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–¿Quieres un té?

Niego con la cabeza, sentándome en el sofá de piel que tantas veces me ha ayudado a superar crisis nerviosas.

–¿Un café?

Vuelvo a negar con la cabeza, con un gesto de asco plasmado en el rostro.

–¿Ginebra?

Levanto la cabeza hacia la que se suponía que era mi mejor amiga, que se frota las manos mientras mira un punto fijo, perdida en su propio mundo, como si estuviera reflexionando sobre lo que tiene en la nevera.

–Vodka– suelto, sin más. Ni siquiera sé a qué sabe el vodka.

Sus ojos grises caen sobre los míos por primera vez desde mi llegada.

Hacía unos días que no sabía nada de Rebeca.

No me he molestado en llamarla, ni siquiera he estado pensando en ella. No después de lo zorra que ha sido acostándose con alguien a quien, supuestamente, odiaba desde que me dejó.

–Bien– dice y desaparece de su salón, dejándome observando cada rincón que tengo memorizado en mi privilegiada mente de mejor amiga. Por desgracia.

Tamborileo mis dedos sobre mis muslos a la vez que me cruzo de piernas.

Los ojos dolidos de Hugo vuelven a mi mente y me provocan una extraña punzada de dolor en mi estómago.

Maldito imbécil.

–Entonces– reprende la conversación que hemos dejado a medias en el portal de su casa, entrando con una botella de vodka de un tono violáceo y dos vasos en el salón– , si no me equivoco, has desatado la furia del dragón.

Mi corazón da un vuelco y levanto la mirada de golpe.

–¿Qué dices?– exagero, moviendo los brazos como una posesa.

–Ese hombre no tenía cara de ser muy pacífico, que digamos.

Recuerdo que la única vez que Rebeca coincidió con Hugo Schneider fue cuando me separó paranoico de mi cuñado en aquella discoteca del Paseo Marítimo. Y no fue precisamente un encanto ni una delicadeza.

–Es complicado– concluyo, aceptando el vaso de alcohol y bebiéndomelo como si fuera un jarabe–. Qué asco de líquido.

–Eres tú la que lo ha querido– ríe, bebiéndose su parte y sirviéndose otra ronda.

–Yo de ti no iría a la operación borracha. No sé, por la seguridad del paciente– bufo, quitándole de las manos el vaso de cristal con dibujos infantiles que me incita a lanzar su contenido sobre la maceta que tengo a la izquierda. Ignoro el pensamiento y me bebo de un trago el vodka como si fuera la medicina repulsiva que mi madre usaba para curarlo todo.

Rebeca se acomoda en el sofá, a mi lado, y me sonríe tristemente.

–No me gusta estar separada de ti– confiesa, poniendo su mano fría sobre la mía.

Aparto la mirada y la dirijo a la pared del fondo.

A mí tampoco me gusta la incomodidad que últimamente se ha creado entre nosotras pero, vamos, es inevitable. Fue ella la que se acostó con mi ex, la creadora de esta burbuja invisible que nos ha separado.

–El caso es que no te lo he contado todo– suspiro.

–Eso ya lo sabía.

Me rasco el cuello y dejo caer mi sombrero boho sobre el sofá.

Sigo con mi mirada el gato peludo y gris de mi amiga, que pocas veces se deja ver, y luego carraspeo, ignorando toda distracción posible, mirando a los ojos a la que se supone que debe ser mi mejor confidente.

El Chef (2015)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora