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Ha sido nuestra primera vez aquí dentro y ella ha estado increíble, mejor de lo que esperaba.
La beso en la oreja.

—Levanta las manos —le digo con voz ronca. Las levanta muy despacio, como si tuviera los brazos de cemento, y deslizo las tijeras por debajo de la brida para cable—. Me siento como en una inauguración —murmuro y corto el plástico, liberándola.

Se ríe y su cuerpo se estremece en mis brazos. Es una sensación extraña
y en absoluto desagradable, y me hace sonreír.

Me encanta hacerla reír. Debería reír más.

—Eso es culpa mía —murmuro mientras le masajeo los brazos y los hombros. Se vuelve a mirarme con el gesto fatigado y curiosidad en los ojos—. Que no rías más a menudo —le aclaro.

—No soy muy risueña —contesta antes de soltar un bostezo.

—Oh, pero cuando ocurre, señorita Carrillo, es una maravilla y un deleite
contemplarlo.

—Muy cursi, señorita Martin—dice burlándose de mí.

Sonrío.

—Parece que te han follado bien y te hace falta dormir.

—Eso no es nada cursi —bromea regañándome.

La aparto con cuidado para poder levantarme, busco los vaqueros y me
los pongo.

—No quiero asustar a sole, ni tampoco a la señora Jones.

Aunque no sería la primera vez.

Mónica sigue sentada en el suelo, en una especie de trance. La agarro por
los brazos, la ayudo a levantarse y la llevo hasta la puerta de la habitación.
Descuelgo la bata gris de detrás de la puerta y se la pongo. No tiene
fuerzas para nada; está completamente desfallecida.

—A la cama —anuncio, y le doy un beso rápido.

Una expresión de alarma asoma a su rostro.

—Para dormir —puntualizo, para tranquilizarla.

Me agacho para cogerla en brazos, la estrecho contra mi pecho y la
llevo a la habitación de la sumisa. Una vez allí, retiro el edredón y la
tumbo en la cama, y, en un momento de debilidad, me acuesto a su lado. Nos
tapo a ambas con el edredón y la abrazo.
La tendré así abrazada solo un momento, hasta que se duerma.

—Duerme, preciosa.

Le beso el pelo con una sensación de satisfacción absoluta… y de agradecimiento. Lo hemos hecho. Esta mujer dulce e inocente me ha dejado hacer lo que he querido con ella. Y creo que ha disfrutado. Yo sí, desde luego… como nunca.

Recuerdos bonitos y aroma a canela me invaden.Me despierto de golpe con el cerebro impregnado de un dulce olor. Es
Mónica. Está profundamente dormida a mi lado. Vuelvo a tumbarme y miro el
techo.

¿Cuándo he dormido yo en esta habitación?

Nunca.

Es un pensamiento inquietante y, por alguna razón inexplicable, me
produce un gran desasosiego.

¿Qué está pasando, Vane?

Me incorporo con cuidado, para no despertarla, y me quedo mirando su
cuerpo dormido. Ya sé a qué se debe: es porque estoy aquí con
ella. Salgo de la cama, dejando que siga durmiendo, y vuelvo al cuarto de
juegos. Recojo la brida y los condones usados y me los meto en el
bolsillo, donde encuentro sus bragas. Con la fusta, su ropa y sus zapatos
en la mano, salgo y cierro la puerta con llave al marcharme. De vuelta en
su dormitorio, le cuelgo el vestido en la puerta del vestidor, le dejo los
zapatos debajo de la silla y pongo el sujetador encima. Me saco sus bragas
del bolsillo… y entonces se me ocurre una idea retorcida.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora