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No sé en qué momento ha sucedido exactamente, pero estoy ahora mismo enfrente de Hugo Schneider en pijama y con la cara llena de chocolate refugiada en del portal de mi casa.

Su espalda se apoya a la puerta delantera de su Porsche y me mira con indiferencia cuando empiezo a balancearme sobre mis pies de atrás hacia delante y viceversa, esperando a que diga algo.

Tarda unos segundos en captar el mensaje.

–¿Era necesario?– suelta con su voz gruesa, clavando sus ojos en mí como si mi presencia le molestara. Aunque esté en mi casa.

–¿El qué?– respondo, sin poder evitarlo, de una forma cortante.

–Ir al Simply Soft a molestar al maître y a mi segundo de cocina.

–Tan necesario como que tú me hayas echado de tu casa como si fuera un perro callejero robando comida.

Abre la boca para coger aire y luego soltarlo en un largo bufido.

–Mi madre se casa con un hombre al que no soporto y mi hermano pequeño ha decidido venirse a vivir a mi casa, así que no me eches en cara que te haya tratado como lo he hecho.

Frunzo el ceño, cruzo los brazos, y levanto la mirada para encararle.

–Mi mejor amiga se acostó con mi ex novio, mi cuñado dejó a mi hermana porque se había enamorado de mí, y mis padres se van cada dos noches al Aíram a mi costa para comprobar por sí mismos si los geles lubricantes sirven para algo y encima me mienten. ¿Me puedes mencionar el momento en el que te he tratado como a una rata llena de mugre?– escupo, intentando mantener la calma sin alzar la voz.

Él se calla un segundo, vuelve a dejar caer su peso sobre sus tobillos y sube el escalón en el que estoy yo, para apartarme y entrar en mi casa a sus anchas.

–Tú no eres una rata llena de mugre– dice al cabo de un rato, andando por el enorme recibidor como si fuera su casa.

–¡No te he dado permiso para entrar! – le grito, todavía desde fuera, cabreada.

Él sigue avanzando, hasta que ve a través del cristal de la puerta de madera y vidrio a su izquierda el salón, en el que entra sin dudarlo.

–Me cago en la puta– gruño, entrando en mi casa y cerrando la puerta detrás de mí, para seguirlo hasta mi sofá deshecho por mi siesta improvisada anterior.

–Bonitas vigas– dice, sentándose en el otro sofá, mirando al techo.

–No me cambies de tema, porque si has venido, es por algo.

Hugo baja la cabeza, y me mira a mí. Nuestros ojos se conectan durante unos segundos en los que consigue acaparar toda mi atención, y luego mira el bote de Nutella y el paquete de Quelis a medio comer.

–Me necesitas– dice al fin, y no sé si se refiere a la comida o si a su persona.

–Sé meter una galleta en un tarro de crema de cacao, pero gracias por el intento de ayudarme.

–No me refiero a eso, y lo sabes.

Pongo los ojos en blanco y cierro la puerta del recibidor, para andar hacia el sofá después, y sentarme en él con la espalda muy recta.

–Eres consciente de que me gustas mucho, ¿no?– me dice, con la voz algo afónica.

–No hasta este momento, si te digo la verdad.

–No te hagas la dura, soy alemán, ese es mi papel.

Desencajo la mandíbula y bufo.

–Vale.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now