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Me siento hecha una furia en el caro sillón del Simply Soft. Mi madre lleva la boca llena de chocolate y me mira con los ojos brillantes. Demasiado azúcar.

Yo le devuelvo la mirada, con las orejas echando humo y los labios apretados.

–Adivino que el chef es un gordo imbécil que te ha querido violar –dice, sin parpadear siquiera.

Mis labios se sueltan un poco para formar una pequeña curva, algo parecido a una sonrisa.

–El chef está como un queso y, por desgracia, no me ha querido violar. Pero en lo de que es imbécil, vamos que si lo es.

–Dime que le has hecho una foto. –Sus ojos brillan mientras se limpia las manos con su servilleta.

–Claro, mamá, le he hecho una foto con mi mente mientras discutía con él por meterme una tirita en mi comida.

–Exagerada –alarga la segunda a, mientras hace un gesto con la mano, en señal de despreocupación.

Me llevo una mano a la frente y niego con la cabeza. Esta mujer no tiene remedio.

Mientras observo cómo termina de zamparse los restos de postres, pido champán.

–¿Qué celebramos? –pide mi madre, algo confusa.

–Que lo he dejado con Jorge.

Se me empañan los ojos.

–Sabes que si lloras te pican las lentillas.

–Lo sé, lo sé.

Miro hacia arriba, intentado que no caigan lágrimas por mis mejillas, sorbo por la nariz y nuestro una gran y falsa sonrisa.

La camarera que nos atiende se planta ante nuestras narices con un Moët & Chandon Rosé, sonriendo como una paleta.

–Ay la madre –bufo cuando lo veo –. Me va a costar un riñón y medio.

La jovencita nos sirve el champán como una profesional y, cuando se va a ir, la detengo con un pequeño chillido.

–¡Moza!

La chica se vuelve hacia mí, con los ojos centelleantes y la cara roja. «No me hubieses servido tirita con carne».

–¿Qué quiere, señora? –pregunta, con una falsa sonrisa en sus finos labios.

–El chef es un poco tocapelotas, ¿no crees?

–¿El... El chef? –tartamudea.

–Sí.

–Bueno... Él es... Especial.

–¿Te lo estas tirando?

Mi madre me pega una patada por debajo de la mesa, que hace que yo suelte un gemido de dolor.

–No... Señora... No...

–Señorita, por favor, no estoy casada –la corrijo.

–Lo contrataron hace unos meses. Es alemán, por lo que es un poco frío y...

–¿Se puede saber qué estás diciendo, Margarita? –pregunta el maître, apareciendo como un ángel tras ella.

«O como un dios ».

–Yo... Yo...

–Le he preguntado por el que limpia su casa, necesito a alguien urgentemente, la Paqui tiene una contractura, así que si no contrato a alguien rápido mi casa va a parecer una pocilga –improviso, mirando los oscuros ojos del maître. Sin duda, el chef es mucho más guapo que él, pero éste es más atractivo.

–Ehm... Señora... Esto es un restaurante, no debería preguntar esas cosas... Aunque yo no debería meterme en sus asuntos...

–¿No tiene mesas que atender? –pregunta mi madre, mirándole el culo, puesto que el chico está girado hacia mí.

El chico asiente y echa una mirada fulminante a la pobre camarera, que está al borde del infarto.

–Tráigame la cuenta, por favor –pido, sonriendo.

–Por supuesto.

La chica se va, dejándome a solas con mi madre, que me mira pícara.

–Como se lo esté tirando te juro que vuelvo un día aquí y le parto la cara– rechisto.

–¡María!

–De verdad, que me los tiene a todos pillados.

–Has dicho que el chef es un imbécil.

–Y lo es, pero no es razón para que deje de ser guapo. Si le mira con aquella cara con la que mira al maître...

–¿Y no es que les teme o algo? –razona mi madre.

Hago una mueca.

–Pero entonces no tendría gracia.

–No todo ha de tener gracia, pequeña.

–Pues menuda mierda.

La mujer del lifting mal hecho se levanta junto a su marido gordinflón y se tambalea sobre sus tacones kilométricos. Me echa una mirada furiosa y mira con suficiencia a mi progenitora, que le saca el dedo corazón en menos que canta un gallo.

–Metételo por donde te quepa –dice la mujer, elevando las cejas.

–Es verdad, a ti no te cabe ni un mililitro de bótox más, ¿cómo te va a caber mi dedito? –se burla mi madre.

La mujer frunce el ceño y agarra a su marido por el brazo, mientras se alejan.

Miro hacia su mesa y veo que han dejado cincuenta euros de propina. «Oh, señor, cincuenta euros».

–Voy al baño –dice mi madre.

Se levanta y desaparece segundos después.

Yo repiqueteo mis dedos sobre la mesa, observando la calle por detrás del cristal.

Un hombre con camisa blanca y jeans pasa por delante, caminando a toda prisa, como si estuviera estresado, agarrando un maletín con fuerza.

–Me cago en la...

Veo cómo se para de repente para sacarse del bolsillo de atrás su móvil. Mira la hora mientras yo miro su culo. Estoy muy necesitada, Dios.

Se gira hacia mí, dejando ver su rostro angelical, serio e imponente, pero a su vez angelical.

–Malditos alemanes –susurro, viendo cómo el chef se vuelve a girar y se aleja de la ventana polarizada del lugar donde trabaja: el caro restaurante de dos Estrellas Michelín Simply Soft.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now