★ 43

28.5K 1.9K 87
                                    

Las ruedas de mi Mini Cooper rojo chirrían cuando aparco en el vado permanente que hay enfrente del edificio.

La gente que está deambulando por la calle se gira para observarme, dejando una fila de coches tras el mío que no pueden pasar por la estrecha calle del Casco Antiguo de Palma.

Salgo del coche hecha una furia, con mis vaqueros grises y mi camisa blanca vaporosa arrugados, poniéndome de mala manera un abrigo largo negro de lana y algodón, junto a mis gafas de sol graduadas, algo más grandes que mi cara, bastante más grandes que el puente de mi nariz.

Oigo el pitido de los coches, esperando que saque mi Mini de la calle, preparados para embestirme si hace falta.

Corro lo más rápido que mis botines negros me permiten, dejando atrás el cláxon de varios coches cuyos dueños están a punto de explotar contra mi persona.

No me espero volver y encontrarme mi queridísimo Cooper en perfectas condiciones, ni mucho menos; solamente espero que no se lo hayan llevado.

Volteo mi cabeza y veo cómo el hombre que conduce el Seat Ibiza negro que hay pegado al mío me saca el dedo del medio y me grita barbaridades que escandalizan, incluso, al chihuahua que se me cruza por delante, seguido por su dueña, que me mira con suficiencia.

Entro en la recepción del restaurante lo más rápido que puedo y casi me caigo cuando choco contra una chica vestida de traje que guarda el ambón donde tiene el ordenador y un libro de reservas, guardado como si fuera la propia Biblia.

−Señorita...− suspira, como si fuera un personaje de alguna telenovela cutre de esas que mi madre se pasa horas mirando.

−Vengo a ver a Hugo Schneider. Es urgente.

La chica me mira con contrariedad, pero no le hago caso.

−El chef está ocupado en estos momentos, no puedo permitir que pase a verlo, lo siento.

Levanto las cejas y me quito las gafas de sol para ponerme seguidamente las graduadas que dificultosamente se me colocan correctamente en las orejas.

La fulmino con mi ya mirada limpia y ella niega la cabeza, como si esto fuera un bingo y me hubiese equivocado en un número.

Bufo todo el aire que me queda en los pulmones y luego hincho mi pecho, preparada para hacer lo correcto.

Con una bocanada de aire más, aparto a la chica de mi camino y abro la puerta que lleva al comedor del Simply Soft.

Doy un par de zancadas a toda prisa, alejándome de la que supongo que es la recepcionista, que me persigue como si fuera su perrito escapándose por el parque.

Aumento mi velocidad hacia las cocinas, esperando llegar antes de que la cara de pan de la chica me alcance. Por mucho empeño que le pongo, no lo consigo, pues me agarra del brazo con tan poca delicadeza que me duele hasta el alma.

−¡Hugo!− grito, esperanzada.

La chica me arrastra murmurando cosas ininteligibles hasta que le doy un codazo en las costillas y me zafo de sus manos sudorosas.

Me pongo a correr lo más rápido que puedo, a cada vez más cabreada.

El olor a café me distrae por un momento, pero consigo llegar a la puerta oscura antes de que Cara de Pan me alcance.

Impulso la puerta haciendo que se abra de par en par, dejando ver mi silueta en la ajetreada cocina.

Varias cabezas se giran hacia mí, pero ninguna de ellas es la que busco.

La recepcionista aparece enseguida, inmovilizando mis brazos como si fuera un gorila de discoteca y yo una menor alcoholizada. Como Rebeca años atrás.

−¡Sueltame, zorra!− chillo, alucinando a los presentes.

El hombre más alto de todos se acerca a mí a paso agigantado, limpiándose las manos en el trapo que lleva atado a la cintura. Le pegaría una hostia si no estuviera inmovilizada.

−¿Se puede saber qué coño estás haciendo aquí?− brama, alarmando a Bruno, que acude en mi búsqueda para reírse en mi cara por mi actual posición.

A ese sí que lo dejaría hecho un mapa. Maldigo el día en que le contrataron en el restaurante que más he visitado durante las últimas semanas.

−¿Se puede saber por qué no estás en mi hotel trabajando como acordamos?− le digo, en el mismo tono con el que él me ha hablado.

–Primero– dice, mucho más tranquilo, apartando con una sola mirada a la mujer que me tiene agarrada, haciendo que me suelte–, no es tu hotel.

–¡Me importa un pimiento!– grito, cruzándome de brazos y haciendo un puchero.

–Segundo– sigue, ignorándome como de costumbre–, no tengo la obligación de estar en el Aíram cada mañana. Necesito días libres yo también.

–¡Los días libres los pongo yo!– le reprendo.

–Y tercero– vuelve a obviar mis palabras, haciéndome enfurecer aún más–, soy el chef de este restaurante de dos Estrellas Michelín y me necesitaban esta mañana. He acudido como buen trabajador que soy.

Su sonrisa de suficiencia me impulsa a hacer algo de lo que me arrepiento enseguida.

Mi puño se estampa contra su mejilla en un arrebato, haciéndome daño en los nudillos.

El espanto en la cara de los presentes me recuerda que lo que he hecho, que, por muy satisfecha que me haga sentir, no está bien.

–De acuerdo– dice, frotándose la mejilla, con un gesto de dolor que nunca había visto en sus ojos–, me lo merecía.

No sé qué me desconcierta más, si la pasividad en su voz o que haya reconocido que ha sido un gilipollas.

–No te atrevas a acercarte a mí. No ahora.

Parpadeo un par de veces hasta encontrarme con sus dos zafiros, que me atraviesan como espadas, llenos de impotencia.

A mi mente vienen las palabras de Andrés, las de la noche anterior, su confesión y el dolor en cada sílaba que pronunciaba.

Andrés no es como él.

–Deberías haber avisado– le amenazo con un dedo, fingiendo que no me duele la mano.

–Mi padre es el puto dueño, no tengo que darte explicaciones de nada– gruñe, apretando los dientes con suficiencia.

Doy un paso hacia atrás, afectada por el doble sentido de sus palabras, aunque no logro entender del todo lo que quiere decir.

–Yo no quiero que me dé explicaciones de nada, señor Schneider. No hace falta que me hable nunca más.

De pronto, los ojos de Hugo se mezclan con las palabras de mi cuñado y, por primera vez, encuentro semblanza entre los dos.

La expresión de dolor es la misma en ambos, con la única diferencia de que Andrés estaba a oscuras.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now