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Me tiro en el sofá, después de venir de las últimas horas de trabajo, exhausta, intentando adivinar la procedencia del riquísimo olor que impregna la gran mayoría de la casa.

Mi madre sé que no está, me dijo que iría a no se qué reunión de antiguas alumnas con mi hermana, preparada para ver a la generación de la pequeña de la casa ya creciditos, lo que también me descarta a Lina.

Aspiro el delicioso aroma a manzana y expulso todo el aire acumulado en mis pulmones de una sola vez.

Cierro los ojos, pensando en la última vez que tomé un postre en condiciones, en el Simply Soft.

Benditas fueran las delicias del señorito Schneider y maldita sea su alma fría y cínica.

Mi jefe, su padre, ha disculpado su falta de presencia por el mero hecho de que un jeque de algún país árabe iba a desayunar al mejor restaurante de toda la isla.

Cambio mi gesto con sólo pensarlo.

Mi padre aparece de no sé dónde con un periódico en una mano y un trozo de chocolate negro en la otra, masticando a gusto, con su bata azul marino y sus pantuflas con interior de lana, calentándose los siempre fríos pies.

–¡Papi!

Se sobresalta con mi repentino grito ahogado, pero solamente me mira incrédulo por encima de sus gafas progresivas, muy de anciano, pese a que él no sea ni de la tercera edad por falta de años.

La calvicie que presenta en varias zonas de su cabeza brilla con la luz de la lámpara que tiene detrás, justo encima de la enorme mesa de madera de roble que hay en medio del comedor, separado por un pequeño escalón del salón, donde me encuentro yo.

Asomo mi cabeza por el último cojín del sofá y sonrío, apoyando mi barbilla en él.

–¿No era que tenías no se qué en el colegio?– pregunta, después de tragar el ya masticado chocolate que tenía en su manchada boca.

–Esa era Carolina.

–Ah.

Tantos años y ni se ha dignado a preocuparse por lo que hacemos la una o la otra.

–Entonces tú tendrías que estar trabajando. Son las siete– mira el reloj instalado en su muñeca y se corrige–. Las seis.

–He salido pronto. Mañana tengo libre, así que he decidido alargar mis vacaciones.

–¿Dos horas?

–Dos horas.

Él asiente con la cabeza abriendo los labios, como si le importara un pimiento lo que le acabo de contar.

–Pero mañana hay resumen de Fórmula 1 en la tele– dice, al cabo de un rato, habiendo meditado antes sus palabras.

Niego con la cabeza y me dejo caer otra vez, oyendo el arrastrar de pies de mi padre, quien prácticamente me ignora cuando pasa por delante mío y se echa en el sofá más pequeño, el que tiene su nombre asignado. Supuestamente.

Termina el chocolate que tiene en su mano y suelta el periódico sobre sus piernas, que tiene cruzadas, abriéndolo por detrás y mirando la programación de la televisión.

–¿No me cuentas nada interesante?– le pregunto, aburrida, olvidando el olor que hace rato que perfuma el ambiente.

–Hoy echan la Guerra de las Galaxias.

Suelto un gruñido de desesperación. Las conversaciones con mi padre son siempre alentadoras.

Con ayuda del otro pie, me saco los zapatos de tacón que hace tiempo que me molestan, dejando mis dedos respirar tras unas medias de nylon decoradas con varios agujeros que les he ido haciendo a lo largo del tiempo que las he llevado.

–¿Has visto a tu madre?– dice de repente él, dejando el periódico aparte y cruzando las manos por encima de su barriga cervecera.
Lástima que esté delgado, sería gracioso ver un auténtico vientre hinchado.

–Está con Carolina en el cole, te lo dijo ayer.

–¿Ayer cuándo?

Me incorporo y le miro, totalmente seria.

–Pues ayer, el día anterior a hoy, un día antes, cuando respondiste un "ajam". Lo que pasa es que tu no escuchas.

Se rasca la cabeza por la parte en que aún tiene pelo, canoso y negro repartido a partes desiguales, mirándome completamente desubicado.

Definitivamente, mi padre es un empanado mental.

–Yo no lo recuerdo– dice, encogiéndose de hombros–. Debió decírtelo a ti sola.

–Estabas tú conmigo, estábamos viendo un programa de cocina con ella.

–¿Y el soplagaitas ese?– pregunta, cayendo por primera vez en que había alguien más en la casa.

–No sé, no le he visto, creo que debe estar con Carolina, pero no estoy segura de qué está haciendo.

–Prepararle una noche romántica a la mequetrefe– alza las cejas.

No puedo oprimir el ligero pinchazo que siento en el estómago, mucho menos el ceño fruncido inmediato, por culpa de las explicaciones innecesarias de mi padre.

–Pues a lo mejor...

Ante de que pueda continuar, oigo unos pasos venir hacia nosotros.

–Apfelstrudel para todos– me interrumpe, llegando al comedor desde la cocina, con una bandeja en sus manos, coronada por un hermoso pastel.

Levanto la mirada y sus ojos se clavan en los míos, como si no esperaba encontrarme sentada en el sofá.

–¿Y tú que haces aquí?– decimos al unísono, haciendo de nuestra voz una, por muy aterciopelada que resulte la mía y lo musical que suene la suya.

El Chef (2015)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora