★ 38

31.2K 1.9K 79
                                    

Andrés duerme en la habitación de invitados, que está escondida tras mi pequeño vestidor, que tengo como santuario privado.

No sé por qué no duerme con Carolina, total, ya deben haber dormido juntos y no es que a mis padres les importe mucho lo que haga o lo que deje de hacer si les deja dormir en paz.

Todavía me pregunto quién tuvo la idea de meterlo en un cuarto de techo cuadrado de reducido espacio y con una cama individual de incómodo colchón y peor almohada. Supongo que ni él ni nadie quiere dormir allí, pues en principio lo utilizo como una prolongación de mi vestidor y, antes de que mi hermana y su novio nos visitasen, lo tenía como un zapatero personal. Ahora sí, tuve que sacarlos todos para que el príncipe durmiese a gusto sin tener la preocupación de caerse sobre tacones afilados.

Con mi mano acaricio las blusas de algodón que tengo delante, todas en su mayoría de estampado floral o de puntitos. Paso mis finos dedos por las blusas del trabajo, blancas todas, de seda, algodón y otros materiales que desconozco. Suspiro. No quiero ir a trabajar esta mañana, me da muchísima pereza.

Echo un vistazo a la puerta de madera teñida de blanco que esconde la habitación donde se hospeda mi cuñado. Me quedo con la mirada fija un buen rato, hasta que esta se abre de golpe y un desgarbado Andrés en pijama aparece como un zombi de grandes cualidades físicas.

Se está frotando un ojo a la vez que bosteza, dejando caer su cabello castaño por su rostro como una cortina brillante y sedosa.

−Buenos días− le saludo, sonriendo, esperando que no esté de tan mal humor como yo recién levantada.

Él gruñe, confirmando mis sospechas y devolviéndome el saludo, empezando a arrastrar los pies descalzos por el parqué que cubre el suelo de mi vestidor.

Según puedo observar, no recuerda nada de lo que pasó anteayer. No muestra incomodidad ni delirio, por lo que supongo que lo único que puede afirmar es que tuvo una cogorza de Padre Señor Mío y que la resaca le dura más de dos días.

Mi hermana no se enteró de nuestra salida y tampoco pensamos contárselo.

Durmió día y medio y no preguntó nada, por lo que más vale callarse y no hacerla sospechar de nada que haya podido ocurrir entre su querido novio y yo.

Cojo una blusa blanca de algodón y una falda de traje de sastre negra para devolverme a la realidad.

−¿Qué hora es?− pregunta con la voz ronca Andrés, quien todavía se está frotando los ojos.

−Las ocho y doce minutos.

Suspira y se gira para continuar con su travesía arrastrando los pies enfundados en calcetines blancos de deporte.

−¡No te comas mis cereales!− le recuerdo, poniéndome de puntillas, como si eso me vaya a ayudar a que me oiga mejor.

Levanta una mano y la mueve como si abanicara el aire, dejándome claro que no me preocupe. O que le da igual. Nunca me ha quedado claro ese gesto.

Veo cómo se arrastra por el pasillo que lleva a mi habitación y a la de mi hermana y cómo cruza la puerta para ir al otro que lleva a las escaleras del gran, amplio y abierto recibidor.

Me giro sobre mis talones y me pongo una mano en la barbilla como si pensara. La verdad es que a estas horas de la mañana hago de todo menos pensar.

Cojo una americana bien planchada que me compré a juego con la falda de sastre de corte por encima de las rodillas y me lo llevo todo a mi habitación, donde la calefacción ha hecho bien su trabajo y ha calentado el ambiente casi invernal que nos envuelve.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now