Cuando los dragones van a la guerra...

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●King'sLanding, la noche previa que la  Triarquía y Daeron partieron hacía Rocadragon

"Bronce... El bronce se abrirá paso en medio de las llamas...  Cientos morirán hoy, nisiquiera las bestias podrán salvarse de ser tragadas por el inmenso mar"

Esas fueron las palabras de Healena a la hora de la cena, después de que Aegon anunciará a los presentes en la mesa que Daeron y las flotas de la Triarquía estaban listas para partir a primera hora  a cazar a Rhaenyra y su familia en Rocadragon.

Aunque Alicent, Aegon y Oto no prestaron importancia a lo que Healena murmuraba una y otra vez, Aemond sentía curiosidad por saber que significaba, puesto que Healena parecía bastante consternada a la hora de decirlas.

—Healena ¿Está todo en orden?— preguntó Alicent empezando a sentirse incómoda por el estado de su hija.

La platinada ignoró por completo a su madre y continúo repitiendo la misma frase una y otra vez mientras miraba a un punto fijo.

—No pierdas tu tiempo con ella, madre. Nisiquiera sé porque aún se le permite estar aquí  con nosotros... Está claro que se ha vuelto loca ya— dijo Aegon con tono molesto.

—No hables así de tu esposa—le dijo Aemond mientras apretaba los puños por debajo de la mesa.

—Esto no te compete, hermano. Tú no deberías estar aquí tampoco, traidor— Aemond soltó una risa amarga.

—No puedes llamarme traidor solo porque no cumplo cada uno de tus caprichos igual que el lamebotas de nuestro hermano menor—.

—Eres un cobarde ¿Lo sabías? Ahora mismo tu deberías de ir al frente de todas las naves de camino a asesinar a todos esos imbéciles y ese par de putas que viven en Rocadragon— Aemond se puso de pie de golpe y dejó caer las manos echas puño sobre la mesa, provocando que todas las miradas se fijarán en él.

—¡ES SUFICIENTE! ¡AMBOS, CONTROLENSE!— Dijo Otto fastidiado y Alicent cerró los ojos un momento, frustrada por la mala relación entre sus hijos.

—Sino fueras mi hermano... Tu cabeza ya estaría en la punta de una lanza sirviendo como recordatorio de lo que obtienen los que deciden traicionarme— Aegon terminó de tomar el contenido de su copa y se levantó de su asiento para luego retirarse del lugar.

Aemond tuvo el impulso de seguirlo, pero antes de que diera un paso más, la mano de Healena sobre su brazo lo detuvo.

—Aegon no se equivoca, ¡Tienes que estar ahí! ¡Tienes que ir tras ellos y alcanzarlos!— por el tono en el que Healena hablaba, parecía que le estaba suplicando ir— ¡Tienes que ir, Aemond! y mantenerte cerca del agua—.

—Healena demuestra apoyar el reclamo de Aegon, solo faltas tú, Aemond. ¿Harás lo correcto? No somos Aegon, tú madre o yo quienes te lo piden, sino tu hermana— Otto miró fijamente a Aemond quien tensó la mandíbula en ese momento tratando de decidir que hacer.

[...]

Horas después, antes de que el sol salíera

Healena esperaba ansiosa la señal que Aemond le había prometido dar cuando fuese el momento.

Y así fue, cuando se suponía que todos debían ester durmiendo, el platinado dio un par de golpecitos a la puerta como clave.

Healena tocó el cuerpo de su hija, a quien había invitado a quedarse a dormir en sus aposentos esa noche, a sabiendas de lo que intentaría.

La cargó tratando de no despertarla y luego se levantó apresurada a abrir la puerta con cuidado de no hacer demasiado ruido.

—¿Estás segura de que está dormida? No quisiera que viera lo que traigo— dijo Aemond, quien traía puesta una capucha y parecía aterrado.

Fuego y Sangre: Aemma Velaryon Where stories live. Discover now