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No puedo parar de llorar. Otra vez.

Me acuesto de lado en mi cama y todo es tan insoportable que a veces me quedo sin aire. Trato de tomar una respiración profunda, pero cada vez que lo intento, es como si el llanto fuera más fuerte y no pudiera hacer nada más que cerrar los ojos.

Alguien enciende la luz de mi habitación y ya ni siquiera trato de fingir que estoy dormida, porque todas las noches es casi la misma rutina. La misma mentira, y aunque pensé que al principio era al menos un poco creíble, es cada vez más difícil poder quedarme dormida.

—Lauren. —Mi papá suspira antes de acercarse y sentarse en mi cama, pero no respondo nada. Estoy dándole la espalda y agradezco que no me presione a hablar o explicarme, porque honestamente lo único que quiero es llorar lo suficiente hasta cansarme.

Lo peor de todo esto es que su ausencia me duele más que cuando creí perderla de verdad. No recuerdo que los días después de terminar todo con ella fueran tan... catastróficos, ni siquiera esas noches en las que me suplicaba que no la dejara y yo lo único que haría era mirarla y abrazarla porque no podía prometer que volvería a estar con ella.

Ahora llevamos nueve meses sin vernos, nueve meses en los que no sé casi nada de ella y en los que muy a penas intento acordarme. Pero es todo más duro. Lloro más, como y duermo menos. Quizás porque no sólo lloro porque la echo de menos, sino porque empiezo a acostumbrarme a estar sin ella y eso sólo significa que no hay vuelta atrás. Que todo se perdió y no voy a volver a estar con ella.

—Dime qué puedo hacer para ayudarte —murmura, quitándome el pelo de la cara y suspirando otra vez—. No puedes seguir así, Lauren. No es sano para ti.

Sé que no puedo, que sentirme así todas las noches incluso después de tener un buen día no es estar avanzando, pero no sé qué tengo que hacer para que se detenga. No puedo controlarlo, y ojalá pudiera, así no tendría que esforzarme tanto por controlarme y no terminar preocupándolo a él también.

Intento responder algo, pero es inútil porque tengo un nudo en la garganta que no me deja. Sólo lloro, lloro y... lloro. Me sacudo cuando un sollozo más fuerte me rompe más en pedazos, y llega un punto en el que mi papá se levanta para apagar la luz y sólo sentarse a la orilla de mi cama para hacerme compañía.

Lo hemos hablado, muchas veces, cada vez que pasa. Siempre al día siguiente mi papá me hace prometer que me desahogaré con alguien, que buscaré ayuda para superarla y que lo llamaré cuando me sienta mal para tratar de evitar estos episodios en los que casi no puedo respirar, y yo lo prometo. En vano. Le miento cada mañana asegurándole que me siento mejor, que no volverá a pasar, y todo se repite cuando es hora de dormir. Y juro que trato de no hacer ruido, pero creo que incluso si no lo hiciera, mi papá sabría que estoy en la misma posición porque desde hace una semana es casi una costumbre.

—Quiero llamarla —susurro, incorporándome en la cama mientras trato de secarme las lágrimas—. Dame mi teléfono, voy a llamarla.

— ¿A quién? ¿A tus amigas?

—No, a Camila. —Pronuncio su nombre y me tiembla la barbilla—. No aguanto más.

—Lauren...

—Dame el teléfono, papá. —Le pido con más impaciencia.

—No hasta que te calmes.

— ¡No voy a calmarme si no la llamo primero! Tengo que hablar con ella y no... no puedo esperar. Déjame pasar.

—No harás eso. —Me detiene cuando trato de levantarme—. No vas a llamarla en mitad de la noche mientras estás así, y ni pienses que te voy a dejar sólo porque estoy preocupado por ti. Nos vamos a quedar aquí hasta que te calmes y mañana veremos qué hacer.

más de ti [camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora