Capítulo once.

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Moa.

— ¿Estás segura de que está aquí? —Escuché a Daniel hablar en la lejanía mientras yo me arrastraba por el suelo.

— ¡Tiene que estar aquí! —Chillé mientras extendía mi brazo por debajo de los sillones palpando todo a mi paso.

— Si tu lo dices. —Escuché nuevamente decir mientras sus pies caminaban en otra dirección.

— Ya revisé la cocina y comedor, no hay nada. —Dijo Robert mientras se paraba en seco frente a mí.

— Y yo en tu habitación. —Acompletó Daniel.

Yo me alejé para incorporarme correctamente con mi mirada baja.

— ¿Le has preguntado a Tom? —Preguntó Robert cruzandose de brazos.

— Sí, él dice que ya buscó en su casa y nada.

El silencio se hizo presente.

— No, no... No puede ser. —Me lamenté.

— Moa, creo que hay que darlo por perdido.—Negué en silencio sentandome en el sofá en el que anteriormente buscaba, pose mis codos en mis rodillas y hundí mi rostro entre mis manos.

— Es un simple pendiente ¿No?

Daniel miró con severidad a Robert como si hubiera dicho algo malo, Pattinson que en su ignorancia no sabía la importancia simplemente le dedicó una mirada de regreso con confusión.

— Sí, es un simple pendiente, tienes razón. —Dije.

— ¿Qué? ¡No! —Chilló Daniel.— Robert, ese pendiente es importante.

— ¿Por qué?

— Porque fue el regalo del primer aniversario de bodas mis padres, mi padre se lo dio a mi madre. —Susurré con una voz un tanto gangosa, se notaba que en cualquier momento lloraría.

Y estaba a punto.

— Oh. —Y entonces aquel varón más alto entendió todo.

Agradecí que no dijeran nada más, solo sentí como un peso se sumó a mi lado.

Sentí unos brazos rodearme con firmeza pero con temor a lastimarme, supe que era Pattinson quien me había acogido en sus brazos.

— Hay que tomar un descanso, volveremos a buscarlo más tarde. —Sugirió. Daniel asintió y yo simplemente di un sonido en respuesta afirmando.

Había pasado casi una semana desde que perdí el pendiente.

Daniel se puso de pie para dirigirse a la cocina.

Robert solo se acomodó mejor, yo le permití el espacio y cuando estaba por alejarme para darle comodidad, aquellos ojos coquetos rogaron.— No, quédate... Digo, no me incómoda.

Yo en medio de mi sensibilidad, sorprendida le sonreí y asentí, dejé que mi cabeza cayera en su pecho sintiendo como la mano de él se posaba en mi espalda y cabeza.

El nudo en mi garganta se hizo más fuerte, un dolor punzante me alertaba del sufrimiento y su catarsis.

— ¡Vete, hazlo! —Dijo mi madre tratando de mantenerse serena.— Quiero que te largues.

Detrás de la cámara. © [Tom Felton] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora