Capítulo veintiséis. | SEGUNDA TEMPORADA.

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Narrador omnisciente.

Escrita por Lin-Manuel Miranda, Hamilton era una de las mejores obras musicales que Magdala habría podido presenciar si no es que realmente era la única.

Aquel par de adultos había conseguido tomar asientos en un lugar ideal, ni tan cerca del escenario ni tan lejano, podían ver sin necesidad de esforzarse las maravillas de los actores de teatro. La sala había oscurecido para enforcar solo las luces al escenario, comenzaron relatando poco a poco la vida Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores, cada una de las piezas musicales fue compuesta de manera tan extraordinaria que era imposible no amar tan siquiera una de las canciones que se presentaba.

Armstrong era una mujer que disfrutaba de ver los talentos, podía pasar horas apreciando los bailes, los cantos y demás de las personas sin aburrirse, en algún momento de la obra la morena sintió un pequeño piquete en el brazo que posaba sobre la codera de su asiento y buscando el origen de aquella punzada se topó con Tom.
El rubio de ojos azules de su bolsillo había sacado disimuladamente dulces de leche extendiendole a su acompañante unos cuantos la cual tomó gustosa mientras reprimia una muy pequeña risa por la acción contrabandista de aquel actor.

Los dulces se acabaron al poco tiempo y en medio de esa comodidad creada entre ambos adultos, Moa había dejado caer su cabeza sobre el hombro del rubio el cual sorprendido pero sin estar molesto, por el contrario, fascinado, inclinó suavemente su cabeza sobre la de ella.

Un pequeño descanso fue necesario para los actores del teatro siendo ocasión perfecta para que los espectadores pudieran tener un momento para estirarse o ir al baño.
Tom y Moa no se movieron de sus lugares pero sin duda se alejaron rompiendo la cercanía que la oscuridad en el teatro había hecho.

— ¿De dónde sacaste los dulces? —Preguntó Moa con interés y diversión observando el envoltorio del último dulce de leche que tenía en mano cuando la luz regresó durante el descanso.

— Tomé unos cuantos de mi casa y creí que serías buenos para ver la obra. —Explicó con sutileza.

Moa rió enternecida.— Mientras no los dejes olvidados, todo bien. —Hizo una pequeña pausa.— ¿Recuerdas cuando te cosieron los bolsillos?

El rubio puso su mano sobre su rostro tratando de ocultarse mientras asentía.— Aún recuerdo el regaño que me dio vestuario por eso.

— Y todo por esconder dulces, y veo que la manía no se te ha quitado.

— Lo siento, lo siento. —Alzó muy levemente sus manos como si se diera por vencido. Sus ojos azules giraron al escenario.— No creí que te gustara Hamilton.

— Es la primera vez que la veo. —El rubio alzó sus cejas sorprendido.

— ¿Primera vez? —La morena asintió.— No creí que lo fuera ¿Y bueno, que tal tu primera impresión?

Aquella mujer se quedó callada un momento mientras balanceaba su cabeza.— Me gusta, hasta el momento me gusta, cantan bien y es entretenida. —Una sonrisa salió de esos gruesos labios cautivando la atención del rubio, tenía una sonrisa muy hermosa.
Tom amaba verla sonreír y amaba más ver como es que las mejillas de la chica se pronunciaban de una forma muy adorable.

El tiempo pasó dándole paso a la última hora de la obra y en todo lo que había pasado Moa nunca pudo sentirse más identificada con una de las canciones de Hamilton que la que cantaba la ahora esposa en la obra de Alexander, Eliza.

Detrás de la cámara. © [Tom Felton] Where stories live. Discover now