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Camila

—No me digas que hoy tampoco vas a querer levantarte. —Me dice Kat después de sentarse cerca de mis piernas. Niego con la cabeza y mantengo los ojos cerrados porque estoy cansada—. Camila, llevas tres días sin salir de la cama. Sólo te levantas para bañarte.

Tres días que se me han hecho eternos y en los que literalmente sólo como de vez en cuando, lloro cuando pienso en lo que pasó en mi casa y a la fuerza he tenido que ver una serie estúpida que Kat pone en las noches antes de dormir, porque ni siquiera he revisado mi teléfono. No he podido.

Y no es que sea una cobarde que no se atreve a enfrentar las consecuencias de una discusión, sino que cuando pienso en que podría estar llena de mensajes... Me da algo en el estómago. Casi igual de fuerte que cuando pienso que podría no tener ninguno. No sé qué opción es peor.

— ¿Y qué? —Pregunto sin ganas.

— ¿Cómo que 'y qué'? —Se escucha preocupada y quizás debería darle alguna señal de mejoría, pero ni siquiera tengo ganas de girarme para mirarla. No tengo ganas de nada.

— ¿Le molesta a tus papás?

—No, pero...

— ¿Entonces te molesta a ti? —Le digo con un poco de malhumor porque le dije explícitamente que no quería hablar con nadie hasta que me sintiera mejor, y eso todavía no pasa—. Ya te dije que estoy enferma.

—No estás enferma, estás triste.

—Es lo mismo. ¿Qué tiene de malo estar en la cama?

—Que tú no eres así y no sé si lo recuerdas, pero también faltaste a la universidad y estás atrasada. —Insiste mientras trata de quitarme las sábanas—. Ven, arriba.

Ruedo los ojos con fastidio y me incorporo, cruzándome de brazos.

— ¿En serio crees que puede interesarme un poco la universidad?

—Se ve que no, pero lo hará cuando repruebes.

—No tengo casa —le recuerdo, entrecerrando los ojos—. Mi mamá me detesta, perdí a Nicholas, tuve que arrastrarme como un insecto insignificante con Julia para que aceptara traerme más ropa y como si fuera poco, Kat, tendré que aceptar las limosnas de mi papá para irme a una estúpida residencia. Reprobar no me importa.

Kat frunce más el ceño a medida que escucha mi larga lista de desgracias y se me queda mirando como si estuviera esperando que siguiera con mis quejas hasta que por mi silencio interpreta que no, no tengo nada más que decir. ¡Porque eso es suficiente! Tengo razones para hacer este luto.

—Entiendo que estás pasando por un mal momento, Camila —murmura—. Pero no es la primera vez, no puedes echarte a morir y quedarte aquí todo el día.

— ¿No puedo según quién? ¿Tú? —Chasqueo la lengua—. Seré positiva mañana.

—Dijiste eso ayer.

— ¿Por qué no me dejas en paz?

Mi malhumor ni siquiera la hace dudar.

—Porque eres mi mejor amiga y quiero que te des cuenta que perder a Nicholas, irte de tu casa y estar aquí es buena noticia. Muy buena, en realidad. No puedo creer que estés tan derrotada y triste por alejarte de toda esa gente que te hace mal.

Tomo una respiración profunda antes de hablar porque estoy cansada de que me diga lo evidente como si no pudiera verlo. No soy ciega ni me golpeé en la cabeza para no darme cuenta. Sé que ninguno de ellos vale la pena. Sé que... Argh. Sé muchas cosas y es más complicado que sólo odiarlos.

más de ti [camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora