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La beso una vez más con actitud exigente y posesiva. Me la llevo de la mano y volvemos al apartamento, por primera vez camino perfectamente con los tacones. Cierro de un portazo y vamos directas al dormitorio. Allí la suelto y enciendo la luz de la mesilla.

—Por favor, no te enfades conmigo —susurra mientras me mira con un brillo en sus ojos.

Sus palabras sofocan el fuego de mi ira.
No debo cagarla, no debo asustarla. Debo saber tratarla, me repito mil veces intentando recordar las películas románticas que me obliga a ver Mía, de allí podría aprender algo.

—Siento lo del coche y lo de los libros… —Se interrumpe y se lame
los labios—. Me das miedo cuando te enfadas, de verdad los voy a aceptar.

Mierda. Nadie me había dicho eso nunca. Cierro los ojos. Lo último que
quiero es asustarla.
Está aquí. Está a salvo. Está entregada. No lo jodas solo porque no sepa
cómo debe comportarse.

Al abrir los ojos encuentro a Mónica mirándome, no asustada sino
anhelante, creo que sin hablarle le he logrado transmitir todo, o simplemente se desconcentro al ver que mi vestido ya no estaba del todo en su lugar.

—Date la vuelta —le pido con voz tierna—. Quiero quitarte el vestido.

Obedece de inmediato dejándome unas vistas de infarto.

Buena chica.

Le quito la chaqueta de los hombros, la dejo caer al suelo y luego le
aparto el pelo del cuello. El tacto de su piel suave bajo mi índice, me llega a resultar torturador. Ahora que hace lo que se le ordena, me relajo. Con los dedos voy siguiendo la línea de su columna hasta el comienzo de la cremallera, envuelta en seda gris.

—Me gusta este vestido. Me gusta ver tu piel.

Introduzco un dedo por el borde de la tela y tiro de Mónica hasta apretarla
contra mí. Hundo la cara en su pelo e inhalo su aroma.

—Qué bien hueles— dejó un mordisco en su cuello y ella suspira.

Su fragancia es reconfortante; me recuerda a una época de abundancia y
felicidad. Sigo inhalando su delicioso olor, y le acaricio la oreja con la
nariz y desciendo por el cuello hasta el hombro sin dejar de besarla. Bajo
la cremallera muy despacio y beso, lamo y succiono su piel hasta alcanzar
el otro hombro.
Toda ella tiembla con mis caricias.
Oh, nena.

—Vas… a… tener… que… aprender… a… estarte… quieta —le
susurro entre besos, y desabrocho el cuello del vestido, que cae a sus pies
—. Sin sujetador... Creo que has pasado mucho tiempo conmigo—

Alargo las manos, le cubro con ellas los pechos y noto cómo los
pezones se endurecen contra mis palmas.

—Levanta los brazos y cógete a mi cabeza —le ordeno rozándole el
cuello con los labios.

Ella obedece y sus pechos se elevan dentro de mis manos. Me enreda los
dedos en el pelo, como a mí me gusta, y tira de él provocándome escalofríos por todo el cuerpo.

Oh… Qué placer.

Ladea la cabeza y aprovecho el gesto para besarla allí donde su pulso
palpita bajo la piel.

—Mmm… —musito agradecida mientras mis dedos juguetean con sus
pezones y tiran de ellos.

Ella gime y arquea la espalda apretando sus tetas perfectas aún más
contra mis manos.

—¿Quieres que te haga correrte así?
Su cuerpo se curva un poco más.—Le gusta esto, ¿verdad, señorita Carrillo?

—Mmm…

—Dilo —insisto sin aflojar mi sensual asalto a sus pezones.

—Sí —jadea.

—Sí, ¿qué?

—Sí… señorita.

—Buena chica.

Pellizco y retuerzo suavemente con los dedos, y su cuerpo se
convulsiona contra mí entre gemidos. Sus manos me tiran del pelo.

—No creo que estés lista para correrte aún—Y detengo el movimiento de las manos sin soltarle los pechos mientras le mordisqueo el lóbulo—. Además, me has disgustado. Así que igual no dejo que te corras.

Le masajeo los pechos y mis dedos vuelven a centrarse en sus pezones;
se los retuerzo y tiro de ellos. Ella gime y aprieta el culo contra mis caderas, quizás buscando el roce tan familiar que hoy no encuentra. Sonrío mientras siento la adrenalina por mi cuerpo, ella tenía razón puedo sentir más sin llevar el arnés en mi cuerpo, pero no me delataré. Bajo mis manos por sus caderas, buscando el inicio de su ropa interior. Introduzco el dedo por el borde y tiro de ellas hasta donde dan de sí, y luego clavo los pulgares en la costura posterior. Se desgarran en mis
manos y las lanzo a los pies de Mónica.
Ella contiene el aliento.
Paseo los dedos por sus nalgas e introduzco uno en la vagina.
Está húmeda. Muy húmeda.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now