★ 18

32.6K 2.4K 185
                                    

–Ehm... ¿Señorita Sastre?– intenta llamar la atención el subdirector, entrando en mi despacho después de haberle dejado pasar.

–¿Qué quieres?– suelto, cortante, fría y distante, con el teléfono pegado a mi oreja, esperando a que Rebeca lo coja.

–No hay constancia de ningún Hugo Schneider en el registro de habitaciones anterior a la fecha, ni tampoco ninguna entrada hoy. Solamente una familia de seis componentes ha ingresado esta mañana, nadie más.

Me llevo una mano a la frente y cuelgo, sabiendo que mi mejor amiga no me va a contestar. Seguramente esté operando algún cerebro que otro y yo sea su menor problema.

–Pide a Jerónima que revise las reservas en el restaurante– ordeno, con el semblante serio y con las manos sobre la mesa. La profesionalidad en mi trabajo siempre me ha implicado dejar de lado a la María alocada y psicótica que mi padre describe usualmente.

–¿Quién es Jerónima?– pregunta el calvo de gafas redondas, frunciendo el ceño. Si hay algo que tiene ese hombre es memoria, por lo que el error es mío, probablemente.

–La que apunta las reservas. No va a ser la que limpia los retretes, ¿no?– vacilo, saltándome la primera regla de la profesionalidad y pasándomela por el forro.

–Adelaida– me corrige, con un cierto tono de burla en su voz.

–Vete. Ya.

Obedece a mi dedo, que señala la puerta, y me deja sola en mi despacho otra vez.

Marco el número de teléfono de mi amiga una vez más, ya que me lo sé de memoria por la cantidad de veces que la he molestado en horario laboral y espero su respuesta, pero no llega.

Dejo el móvil sobre la mesa y abro el primer cajón de mi blanco escritorio. De allí saco mi agenda y reviso mis asuntos pendientes para hoy: cambio de gobernanta (que está bajo las órdenes del hombre que antes ha excusado a Helena Fernández mientras pensaba en quién se adaptaría mejor al cargo); revisión de uniformes; visita a Jorge al bufete donde trabaja; y cena con mis padres y mi hermana.

Tacho lo de Jorge inmediatamente. Menudo asco me da ese nombre en este instante. Casi tanto como lo de la cena con mi hermana. Ella sí que da asco, tan modesta y pesimista.

Le lanzaría el Óscar que algún día ganaría por Mejor Actuación ante mis Empleados a la cara y, mientras se desangrase, le echaría limón en la herida. No es lo más ético ni lo más adecuado por parte de una hermana mayor, pero realmente me da igual.

La pantalla de mi móvil se ilumina en ese instante y una canción pegadiza suena como tono de llamada.

–¿Se puede saber qué quieres?– se oye la voz grave de mi amiga, quien suena enfadada.

–Que me persigue, Rebeca, me persigue. Ayúdame. SMS. Save my soul.

–Tú eres tonta.

–No, por Dios, Rebeca, por favor. Que me acosa. Se ha presentado esta mañana en el hotel preguntando por el menú de degustación. Y por mí.

–A lo mejor te quería probar a ti– dice, seria, aunque sé que está sonriendo.

Le doy un bofetón mental y borro la estúpida sonrisa que se me ha formado en la cara.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now