Epílogo.

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  Siempre supo que era el más débil entre su hermana y él, desde pequeño siendo este el mayor, ella cuidaba de él, lo defendía en la escuela, y cuando José paso a su primer año de segundaría se sintió tan abrumado y desprotegido que ese día vomito frente a todos en el patio de su antiguo instituto. Una vergüenza tremenda. Mucha gente comenzó a llamarlo chico vómito, pero eso termino cuando llegó su hermana a primer año, colocó en su sitio a varios trogloditas de ese asqueroso "liceo", José no tuvo ningún apego a la institución antigua donde estudió cuatro largos y tortuosos años, sin embargo hizo amistad con más de lo que consideraba él poder tener, siempre le agrado una chica llamada Fernanda, ella era realmente encantadora, y no hablar de Steve, o Rosa. Unos buenos recuerdos de como comían empanadas en los viejos puestos de lata frente al liceo, como se reían y disfrutaban de sus bromas adolecentes. José entonces parecía tener otra vida, una vida llena de empanadas, risas, olor a aceite, ojos canela, sol, y cuadernos baratos. No era tan malo, realmente no, cuando iban el uno con el otro hombro a hombro, hablando tonterías José y su hermana, por un pequeño camino de árboles donde a veces crecía fruto donde a veces ella cogía uno de ellos y ambos comían por diversión. Si, ella era más fuerte, porque cuando todo comenzó a suceder con José, esa confusión y la necesidad de que alguien lo escuchara. Ella ya lo sabía, ella estaba preparada para decir: Tranquilo siempre lo supe, y sé que mamá y papá también. Y entonces, solo en ese instante que torpemente le confesó con los ojos cristalizados que era gay, solo allí se sintió que podía llegar a estar bien en ese mundo siendo como el debería ser, como había nacido, y quiso decirle te amo, pero solo sonrió incapaz de saber lo que pasaría luego. Y la desgracia ocurrió...

Eran la seis y cuarenta, José aún no había llegado, Ingrid entonces estaba dando de comer a su bebé, cuanto la amaba, sus risos dorados, su mirada dulce, su pequeña boca haciendo burbujas de saliva, cada gesto u expresión realmente lo extrañaba. Pero ahora, luego de estar separada de sus hijos, estaba allí, y podía sentirlos y disfrutarlos a ambos como podía, la pequeña Lissa seguía con su juguete en mano, hacía sonar su mariquita, pero Ingrid no conseguía concentrarse ni un poco, así que decidió llamar a John, porque era la única persona en la que podía confiar y que realmente la ayudaría.

-John, ¿puedes venir un momento?- dijo junto al teléfono rogando que dijese que sí.

-Claro, claro voy de salida- dijo el hombre de voz ronca.

La música seguía reproduciéndose, era una lista que había abierto Brandom el celular de José y realmente Brandom tenía gustos musicales muy amplios, pero más que Ariana Grande y Lorde, había también repertorio de música en español, la que sonaba no dejaba de recordarle tantas cosas a José que le pareció abrumador toda las sensaciones que le producía. Aún recuerdo tu sabor, encerrado como una prisión, tu boca como una obseción... no te debí besar. Cada letra se le incrustaba en la mente, empuñaba sus manos, y se sentó frente al espejo de agua rectangular que tenía en frente, la luz apenas cruzaba por las ventanas altas, le hacían la piel azul a José, y el agua se reflejaba como un haz de hilos blancos que danzaban unos a otros entrelazándose. Se vio la piel brillar, y observo la noche cerrar el cielo de la tarde, y ni siquiera pensó en tía Ingrid. No tenía energías para pensar en otra cosa que no fuese dolor, y todo se entremezclaba como los sintetizadores de la canción que se reproducía en su casco. Sintió la necesidad de parar, llorar no era suficiente y tenía la sonrisa de Brandom entremezclada con las de su hermana y no era bueno, sabía que no estaba bien. Sus pasos lentos, fueron poco a poco acercando a la piscina ¿Qué se proponía a hacer? Ni siquiera el lo sabía.

-Estoy muy preocupada por él- dijo tía Ingrid colocando tasas humeantes de café en una pequeña mesa de madera que había en la sala.

-Deberías, definitivamente oculta algo Ingrid, sus ojos me lo dicen, no está acostumbrado a mentir. No de este modo- dice John.

Tía Ingrid entonces no puede ocultar el llanto en sus ojos, y suelta unas lágrimas.

-José no es precisamente la persona correcta para pasar por todo esto John, temo mucho por él, día tras día. Pensé que podía ser feliz con este chico pero... realmente fue mi error dejarle con él- Ingrid se quita las lágrimas y reflexiona.

- Tranquila Ingrid estamos en investigaciones ya aparecerá ese chico no hay de qué preocuparse, te lo garantizo.

-No John- Tía Ingrid negó con la cabeza y cogió la tasa con los dedos y se aferró a ella- si ese muchacho...- no pudo seguir, pero por su mente se imaginó lo peor- el no soportará otra perdida, ya tuvo demasiado con lo de su hermana. Tiene demasiado.

-¿Qué fue lo que pasó allí Ingrid? Nunca me contaste- inquiere John con el entrecejo arrugado.

La mujer se muerde los labios, los suelta y mira a su ex esposo al rostro.

-La noche en que murió mi sobrina, mi hermana estaba discutiendo con mi cuñado... por José, ellos habían descubierto que era gay de una manera muy sorpresiva, los tres estaban en el auto- Ingrid trata de recuperar palabras- chocaron esquivando un auto frente a un faro de luz, ella fue la única que murió. Cuando José se enteró de lo sucedido, no dudo ni un momento en culparse- la mujer entonces vuelve a tener lagrimas corriendo en su rostro- por eso me lo traje aquí John, no soportaba como se auto destruía, y todo iba bien hasta que esto... volví a ver esos mismos ojos John, tan llenos de tristeza que ni siquiera le pude mantener la mirada esta mañana... temo por él y lo que pueda hacer en contra de su vida, él es muy sensible.

John entonces se acerca a la mujer, y la abraza, esta solloza en sus brazos desconsolada, hasta que de pronto alguien toca la puerta.


Colocó su móvil en el suelo, solo quería, quería sentir algo aparte del dolor, y cuando cayó su cuerpo al agua, las burbujas le rodearon, el frio se le metió en la piel, abrió los ojos y observo como era todo destellos plateados, junto al espacio que estaba allí. Y entonces supo que no había nada en la tierra que lo detuviese, no había policías, amenazas, amor, dolor. Solo existía él y cuando se vio a si mismo, no quiso llorar, sonrió, porque vio un alma desdichada, pero en su agonía, allí mientras flotaba y el aire se le agotaba. Justo cuando comenzó a apropiarse la fatiga en su pecho y su corazón le latía cada vez más lento y fuerte. Fue allí cuando no había dolor, existía algo más allá, existía la vida, y su vida era suya y tenía poder. El poder de decidir, cuando comprendió eso, fue como los rayos de la luna que traspasaban el agua y le caían en él rostro, tan reales como el agua rodeándole, tan perfecto como el flotando, suspendido, como si no existiese tiempo en una parte de él. Era mágico, era felicidad, como una mariposa, danzo, y cerró los ojos, y no supo por unos segundos de él más que ser otro él. Ese que ve desde arriba. Y se vio, su rostro pálido atrapado en el agua, y alguien lo saco de allí. Y cuando sintió lo cálido de esos labios, pensó en Brandom, fue su primer pensamiento coherente y el que le trajo a la vida de vuelta. Entonces volvió a observar esos ojos color cielo, y ese cabello oscuro, y sintió como si lo hubiese conocido toda la vida.

-¿Qué rayos te pasa José?- el joven respiraba entrecortadamente del esfuerzo de sacar a José de dicha piscina.

Ninguno dijo más nada, José permaneció allí y le acaricio el rostro, quiso decir gracias, pero antes de ello volvió a sentir esos labios, y entonces los roces de pieles se conectaron, y José volvió a sentir la necesidad de seguir en el transe de un beso nocturno, pesado, húmedo, fuerte, y de respiraciones entre cortadas. Maldición había besado a Marco y ni sabía porque. 

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