CAPÍTULO 54.

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Capítulo 54.

Odiarte es tan difícil. 

KAELA.

Desde anoche no puedo apaciguar esa calidez que siento en mi estómago después de todas esas palabras que Friedrich soltó.

Maldito Friedrich.

El maldito rompió mi corazón y lo volvió a arreglar en cuestión de horas.

Cuando me grito desesperado lo que grito. Tuve que pellizcarme muchas veces para averiguar si no estaba soñando.

En verdad no le creía.

Todo fue rápido y no me dio tiempo a procesar.

Al menos cuando dijo que no podía irse a Alemania. En ese momento, todo lo malo que estaba sintiendo se esfumó.

Por otro lado, ¿cómo podía creer que Erika tenía razón sobre su visión entre Friedrich y yo?

Por Dios, si Antonia se llega a enterar, le va a agarrar un infarto.

—Igual no te creas que lo que pasó la otra noche me lo olvidaré tan rápido. — le hago saber con los brazos cruzados.

—¿Ah, no?— pregunta con el ceño fruncido mientras conduce.

—Aja, ¡Me hiciste llorar!

—¿Lloraste?, Kaela, ¿cómo vas a llorar por un idiota como yo?

—Para que veas que lo que dije iba en serio.

Friedrich despega la vista del frente un momento y lleva una mano a mi muslo.

—Por favor, nunca permitas que vuelva a sacarte lagrimas, no valgo la pena.

—Si, de hecho, paré de llorar cuando me dije a mi misma que no merecías mis lagrimas.

—¿No las merezco?— ahora pregunta un poco ofendido.

Me rio y poco después él sonríe.

—Nadie merece tus lágrimas, cariño. — Aprieta mi muslo.

Ahora me dan ganas de lagrimear, pero de felicidad.

Anoche, después de las doce, nos acostamos en mi cama y pasamos toda la noche abrazados. No volvimos a hablar de nosotros, por lo que no estipulamos lo que somos o podríamos ser, todo es tan reciente que no quiero forzar nada. Supongo que lo mejor es dejar que fluya solo. De todos modos sabemos que él no se irá, así que tenemos todo el tiempo del mundo.

Busco la mano que se encuentra en mi muslo y la entrelazo. Friedrich me mira un momento y me sonríe, también me da un pequeño apretón que hace que mi corazón salte de alegría.

Mierda, ¿en qué momento me volví tan cursi?

Poco después llegamos a la heladería. Prometió que una vez que hayamos desayunado, me iba a traer por un helado debido a mi cumpleaños.

Ahora mismo me siento como una niña.

Entramos al establecimiento con las manos entrelazadas y caminamos hasta el mostrador, donde nos recibe Ian supervisando todo junto a su empleado. Cuando me ve, su rostro brilla con entendimiento.

—Ah, ahora entiendo todo, entonces él era el padre.

Friedrich nos observa confundido.

—¿Qué padre?— pregunta.

—Aquí tuve la falsa alarma de embarazo. — le susurro.

Asiente comprendiendo.

—Al final no estaba embarazada— digo sentándome en el taburete.

El arte de la tentación [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora