientre  y le meto el dedo medio. Suelta un gemido suave y sexy de satisfacción. Está totalmente lista.

—Esto es mío. Todo mío. ¿Entendido?

Introduzco y saco el dedo, sin dejar de sujetarla, y ella entreabre los labios con una mezcla de sorpresa y de deseo.

—Sí, tuyo —murmura.

Sí. Mío. Y no pienso dejar que lo olvides.

La empujo al sofá, me bajo la ropa interior y me tumbo encima de ella.

—Las manos sobre la cabeza —ordeno con un gruñido entre dientes apretados.

Me incorporo y abro las rodillas para obligarla a separar más las piernas.

Saco un condón del bolsillo interior de la americana que me quito y tiro al suelo, miro el color del empaque de este, un rosa chillón y sonrío, nunca el sexo había estado tan pintado de mi color favorito, el cual suelo ocultar para parecer más seria.

Sin apartar los ojos de los suyos, abro el envoltorio y me pongo el condón en la polla que sale del arnés, ávida e impaciente. Mónica sube las manos hasta la cabeza observando atentamente con un brillo de urgencia y deseo en la mirada. Cuando me coloco encima de ella, se retuerce bajo mi cuerpo y arquea las caderas con un movimiento juguetón para recibirme.

—No tenemos mucho tiempo. Esto va a ser rápido, y es para mí, no para ti.
¿Entendido? Como te corras, te doy unos azotes —le advierto fijando la mirada en sus ojos aturdidos y enormes y, con un rápido empujón, me hundo en ella hasta el fondo.

Mónica suelta un gemido de placer que me resulta más que familiar. La sujeto con fuerza para que no se mueva y empiezo a follármela, a devorarla. Sin embargo, su avidez la obliga a sacudir la pelvis para acudir al encuentro de cada una de mis embestidas, haciendo que todo mi cuerpo temblara.

Me devuelve cada uno de los embates siguiendo mi ritmo furioso y frenético, una y otra vez.

Oh, qué maravilla.

Y me entrego al abandono. En ella. En este intenso placer. En su olor. Y no sé si es porque estoy enfadada, o tensa, o… Sííí… Me corro deprisa y se me nubla la razón al estallar dentro de ella. Me quedo inmóvil, inundándola, tomando posesión de ella por completo. Sintiendo a la vez como mi sexo está totalmente húmedo y mis pezones hacen fricción contra la tela de mi ropa.

Joder… Eso ha estado…

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now