★ 66

22K 1.7K 174
                                    

Me siento una intrusa haciendo esto, pero es necesario. Hace un día entero que no veo a mis padres, desde que se marcharon al hotel, y, a pesar de que esta tarde han vuelto más felices que nunca, no me he atrevido a ir más allá de un "hola, ¿qué tal la cena?", a las cuatro de la tarde. Pero ahora, tras haberlo meditado y premeditado dando vueltas a la llave que Hugo Schneider me ha regalado entre mis dedos toda la tarde, me he decidido.

Me da igual que sean la una de la noche, esto es más importante que dormir. Bueno, para mí, para mi padre no hay nada más importante que su almohada.

-¿Mamá? ¿Papá? ¿Estáis despiertos?- me obligo a preguntar, después de tocar repetidas veces la puerta de su habitación, oscura y silenciosa.

Oigo un gruñido y después uno de los dos enciende la luz.

Cuando lo hace, compruebo que he despertado a mi madre, puesto que el ronquido que hace mi progenitor indica que éste ya ha entrado en la fase REM y no pretende salir. Maldito amor por la almohada.

-¿María?- se le agudiza la voz, palpando a su izquierda, buscando el despertador que posteriormente se lleva ante la cara para comprobar que son la una de la madrugada- ¿Qué quieres a estas horas?

-¿Puedo pasar?- susurro, entrando de puntillas, procurando que la madera que cubre el suelo no cruja como normalmente lo hace.

Ella mueve una mano y la deposita en el colchón, para que me acerque. Y es lo que hago.

-¿Qué pasa?- repite cuando me siento, echándose hacia atrás con la mayor cara de mala hostia que he visto en años- ¿Tienes diarrea?

-No- casi me río con su pregunta, pero no.

Soy demasiado propensa a sufrir gastroenteritis y es de todo menos gracioso.

-¿Vómitos?

-No- repito.

-¿Tienes algo que haya merecido la pena que me despertase?

Hago una mueca y le doy unos golpecitos en la mano para que me mire, ya que ha cerrado los ojos y no parece su intención volver a abrirlos.

-Tengo una llave - la hago tintinear con el llavero en forma de corazón de Cartier recién estrenado.

-¿Y para qué necesitas una llave? Deja tus locuras y déjame dormir, Marieta, que tengo mucho sueño.

La zarandeo para que me haga caso hasta que vuelve a incorporarse.

-Eres un incordio- bufa, pasándose una mano por la cara y planeando las mil y una formas de asesinarme con lo que tiene a mano.

-No me tendrás que soportar más, mamá, así que sí, es importante. Como que tú te compres geles lubricantes para ir a mi hotel y papá quiera sobornar a Carlitos para que no me lo cuente.

Yo sabía que eso de tener una botella de ginebra dentro del armario escondida e ir bebiendo cuando no podía conciliar el sueño no era buena idea, pero, bueno, al menos digo lo que pienso.

-No sé qué coño estás diciendo ahora mismo, pero deja de darle al cascabelito ese y déjame dormir- gruñe, acurrucándose en la enorme cama de matrimonio en la que mi padre duerme como un auténtico campeón y mi madre yace, desesperada por mis frases sin sentido.

Bueno, y también puede que esté roja por lo que acabo de confesar que conozco. No creo que sea muy agradable que tu hija te pille cuando te acuestas con tu marido. Indirectamente.

Le doy un beso en la mejilla y ella da un manotazo al aire en respuesta.

-Me voy a vivir con Hugo Schneider, el chef que en su día no me quiso violar y me puso una tirita en el plato, hijo del dueño del Aíram y alemán en todos sus aspectos- susurro antes de separarme y dejar que ella procese mis palabras.

Cuando lo hace, se ocupa en hacérmelo notar con un repentino salto de la cama al suelo, haciendo crujir con fuerza la madera.

-¡Teresa!- grita mi padre, asustado, despertándose de su profundo sueño, con los ojos de par en par y las sábanas tapándole hasta la papada.

Pongo los ojos en blanco.

-Joder, mamá, pensaba que si no tenía diarrea no te interesaba mi presencia en esta habitación.

-¿Quién tiene gonorrea?- grita el sordo de mi padre.

Pronto me doy cuenta de que lleva sus tapones para los oídos puestos y, obviamente, no se entera de nada.

Me pongo de rodillas en la cama y alcanzo su altura con un brazo, arrancándole el tapón izquierdo de un zarpazo.

-Que se nos va, Antonio- la voz de mi madre está más despierta que Rebeca un viernes por la noche.

-¿La gonorrea?

Ella le pega una colleja a su marido con el otro brazo en jarra y frunce el ceño.

Me parece increíble que mi madre duerma con un pijama de Hello Kitty que antes pertenecía a mi hermana.

Aunque más increíble es que mi progenitor vuelva a estar roncando en cuestión de segundos.

Doy una palmada delante de su cara haciendo que sus ojos se abran otra vez.

-¿Qué?- dice, como si no se hubiera perdido nada.

-Tu hija, que se va a vivir con el monumento ese- suelta la vieja, riendo como una loca.

-Mamá, por Dios, que vas a despertar a todo el vecindario con esos gritos.

-No hay gente en hectáreas.

-¿Qué monumento?- suelta mi padre, más perdido que en el cementerio.

Giro la cabeza para fijar mi mirada en él, que se rasca la coronilla calva con dos dedos mientras observa la televisión apagada que tiene justo enfrente, totalmente dormido interiormente.

-Hugo Schneider- sus ojos pasan a los míos con confusión.

-¿Hugo Spider? ¿Qué pobre infeliz se llama araña de apellido?

-Schneider, papá, es alemán, y no es araña- me pego un golpe en la cara con la mano abierta, alucinando con este hombre-. Vino a casa una vez, cuando Andrés dejó a Lina y...

-Ah, el rubiales con tableta y muslos ejercitados.

No sé si asustarme o si dejarlo pasar.

-Supongo.

El pobre hombre ni siquiera está en este mundo, ya ha abandonado su posición terrenal y ahora se encuentra soñando en su mente mientras su cuerpo se mantiene en pie sin escuchar ni una palabra de lo que digo.

-Es repentino- mi madre pone una mano sobre la mía cuando lo dice.

-Hace unos meses que nos conocemos.

Le enseño la llave y el llavero de Cartier y se le cambia la cara.

-Es perfecto- digo, con la sonrisa más grande que jamás haya dibujado en mi rostro.

Pone una mano en mi mejilla y me sonríe a la vez que mi padre cae dormido una vez más.

-Te echaré de menos, pequeña- suspira, acariciándome.

-Y yo a ti, mami.

Le cojo de la mano y se la beso, haciéndola sonreír.

-Aunque, María, nunca lo olvides: ese chef millonario que ha conseguido una Estrella Michelín al restaurante de tu hotel de lujo nunca dejará de ser el ególatra arrogante que puso una tirita en tu plato dos semanas después de romper con tu supuesto amor verdadero.

El Chef (2015)Där berättelser lever. Upptäck nu