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–¿Qué quiere? – pregunta el maître del Simply Soft, mirándome de arriba a abajo cuando entro con mis uniforme arrugado y los tacones puestos al revés.

–He hablado antes contigo, creo. Soy María Sastre.

El chico, que no me debe superar en edad, mete una mano entre su mata de pelo oscura, arrugando la frente, supongo que intentando recordar.

Sus ojos color miel me analizan durante un rato, hasta que chaquea la lengua sin mucha emoción.

–Ah, sí, la que buscaba a Hugo. No ha vuelto– me dice, cruzándose de brazos.

–Ya, acabo de venir a verlo. Solamente quería dejarle un recado.

–Pensaba que no quería decirle nada. Además, si ya le ha visto, ¿por qué viene aquí? No tiene sentido.

Me descuelgo el bolso de un hombro y me lo cambio de brazo, pateando el suelo con mis tacones, algo afectada todavía por lo que acaba de pasar. Cabreada, más que nada.

–¿Puedes apuntar lo que te voy a decir o mejor lo hago yo? – pregunto, irritada.

El chico alza una ceja, oscura y de una forma ideal, y asiente, sacando una hoja y cogiendo la pluma de plata que hay sobre el ambón donde está el libro de reservas.

–No necesito que quieras verme para poder hablarte, aunque sí necesito hablar contigo. No me gusta mantener conversaciones por teléfono, menos para una cosa tan delicada como lo puede ser ésta. Sé que estás enfadado por tu madre, tu hermano y tu padre, pero no es mi culpa que tu familia sea una mierda desmoronada, así que no entiendo por qué tengo que pagarlo yo. Te espero esta noche en mi casa, mis padres intentan arreglar lazos reservando habitaciones en mi hotel a mis espaldas y me mienten diciendo que se van a casa de unos amigos, así que podremos hablar con tranquilidad. Cuando termines tu cena especial, ven, por favor.

–Ajá– dice el maître, dejando la pluma aparte y volviendo su mirada a la mía–. ¿Algo más?

–¿Para quién es la cena de hoy?– me inmiscuyo, sin saber muy bien por qué.

–Para la fiesta de compromiso de Ada Maria Zechner y Martín Santamaría, ¿por qué?

–No... No sé. Quería saberlo.

Alza ambas cejas, analizándome con desconfianza con sus ojos color miel, y, al final, niega con la cabeza y vuelve a su libro.

–¿Usted ha venido a este restaurante antes, no? – pregunta con curiosidad.

–Sí. Bueno, tres veces exactamente. El 28 de octubre, el 31 y... Bueno, hace un par de días.

–Ah, ya sé quién es. La de la tirita, la de la mosca, y la de la madre...– parece que va a adjuntar un adjetivo a mi progenitora, pero cuando levanta la mirada de nuevo, parece retractarse.

–Sí.

–Nunca había visto a Hugo con nadie desde Norma. Y eso que he visto a más de una intentarlo, pero...

–¿Norma? ¿Quién es Norma? – frunzo el ceño.

–La chica con la que salía antes, la hija de algún magnate cuyo nombre no recuerdo.

Veo una figura detrás del maître, acercándose hacia nosotros, que le palmea la espalda con fuerza cuando lo alcanza.

–Lope– dice alargando las vocales Bruno, que no podía ser otro–. ¿Te acuerdas de cuando Hugo nos amenazó de muerte si hablábamos de Norma a otra gente?

No sé por qué, pero no me sorprende.

–Hola, Bruno– me hago notar, poniendo una mano en mi cintura y alzando las cejas.

–María. Es curioso verte por aquí. Es curioso verte, en realidad, porque hacía más de cinco años que no coincidíamos y ahora estás hasta en la sopa.

Reprimo las ganas de pegarle un puñetazo. Es lo más imbécil de universo, no sé qué es lo que vio Ruth en él para plantearse el salir juntos.

Un escalofrío de repulsión me hace moverme involuntariamente hacia atrás.

Lope coge su pluma, la observa con detenimiento, y luego la utiliza para quitar la mano de Bruno de su hombro.

–El caso, que me desvío del tema, ¿qué haces aquí?

–Venía a dejar una nota a Hugo– digo yo.

–Ha ido a ver al chef y se ve que el polvo les ha salido de pie– se burla en voz baja al unísono el maître, que parecía servicial, educado y sin un ápice de humor, al menos, del que involucrara a otra gente.

Aprieto los puños a ambos lados de mis caderas, y taconeo nerviosa en el suelo. No entiendo ni por qué mi primer impulso ha sido venir aquí, si, total, a Hugo se la va a sudar si he venido después de ver cómo me ha echado de su casa.

–Entiendo. Bueno, María, entonces Lope se encargará de todo, no te preocupes, vuelve a tu trabajo de... Bueno, lo que sea.

–Directora del hotel Aíramparece querer imitar mi voz el moreno de ojos claros a la izquierda de Bruno.

Pero, ¿qué...?

–Yo... Bueno, dile a Hugo esto. Y si viene su padre, por favor, que me llame, que no he entendido lo del... ¿Personal? Sí, eso– balbuceo, sin saber muy bien lo que estoy diciendo.

Lope asiente, y Bruno se vuelve a dar la vuelta.

–Adiós, María.

Gruño en señal de despedida y me doy la vuelta, todavía sin entender qué acabo de hacer.

–Adiós, señorita Sastre – sugiere un más que radiante maître, como si no hubiera dicho en mi cara que Hugo me ha echado un mal polvo.

–Ya... Ya nos veremos.

Abro la puerta del local y salgo a la calle, no sin antes cruzarme de brazos con el móvil en la mano derecha.

No tardo demasiado en buscar en mis contactos el nombre de Rebeca y llamarla, porque, la verdad, es que nunca me habían echado, y, menos, un hombre del que probablemente me he colgado.

El Chef (2015)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora