CAPÍTULO 20.

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Capítulo 20.

Náuseas.

FRIEDRICH.

El roce de un cuerpo me obliga a abrir los ojos, mi ceño se frunce, ¿por qué hay alguien en mi cama? Con la vista adormilada ojeo una enorme masa en mi cara ¿qué demonios...? Me incorporo y comprendo entonces que estaba durmiendo sobre el hombro de una chica, pero no cualquier chica, de Kaela.

Y básicamente tengo sus pechos en mi rostro.

Reparo el estado en el que ambos nos encontramos y llega a mi mente el recuerdo de todo lo sucedido hace algunas horas. Pienso que cuando terminamos debí irme, pero el sueño me ganó. No tengo idea de que hora es, pero debo marcharme de inmediato, no estoy acostumbrado a dormir con otra persona.

Con cuidado me levanto sin despertarla. 

Por un segundo me quedo hipnotizado viéndola. Ni durmiendo pierde esa esencia que posee y cautiva a cualquiera. Sus hebras rubias caen por su rostro y sus espesas pestañas adornan sus párpados. A decir verdad, nadie se ve bien mientras duerme. Pero ella por algún motivo si lo hace. La figura adormilada de la belleza de ojos azules es tan agraciada, que me grita que la pinte. Mis manos sienten la necesidad de trazar su bucólico rostro, en realidad, todo en ella me dan ganas de pintar.

Porque ella posee una belleza inaudita que no se ve en cualquier parte. 

Las joyas azules que forman parte de su rostro complementan su belleza, y no porque sean de ese color, sino por como se ven en ella. Sus ojos poseen un azul tan oceánico, que deslumbra a todo ser que tenga la dicha de mirarlos. 

Llevo mi vista hacia su cuello, está descubierto y noto que tiene pequeños puntos morados albergando su piel.

Sonrío por lo que cause.

Respiro hondo y finalmente me digno a levantarme. Me concentro en buscar la poca ropa que me queda, básicamente mi bóxer y mi pantalón porque la camisa quedó hecha pedazos por ahí, me pongo el pantalón rápido y hago un bollo el bóxer para guardarlo en mi bolsillo. Tengo que salir rápido de aquí. Me dirijo descalzo hacia la puerta y la abro con cuidado. 

Me quedo paralizado cuando veo a la menor de los Cavalcanti dirigiéndose hacia el baño. Solo espero que no me haya visto. Me quedo quieto esperando a que entre de una vez al cuarto, pero no sucede, ya que cuando está por abrir la puerta, para de golpe y gira su cabeza en mi dirección y lo único que se me ocurre es maldecir a todos los malditos demonios que existen.

—Hola, Friedrich.

Cierro la puerta con cuidado de no hacer ruido. Me acerco a ella y paso mi mano por mi rostro en modo de frustración. No me gusta hablar con las personas cuando me levanto, ni tampoco en cualquier hora del día.

—No viste nada—la amenazo. 

—No, claro que no, no he visto al chico semi desnudo que salió del cuarto de mi hermana—habla despacio—, para nada.

Para que negar lo obvio.

Me llevo las manos a mi cabello, peinándome. No tengo tiempo para esto. El movimiento de mis brazos hace que mis músculos se contraigan, y no se me pasa por alto la mirada cargada de descaro que me da la pequeña. Yo solo le levanto las cejas. Vuelve su vista a mi cara y lo único que hace es encogerse de hombros. Sin más, entra al baño de una vez y antes de cerrar la puerta me mira nuevamente. 

—Que tengas buenos días—dice con voz burlona y cierra la puerta.

Maldita criatura. 

Me quedo como idiota parado en frente de la puerta. Escucho a mi voz interna recordarme que debo entrar a la habitación antes de que alguien más me vea. Lo hago y me cercioro de que no haya nadie en el pasillo. Tantos años de práctica para nada. Me dirijo al reloj que se encuentra en la pared, son las 7 a.m. Mierda.

El arte de la tentación [En edición]Where stories live. Discover now