★ 24

31.1K 2.1K 145
                                    

Me siento en una mesa vacía al fondo del comedor.

Hoy no me apetece sentarme con nadie del trabajo a comer y menos con un cliente. Lo espantaría. Y a bastantes he espantado esta semana para espantar más ahora comiendo espaguetis con tomate.

Abro la botella de Coca-Cola y el sonido del gas hace que me recorran mil sensaciones por el cuerpo. Por ejemplo, la sensación de obesidad. Debería hacer dieta.

Cojo mi tenedor y mi cuchara y empiezo a enrollar unos cuantos espaguetis. Luego los dejo porque recuerdo que no he puesto queso.

Doy un sorbo a mi refresco y las burbujas de éste cosquillean mi paladar.

Sonrío como una boba, sin saber por qué.

Miro a mi alrededor. Normalmente, a las cuatro no hay nadie comiendo. Las cocinas cierran a las tres, por lo que a partir de esa hora no dejan entrar a nadie más.

Cerca mío hay una pareja muy acaramelada que se comen más entre sí a besos que los trozos de tarta a medio comer que tienen en sus platos.

A lo lejos hay una mesa de unas diez o doce personas que ríen desmesuradamente, probablemente por el exceso de alcohol y la falta de siesta.

La última mesa que está ocupada es la de unos siete empleados, quienes disfrutan de su compañía tanto como yo de mi soledad.

Me añado el queso a los espaguetis con tomate (sin carne, pues sigo siendo vegetariana a pesar de todo) y vuelvo al ataque.

Justo cuando mi cara está más sucia que la de un cerdo después de revolcarse en el barro, alguien se sienta delante mío.

Le echo con la mano, cabizbaja. No me apetece que me vea nadie con estas pintas. Podría perder el respeto que me he ganado.

Pronto recuerdo que no tengo ningún respeto ganado.

–Sería la primera vez que no encuentras algo fuera de lo normal en uno de mis platos.

Levanto la cabeza y veo al gilipollas del supuesto chef, que se ha rebajado a cocinero.

–Ahora rezaré para que no me hayas puesto veneno en mis espaguetis.

–No hace falta que reces, es demasiado tarde.

El acento alemán hace parecer que está sucediendo algo serio, lo que en realidad ocurre. Pronto me doy cuenta que las erres forzosamente pronunciadas son en broma.

–Cállate– le digo, pegándole una patada por debajo de la mesa en la espinilla. No debería estar aquí. En mi hotel, digo. Y tampoco delante de mí, porque nunca más debería haberle visto.

Lleva una chaquetilla con su nombre, la misma que llevaba el día que le encaré en el Simply Soft. Parece que hace tanto cuando fue hace tan poco...

Después de un segundo de pensamiento filosófico hago una mueca y observo cómo me mira la boca.

Instintivamente me pongo roja como la salsa de mis espaguetis y aparto la mirada. ¿Será posible?

Me llevo una mano a las comisuras para quitar hierro al asunto y me las pringo de salsa.

–Mierda puta joder– vocifero, haciendo que Hugo levante las cejas con diversión.

–Debo aplicar ese nuevo método para cagarme en todo.

Me pongo a reír como una foca, sin poder remediarlo. Su comentario realmente me ha hecho reír. Al menos no es una arma acorazada con pared de hielo.

–No es gracioso– dice.

Tal vez sí que sea de hielo.

–Oh, vamos, escúchate.

–Lo hago.

Una pequeña risa se escapa de entre mis labios.

Cojo una servilleta y me limpio la boca, volviéndola roja.

–Santa Clauservilleta– bromeo.

Él levanta una ceja, haciéndome ver infantil e inmadura. Que lo soy, pero no hay necesidad de recordatorio.

Coge mi botella de Coca-Cola y bebe un sorbo.

La forma en la que su tristemente marcada nuez se mueve levemente arriba y abajo provoca algo en mí hasta ahora desconocido.

–¿Qué miras?– inquiere, bajando la cabeza y clavando sus dos zafiros en mis tristes y ocultos por cuatro dioptrías de cristales ojos marrón chocolate.

En realidad, son simplemente marrones, como los de la mayoría del mundo, pero a mí me gusta embellecerlo llamándolo "marrón chocolate".

–Los pedos que te tiras.

Cierra los ojos y toma aire, mucho aire. Muchísimo aire. Tanto, que no sé cómo no le explotan los pulmones.

Pone las manos sobre la mesa y las junta, como si fuera un presentador de televisión a punto de decir algo importante. En su lugar, suspira fuertemente y me mira con desesperación.

–No entiendo por qué estás más que maleducada conmigo y de repente te vuelves ¿agradable?– dice, ladeando la cabeza, con el ceño fruncido y los labios bien apretados.

Oh, Dios, está adorable con la cabeza ladeada.

–Porque me sale del...

–¿Ves?

Asiento, dándome cuenta de mis cambios drásticos. Aunque, claro, quién tuviera a este hombre delante y le oyera abrir la boca.

–Debo ser bipolar– bromeo, a sabiendas de que no es un tema demasiado gracioso de tratar.

–No hagas burla.

–No la hago.

–¡Me desesperas!– brama, pegando con los puños un fuerte golpe en la mesa, haciendo que esta se tambalee.

–No sé qué haces en mi hotel ni en mi vida, así que eres tú el que me desespera a mí– digo, muy tranquila, enrollando unos espaguetis y comiéndomelos.

–Estoy aquí por ti, Marría.

–María– interrumpo.

–Lo que sea.

–¿Y qué se supone que tengo que ver yo en todo esto?

–Tú me jodiste el negocio, así que yo joderé el tuyo.

Abro mucho los ojos y le miro. Su rostro refleja el cabreo extremo.

–Genial. Me parece bien, muy justo. Estás despedido, por cierto, debería de haberlo hecho nada más saber de tu contrato, pero he esperado hasta que pronunciaras esas palabras de mierda– suelto, sin más.

–Resulta que no me puedes despedir– dice, arrogante, como si tuviera algo que hacer en esto.

–Compruébalo. Fuera de mi puto hotel. No te quiero ver nunca más.

De repente, sonríe. Nunca había visto una sonrisa tan ideal, tan bonita, y a la vez tan falsa.

–Deberías preguntarle al verdadero dueño qué opina sobre que quieras despedirme. De todas formas, él es quien realmente decide.

Frunzo el ceño mientras le veo marchar, levantándose con la mayor elegancia de la silla gris del comedor, ahora vacío y sin vida, de decoración simple y a la vez moderna, no tan ostentosa como la del Simply Soft.

Miro mi reloj. Es tarde y mis espaguetis están fríos.

¿A qué se refiere con lo de "pregúntale al dueño"?

Mi jefe, Conrad Schneider, es el dueño.

Ah, y comparte apellido con Hugo.

Jamás me había sentido tan inútil, utilizada, y gilipollas.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now