CAPÍTULO 62.

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Capítulo 62.

Milagros.

KAELA.

Segundo día consecutivo en el cual me encuentro aquí cautiva en un lugar del que no tengo idea.

Casi veinticuatro horas sin ir al baño y sin ingerir lo que Helga me ofrece.

Aun no tengo idea de que exactamente van a hacer conmigo.

No he dormido en toda la noche pensando en la situación, literalmente nada ha sido real durante nuestra relación.

Nada.

Yo lo estuve esperando por días cada semana para pasar tiempo con él.

Me sentí terrible cuando lo engañé con Friedrich. Creía que no se merecía eso.

Mierda.

Lo odio.

Yo no he sido una buena persona, pero él no merece mi benevolencia.

Encima Isaac no ha aparecido desde la última vez que vino después de Sara.

Mi muñeca se encuentra acalambrada y mi vejiga necesita descargarse o explotara.

—¡Alguien podría llevarme a un maldito baño! ¡¿O acaso quieren que me muera y mi muerte sea en vano?! ¡Idiotas!

Eso estuve gritando toda la mañana, pero nadie ha venido por mí.

Después de como la décima vez, alguien se decide por abrir la puerta lo cual miro con alivio, solo un momento hasta que me encuentro con la cara de Isaac.

—¿Por qué tanto escándalo, amore?

—No sé si te olvidas, pero tengo un sistema urinario. Necesito orinar antes de que me muera por una infección.

Tiene el tupé de rodar los ojos.

—No seas dramática.

—¿Dramática? Tú no eres al que tienen encadenado en una cama por su ex psicópata.

—Si quieres que tu vida aquí sea más llevadera, te aconsejo que midas tus palabras, amore.

Sin dejar de mirarme llama a no sé quién y aparecen dos gorilas gigantes por el umbral de la puerta.

—Subordinados, llevemos a mi prometida al baño.

¿Prometida? Oh no lo dijo.

—Ex— corrijo.

—Ah, creo que no estás enterada de las nuevas noticias.

Los dos gorilas se acercan hacia mí y con una gran habilidad rompen la cadena que se ata en mi muñeca. Esta se siente libre por primera vez después de horas. Comienzo a moverla acostumbrándome a mi escasa libertad.

Perdiendo tiempo observando mi mano, me doy cuenta de que por un momento tuve al menos la mínima posibilidad de escapar. Y más cuando los gorilas ponen unas esposas en mis muñecas, volviendome a atar.

Miro a Isaac, maldiciéndolo con los ojos.

Los gorilas me arrastran con brutalidad, lo cual me quejo.

—Con delicadeza porque les corto el cuello— impone con agresividad lo cual me hace hacer una mueca.

¿Gracias?

Ellos me llevan al baño más cercano hasta que me dejan encerrada con Isaac en él.

Lo miro molesta y agotada en partes iguales.

El arte de la tentación [En edición]Where stories live. Discover now