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Lauren

Es curioso que todos digan que el tiempo cura cualquier herida.

Que debes ser paciente.

Esperar hasta que un día deje de doler. O al menos hasta que duela cada vez menos o no se sienta como una herida física que te desangra por dentro cada vez que te despiertas.

Pero lo que nunca te dicen es que cuando el sangrado se detiene, cuando deja de doler y por fin puedes pensar en eso que te lastima sin llorar es porque aceptas perder esa parte de ti a la que todavía le importa. Y ese es el punto, que yo no quiero que deje de importarme. No quiero que deje de doler si eso significa que voy a perder.

Hago una mueca y arranco la hoja porque me da vergüenza haber escrito cosas tan deprimentes. A veces creo que es como estar leyendo a otra persona porque aunque reconozco cada cosa que sentí cuando estaba escribiéndolo y hasta puedo visualizar el momento exacto en el que decidí que descargarme así era mejor idea que emborracharme, hace mucho que dejé de sufrir por esa pérdida. Hace mucho que dejé de preocuparme por cosas que eventualmente pasarían igual.

Ni siquiera me acordaba de este intento de diario que me duró con suerte una semana y que me encargué de llenar de dibujos y frases sin sentido que me confirman que los diecinueve es una edad oscura cuando te enamoras. Más que los quince.

¿Lo malo? Es que no necesito ningún recordatorio físico para acordarme de cómo se sentía porque aunque usualmente no pienso en eso y me concentro en el presente y en lo que ahora es importante, la mente me traiciona en momentos como éste y es igual que revivirlo todo otra vez. Pero lo bueno... Es que ya  dejé de tener diecinueve años.

— ¿Qué estás haciendo? —Me pregunta Sophie cuando se sienta a mi lado en la cama, quitándome el diario antes de que pueda detenerla porque cuando nadie está viéndome suelo... Hacer cosas vergonzosas, como detenerme a leer este tipo de cosas en lugar de tirarlos a la basura—. Ay, Lauren, ¿de nuevo?—Rueda los ojos.

—Sólo estaba curioseando y sufriendo de vergüenza antes de ordenar el desastre que tengo en mi armario, no me mires así. —me defiendo, quitándoselo y dejándolo junto a la basura de mi habitación—. Tú lo haces todo el tiempo y yo no te digo nada.

—Pensé que te habías deshecho de todo eso. ¿Hace cuánto lo escribirte? ¿Casi tres años? —Se cruza de brazos y entrecierra los ojos—. Eres como la amiga que promete haber bloqueado al ex para después decirte que mágicamente volvió a hablarle.

Resoplo, arreglándome el pelo antes de sostener una caja para dejarla sobre mi cama.

—Se me debió olvidar o quizás lo confundí con cuadernos de la universidad —murmuro y luego suspiro, cansada—. No creerás que lo guardé a propósito para leerlo y llorar cada noche, ¿o sí? No me creerás tan dramática.

—Es difícil decirlo, el dramatismo te perseguía mucho en esos meses y que escribieras un diario de visa lo demuestra. —Me molesta.

—No era un diario de vida —me defiendo, sacudiendo la cabeza—. Sólo eran... Cosas. Frases que escribía cuando me sentía muy mal y no quería hablar con nadie.

—Lo que era el noventa y nueve por ciento del tiempo.

—Argh, siempre haces lo mismo, no voy a escucharte. —Me quejo cuando sigo viendo otros papeles que sí son de la universidad, y entonces Audrey entra a mi habitación después de pasar los últimos diez minutos encerrada en el baño.

—Pensé que Sophie tendría razón y me vería mal con este uniforme —murmura Audrey cuando se detiene en la esquina, girándose frente al espejo para ver mejor su espalda mientras Sophie termina de pintarse las uñas de un color verde oscuro—. Pero mírame, no está tan horrible. Si tuviera que puntuarlo del uno al diez, diría que es un seis. Bastante decente, y con esto... —Se coloca el fonendoscopio alrededor del cuello y asiente con la cabeza con emoción—. Mucho mejor, me veo como toda una profesional.

más de ti [camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora