★ 1

82.9K 3.7K 318
                                    

Mi madre me ayuda a bajar del coche, pues yo con mis tacones no soy capaz de hacerlo sola.

Mi padre me sonríe desde el asiento del piloto y, hasta que no cierro la puerta, no se despide.

Me coloco el vestido negro de cóctel que hace dos semanas que me compré y me acomodo en mis stilettos negros de Christian Louboutin. Esos que me había comprado para Jorge.

–Venga, cariño, camina, que perdemos la mesa –me susurra mi madre, de cabellos ondulados y rubios y tez blanca, llena de pecas y algo morena por los Rayos UVA.

Empiezo a contonearme. Lo de llevar tacones no es lo mío, pero consigo mantener el equilibrio hasta llegar a la puerta del Simply Soft.

El maître nos atiende con una sonrisa radiante en aquel perfecto rostro de porcelana.

«Oh, señor, qué hermosura...», pienso, observando al hombre como si se me fuera la vida en ello.

–Tenemos una mesa para dos reservada a las diez.

–¿Su nombre, por favor? –pregunta él, con una voz aterciopelada y exquisita.

Sus ojos color miel entran en contacto con los míos haciendo que casi me atraganto con mi propia saliva.

–María Sastre.

–Mesa 88, por aquí, por favor.

Nos acompaña hasta una mesa justo al lado de la ventana en la que se puede apreciar toda la iluminación de la hermosa y antigua calle de Palma.

–Gracias, señor –dice mi madre, viendo que yo estoy empanada porque aquel dios me ha retirado la silla para sentarme en ella sin que me surja ningún problema.

El joven se va y nos quedamos mi madre y yo, mirándonos fijamente.

–Voy a llorar –le digo, apretándome con un dedo los lacrimales de los ojos.

–No hay razón –intenta consolarme mi madre, con una sonrisa alentadora.

–Iba a venir aquí con Jorge, él me iba a pedir matrimonio, haríamos planes, decidiríamos el nombre de nuestro primer hijo y disfrutaríamos de la cena como si fuera nuestra primera cita.

–María, por Dios, no seas ridícula. Ese gilipollas no merece que llores por él.

Las dos mesas de al lado se han girado hacia nosotras para fulminar a mi madre con la mirada. Sí, muy fina no es.

–Ya lo sé, pero no puedo evitarlo.

Bufo y saco un espejo de mi clutch decorado con piedras Swarovski. El mismo que me regaló Jorge en nuestro primer aniversario.

–Piensa en algo gracioso, a mí me funciona cuando discuto con el –baja la voz– imbécil –vuelve a aumentar el tono –de tu padre.

Parpadeo un par de veces hasta dar con algo que puedo decir, completamente distinto a mi historia con el supuesto chico de mis sueños.

–Nos han dado la mesa nazi –río, un poco demasiado alto, pues la mujer del lifting mal hecho de al lado me mira como si fuera una rata.

–¡Hija! Eso no es gracioso.

–No sé si recordarás cuando en bachiller me hice nazi. Lo tomé como una religión.

–Estás loca. Algún día te meteré en el manicomio –susurra ella, sonriendo.

Una chica con una coleta muy alta y muy estirada nos da una carta a cada una, enseñando su perfecta dentadura tras sus labios teñidos de borgoña.

El Chef (2015)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora