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Al llegar a casa y pisar el salón, al primero que me encuentro es a mi eventual cuñado, quien intermitentemente aparece y desaparece de mi casa como el fantasma que aparenta ser.

–Andrés– pido atención.

Él y sus ojos cerrados me ignoran. Malditas siestas profundas.

Me tiro en otro sofá, dejando los pies colgando, relajándome.

El golpe seco que hace mi bolso cuando se estrella contra el suelo hace remover a mi cuñado, que a pesar de ello no se despierta.

Bufo mirando al techo y cruzándome las manos sobre el estómago. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Vale, de acuerdo, he hecho demasiadas cosas para merecer esto.

Y no precisamente buenas.

–¿Hum...?– pronuncia Andrés después de un suave ronquido que le despierta.

–Roncas como un rinoceronte en celo– digo, mirándolo, echando la cabeza hacia atrás y viéndolo del revés.

En realidad no estaba roncando, pero me da gracia la cara de la gente después de decirle que ronca. Es divertido.

Se frota los ojos y bosteza, ignorándome.

–¿Me estabas observando mientras dormía?– pregunta, con la voz ronca.

–Solo un rato– río, viendo sus ojos caídos por el sueño y sus labios hinchados.

–Estaba babeando, ¿verdad?– dice, llevándose una mano a la boca y recuperando su voz normal.

–No sé, en realidad no te miraba a ti. El techo es más interesante que tú– me sincero, cerrando los ojos y levantando las cejas.

Me reincorporo con su gruñido y le miro con diversión.

En definitiva, mi cuñado es muy guapo. Sus ojos celestes hacen perder la noción del tiempo y su pelo castaño contrasta de maravilla con ellos. Sencillamente perfecto.

–¿Me puedes explicar por qué Carolina aún duerme?

La realidad vuelve a mí. Y es la realidad en que mi hermana tiene novio, yo he besado a un chef de dos Estrellas Michelín y mi mejor amiga se ha acostado con mi ex.

–Bebió por lo menos veinte chupitos y diez copas. Yo no esperaría que se despertara hasta mañana– digo, medio en broma, medio enserio. Lina es capaz de eso y más cuando va borracha.

–Deberías controlarla– me riñe.

–Deberías hacerlo tú– digo, ofendiéndome–. Es tu novia– recalco la última palabra, con los ojos ardiéndome, a punto de echarme a llorar como una imbécil.

Me levanto y cojo el bolso del suelo.

De allí saco la camisa que le regalé a Jorge una vez cuando todavía estábamos juntos que se encontraba debajo de la cama de Rebeca y la dejo sobre el sofá.

El bolso me lo cuelgo en el hombro y voy directa al recibidor, para colgarlo en el perchero que hay a la izquierda de la entrada.

–Cántame una nana– pide, divertido, quitando hierro al asunto cuando me ve llevarme una mano a los ojos y limpiarlos.

Le agradezco el gesto.

–¿Quieres no volver a dormir en tu vida por oír mis cantos de sirena?– sorbo por la nariz, intentando sonreír.

Él asiente con la cabeza y se echa a reír. No sé a qué viene tanta felicidad. Yo no podría ser feliz después de despertarme. Es prácticamente imposible.

–Oh, vamos, Lina canta horrible, pero me canta– dice entre risas.

–Te voy a cantar "I dreamed a dream".

–¿Te gustan Los Miserables?– me mira con la cabeza ladeada.

–Sí. Y probablemente sea la única canción que pueda cantar sin música.

Él baja el trasero por el asiento y se pone las manos cruzadas sobre la barriga. Cierra los ojos y entreabre los labios.

Empiezo a cantar como una gallina perseguida por un león y me siento a su lado.

Andrés abre los ojos de vez en cuando, mirándome y sonriendo.

Cuando termino de cantar y parece que está más relajado que antes, cojo un cojín y se lo lanzo a la cara.

Él me lo devuelve con más fuerza, con los ojos cerrados, pero más atento y con mejor puntería que yo.

–¿De dónde te sacas tanta confianza?– digo, dejando a un lado el arma homicida y sentándome con las piernas cruzadas en indio.

–Me caes bien– afirma, reincorporándose–. Después de todo, eres la hermana de mi novia y, quieras o no, algún día seremos familia.

–Te digo yo que no.

–¿Por qué?

–No os veo juntos– me encojo de hombros, mirando con vivacidad el perfecto rostro de mi cuñado.

Su nariz recta y sus labios algo carnosos suben y bajan por la contracción de sus músculos cuando piensa algo desagradable.

Sus ojos celeste se clavan en los míos en un momento de despiste y noto una puñalada en el estómago.

Pero, ¿qué...?

–Es decir, tú estás lo que se dice bueno y ella... Ella es mi hermana pequeña.

–¿Gracias?

Sonrío, viendo cómo su rostro se muestra desconcertado.

–Ya sé que la quieres– bufo, tocándome el pelo.

Su sonrisa débil y tristona me devuelve a la realidad.

Maldita realidad que siempre me recuerda lo mismo.

–Tengo que irme– digo, levantándome, como si llevase un petardo en el culo.

–¿No te quedas un rato más?

–No. Necesito alcohol.

Sus ojos celestes se hacen pequeños con la dilatación de sus pupilas.

–Nunca me he emborrachado– asegura, como si yo fuera a creérmelo.

Se levanta y me toma de la mano.

–Si mi futura mujer ha podido, yo también.

Más cursi y no nace.

Algo me impulsa a sonreírle.

–No es bueno salir conmigo. Soy un muermo– río, descubriendo mi triste alma para nada fiestera–. No bailo, no canto, no me dejo tocar y... Bueno, odio el reggaeton. Lo único que hago es sentarme en el taburete de la barra y beber hasta caer redonda. Lo más divertido que he hecho cuando he salido de fiesta ha sido romperle la nariz a un tío que quería ligar conmigo. Fue la mejor noche de mi vida.

–Teniendo en cuenta que las fiestas a las que he acudido eran de etiqueta y solamente servían champán mientras la gente hablaba gesticulando, eso suena mucho más que apetecible.

–Quiero ir a una fiesta de esas– suelto, abriendo los ojos y subiéndome las gafas.

–Prometo llevarte si tú me llevas hoy contigo.

De repente la iluminación viene a mí, como la gran interesada que soy y planeo la mejor noche que mi cuñado haya podido tener jamás.

Y, para ello, necesitaré a Rebeca, la que compartió fluidos con Jorge, a quien también recurriré.

Otra noche de larga agonía.

El Chef (2015)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora