49

14.8K 988 2K
                                    




Lauren

Dicen que no hay nada mejor que el tiempo para curar un corazón roto, pero no estoy de acuerdo y creo que la persona que lo dijo estaba en negación o simplemente no tenía idea de lo que era tener el corazón roto. Para mí todos los días se sienten iguales, como si tuviera que resignarme a estar suspendida en el aire hasta que eventualmente mi corazón se sane por su cuenta.

Las horas pasan como un recordatorio de que Camila dejó de insistir en llamar desde esa última vez que hablamos en el pasillo de mi departamento, y lentamente se convierten en días en los que no ha sabido nada de mí, ni yo de ella. Eso era justo lo que quería, pero igual se siente como si mil dagas estuvieran rompiéndome el pecho cada vez que me atrevo a pensar en ella.

Todos esos días horribles se acumulan y finalmente se convierten en una semana. Y aunque poco a poco soy capaz de ir pensando con mente fría que alejarme fue lo mejor que pude hacer hasta estar lista, me pregunto si habrá sido mejor escucharla cuando aún había cosas que podíamos decir.

Es difícil pensar que ahora algo podría cambiar, y tal vez haberla dejado hablar cuando aún podía hacerme cambiar de opinión hubiera sido mejor para curar mi corazón roto. Porque siendo sincera, el tiempo no hace nada. Sólo lo empora.

A veces siguen dándome ganas de llorar y es entonces cuando me compadezco de mí misma porque de todas las personas en el mundo, tenía que quererla a ella. Pienso en lo injusto que es querer a alguien que al mismo tiempo me niego a querer otra vez, y luego me arrepiento de siquiera pensar en eso porque no todo fue malo y sé que Camila no es una mala persona. No es para mí, pero no es mala persona.

Para distraerme, decido visitar con más frecuencia a mis abuelos. Su casa era mi lugar favorito cuando era pequeña, y quizás sea porque viví con ellos durante varios meses cuando era niña mientras mi papá se recuperaba de haber perdido a mi mamá, pero me encanta el olor del pasto, los árboles y hasta cómo cruje la madera cuando subo hasta el segundo piso para ver mi antigua habitación.

Las visitas son cada vez más esperadas y es en una de ellas que me doy cuenta que los años pasan más rápido en ellos; no sé cómo explicarlo, pero estos veinte años parecen caer con más fuerza sobre ellos y el poder perderlos hace que me esfuerce más para visitarlos cada vez que pueda. Además, ahora que intentamos por fin poder tener una relación normal, también es mi deber hacer un esfuerzo para dejar los rencores atrás y recordarme que también son una parte de mí.

Ahora mismo estoy en su casa, en el jardín trasero donde me gusta leer hasta quedarme dormida porque desde las ocho de la tarde siempre el cielo resplandece con los colores anaranjados y violetas del atardecer. Tienen una perrita llamada Lulú y un perro que llamaron Toby, quien intenta morderme los calcetines para que juegue con él en vez de seguir leyendo. Me río y le hago cariño en las orejas antes de dejar mi libro a un lado y sentarme en el suelo con ellos.

Mi celular se siente vacío ahora que no recibe los mensajes de Camila, y sólo cuando estoy conmigo misma es que me arrepiento de haberlos borrado todos sin leerlos primero. La curiosidad me quema por dentro por saber qué me había dicho, y es aún peor cuando la quemazón baja hasta mi estómago porque entre más noches pasan, más la echo de menos. Hay noches en las que ni siquiera lloro, sólo me quedo mirando la ventana y pensando en ella, preguntándome si ella también piensa en mí o si me extrañará tanto como yo la extraño.

Son preguntas que sólo aparecen para hacerme sentir mal, pero no puedo evitar preguntármelas porque mi cabeza me traiciona y pienso en que me gustaría congelar el último momento en el que estuvimos bien... Y entonces recuerdo que lo último que Camila podrá recordar de mí es escuchándome decir que su mamá tenía razón y que no vuelva a buscarme para no obligarme a tener que decirle otra vez que esto se terminó por su culpa.

más de ti [camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora