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Camila

11. Lo mucho que le importa hacer del mundo un lugar mejor.

— ¡Camila! —Mi mamá grita desde el primero piso y de inmediato doblo la hoja para esconderla—. ¡Tienes que bajar ahora! ¡Es la última vez que te lo digo!

Suelto un quejido de lástima por mí misma por tener que escuchar esa voz y me levanto de la cama a regañadientes porque por alguna razón mi mamá decidió despertar más insoportable que nunca esta mañana. No deja de insistir sobre desayunar juntos para darnos una noticia como si estuviera por anunciar unas nuevas vacaciones en familia. O como si a mí me importara lo que quisieran hacer.

Camino hasta mi armario para guardar la lista, resignándome a que no voy a romperla como he pensado en hacer muchas veces, y suspiro antes de... sonreír. Un poco. Porque por más que haya pasado un poco más de una semana desde la fiesta de Aiden, no puedo parar de sentirme así cuando pienso en que dije que era alguien importante para mí. Y que yo lo soy para ella.

Me desarmo las trenzas que me hice antes de dormir al cruzar el pasillo para llegar al baño que comparto con Julia, y efectivamente mi buen humor dura hasta que escucho que sigue duchándose a pesar de que le pedí hace más de quince minutos que saliera porque necesitaba ocuparlo. Estoy segura de que se está demorando a propósito.

Suspiro antes de tocar fuerte la puerta con ambas manos y sin parar.

— ¡Camila, ven ah-...! ¡Oh! Aquí estás. —Mi mamá termina de subir las escaleras al encontrarme, pero no dejo de tocar la puerta—. Julia está ocupada, cariño, y no creo que salga pronto. ¿Por qué no desayunas primero?

—Porque no quiero comer, quiero que salga para poder bañarme.

—Entonces podrías usar mi baño, nadie lo está usando. —Aunque mi primer instinto es girarme para negarme otra vez, no me quiero tan poco como para mirarla sabiendo que sólo está tratándome bien para que no arruine su desayuno ideal. Paro de tocar la puerta para hacerle saber que la escuché y que no me insista, pero no me volteo—. Tu papá está esperándonos en la mesa, Camila, no usará la ducha hasta después y no está bien hacerlo esperar. —Son pocas veces en las que no puedo distinguir si está hablándome en serio o sólo es parte de su actuación, y hoy es una de esas veces.

Si hay algo que me moleste más que el hecho de que nunca me defienda, es que tenga la audacia de tratarme así cuando literalmente admitió no quererme.

O sea, está bien, quizás no puede obligarse a sentir nada por mí porque el recuerdo de su error es más fuerte, pero entonces sería mucho mejor que no fuera tan cínica e intentara agradarme solamente cuando le conviene. No soporto que siempre esté fingiendo tan bien su preocupación. Como si vivir con la culpa por asociación que me cargan no fuera suficiente, además me recuerda que ser buena mentirosa es algo en lo que nos parecemos mucho, y entonces es una razón para odiarme por eso.

—No, gracias. Estoy bien. —Me esfuerzo por contestar, suspirando e ignorando que haber llegado a este punto en el que hasta su presencia me molesta también es mi culpa—. Sólo quería lavarme los dientes —miento porque en realidad, eso ya lo hice—. Esperaré que termine y me abra la puerta.

Sostengo con más fuerza la toalla y la ropa interior que iba a cambiarme al caminar de regreso, aunque no es difícil darme cuenta que en vez de bajar hasta la sala, me sigue de cerca. De inmediato me tenso y me pongo a la defensiva, por más que no quiera.

— ¿Por qué no me ayudas a preparar la mesa? —Pregunta cuando entra a mi habitación—. Ay, Camila, ¿qué es todo esto? ¿Tienes idea de la hora que es? —Suspira al caminar hacia mis ventanas para abrirlas, chasqueando la lengua una y otra vez en desaprobación—. ¿No has ordenado tu habitación?

más de ti [camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora