Capítulo diecisiete. | SEGUNDA TEMPORADA

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Narrador omnisciente.

Más de un par de ojos se fijaron en aquella mujer de piel morena que cargaba un aura absorbente, desastrosa, y es que para la fémina el decir que visualmente era un desastre era un halago.

No es que llevase telas raidas, o tuviera un aspecto desagradable similar al de un indigente sino que Moa se notaba tan cansada, en su rostro tostado se notaba al momento de hablar con ella unos ojos cristalinos por naturalidad e hinchados producto de las noches que lloraba sin cesár, unas ojeras que se marcaban a pesar de no ser oscuras regalo del desvelo y el trasnochar hasta caer dormida.

Desde hacía ya dos semanas Magdala había tomado una rutina en la que al despertar luchaba contra la sensación que la mantenía emocional miserable, desayunaba, se duchaba, vestía y emprendía viaje a su trabajo o a los deberes que tenía que hacer en el día que no fuera de trabajo, mantenía su mente ocupada por unas cuantas horas y eso era estresantemente aliviador a no ser porque llegaba la noche.

La noche era la peor enemiga de Moa.

Cuando entraba a su cama se sentía pequeña, indefensa, miserable, sola y solo era cuestión de tiempo para que el llanto de amargura la abarcara, Daniel no la había buscado ni ella a él y Robert ya no estaba ahí, nunca imaginó terminar así y por si fuera poco el tener las palabras de Tom repitiendose en su mente no era muy agradable.

Por culpa de Tom es que estaba así, y se lo repetía pero no.

Ella bien sabía que Tom no era responsable de su sentir, era ella misma y debía tener madurez sin embargo no había, era ausente todo rastro de madurez y seriedad con sus sentimientos, se sentía como una adolescente pero ni cuando lo fue se sintió así.

Evidentemente no, en su adolescencia no estuvo sola, tenía a su madre y a sus dos varones favoritos.

¿Estaba mal seguir amando a Tom?

¿Por qué la hacían sentir que estaba mal seguir queriéndolo?

Tal vez lo era.

Pero para Moa nunca fue una opción dejar de amar a aquel rubio, ninguna otra persona existía de la forma en la que aquel varón de sangre pura, y ninguna otra le interesaba sino era él.

El silencio ensordecedor de la casa Armstrong absorbía su vitalidad de forma impresionante, salvaje, sin piedad, la cama era una increíble masa en la que pensaba todo el día, no había otro pensamiento en su mente más constante que no fuera “Quiero volver a dormir” lamentablemente no era de una manera en la que pudiera descansar, porque no lo hacía, apenas la frazada cubría su agradecido cuerpo y la almohada chocaba con su cabeza era inevitable no ponerse a llorar y torturarse repitiendose que se merecía estar sola. Una parte de ella, muy escondida en el fondo de su ser repetía y mantenía la llama de la esperanza viva pero el sombrío y penumbrante desprecio a lo que era hacía cada vez más difícil el seguir manteniéndose optimista y con ello, cada vez era más torturoso abrir los ojos.
Moa poco a poco había comenzado a descuidar su casa, habían ropas regadas y abultadas sin orden, trastos amontonados sin acomodar, polvo reunido en el suelo de forma débil sin recoger, poco a poco las plantas comenzaban a perder el matiz dejando ver unas cuantas hojas amarillentas y cafés más prontas que otras.

Magdala salía de su hogar con el mismo aspecto de siempre pero no con la vitalidad de antes, con anterioridad había salía de su hogar riendo por alguna tonta razón que Daniel le decía o Robby, tal vez llegaba al set saludando a todos a pesar de tener que toparse con Tom que aunque no era desagradable debía mantener una imagen de seriedad para demostrarle a aquel rubio que ella no estaba a sus pies aunque fuese mentira, pero no, ya no más.

Detrás de la cámara. © [Tom Felton] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora