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Me pongo la almohada en la cara para proteger mi cara del sol matutino.

Odio cuando mi madre abre las persianas sin permiso y como si la vida fuera tan larga como para estar dispuesta a quemarme las retinas con la luz solar.

Noto un tirón y el edredón cae al suelo.

Noto el frío recorrer mis pies al principio, y luego extenderse por todo el cuerpo.

Me levanto de golpe y me encaro a mi madre, a la que parece no importarle mi reacción, estando de brazos cruzados y con las cejas alzadas.

–Te voy a matar, mamá– digo, con la voz adormilada y las cuerdas vocales ardiéndome.

–Venga, que son las doce, ya toca levantarse, ¿no crees?

–¿Las qué?

Busco con la mirada el móvil y empiezo a dar vueltas sobre mí misma hasta que lo visualizo en el suelo. Me lanzo a por él cayendo dolorosamente de rodillas al suelo y lo agarro como si fuera mi más preciado tesoro.

Intento encenderlo, pero es inútil. No tiene batería.

–¡Perfecto!– chillo, haciendo sobresaltar a mi madre.

Me levanto y cojo el cargador de dentro del cajón de los papeles inútiles y las carpetas vacías.

Enchufo el móvil para tener un mínimo de batería y poder llamar al Aíram para poner alguna excusa tonta.

–Baja rápido, que son las doce– repite mi madre, quien sale como si estuviera pisando huevos de mi habitación, cerrando la puerta tras ella.

Cuando un uno por ciento de batería aparece en pantalla, lo enciendo enseguida.

Corriendo, busco el número del subdirector, cuyo nombre no recuerdo, y espero a que me lo coja.

Unos pitidos más tarde, un gruñido de cerdo suena tras la línea.

–¿Señorita Sastre?– le oigo decir acto seguido.

–Oh, gracias a Dios, escúcheme.

–La necesitamos aquí, hoy iba a conceder entrevistas a los nuevos animadores. Hay una cola que da miedo en el vestíbulo. Venga rápido, por el amor de su madre– suplica, con la voz afónica.

–Resulta que... Que hoy no podré venir– me sincero–. Ha venido mi hermana desde Düsseldorf y, como allí hace mucho frío, el cambio de temperatura la ha enfermado. Tengo que cuidar de ella, siento no haber llamado antes.

He hecho todo lo contrario a sincerarme. Me doy bofetones mentales.

–Oh, no... No se preocupe... Ya... Ya les diré que vengan mañana, yo... ¡¿Pero usted está loca?!– chilla, desquiciado. Sé que está dando vueltas por toda la habitación, como siempre hace, con las manos en la cabeza, intentando no arrancarse los ojos.

–¡Señor!

–Oh, Dios, ¿y yo qué hago ahora? Siempre me carga el muerto a mí, siempre... ¡La madre que la trajo!

–Arréglelo. Mañana voy sin falta.

Cuelgo, a sabiendas del riesgo que corro.

Dejando el móvil apartado, voy al baño y me limpio la cara.

Llevo unos pelos de loca, pero está bien. Ya me lo arreglaré.

Bajo de dos en dos las escaleras para estamparme en el último contra el suelo frío de baldosas.

Cierro los ojos, levantándome. Escalones de mierda.

Enfrente mío veo el cuerpo de mi madre erguirse, pegando golpecitos con el pie derecho contra el suelo, pidiéndome explicaciones.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now