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–¡Camarera!– grito, alzando el brazo, mostrando la tirita.

La chica acude en menos que canta un gallo y me mira con cara de preocupación. Yo estoy más roja que mi pintalabios.

–Quiero hablar con el chef. Ahora– murmuro, convencida.

La gente me mira y luego mira sus platos, como si a cada cocinero se le cayera una tirita de cada mano en cada plato.

–Pero... Señorita... Ahora no puede recibirla, está muy ocupado... –se excusa la chica, con el ceño fruncido.

Evidentemente muestro mi indignación y me levanto.

–Por favor, señora, siéntese– me pide el guapo maître.

Le obedezco, ahora cohibida. Hay que ver el efecto que tiene el tipo sobre mí. Y el que tiene sobre la camarera, a la que solamente le falta que se le caigan las bragas y que se ofrezcan al chico.

–Sigo queriendo hablar con el jefe. Esto es inadmisible– susurro, mientras mi madre ríe por lo bajo ante mi evidente falta de autocontrol.

–Señorita Sastre– Qué sensual suena mi nombre en su voz... De acuerdo, sólo su voz–. A las doce se cierran las cocinas. A las doce y media el chef estará solo, por lo que puede hablar con él. Ahora, se lo pido, no haga escándalo, los clientes se han quejado de usted y de su madre. Yo no debería estar diciendo esto, lo siento, pero ya son varios los que lo han dicho.

–A mí me ofende esta gente– se burla mi progenitora.

El joven maître pone los ojos en blanco y se da la vuelta, seguido por la camarera, que aún babea.

–Mira, que le parto la cara a ese chef de pacotilla– digo en voz baja, alzando el puño–. Yo no voy a pagar doscientos euros cada menú para que de segundo haya tirita con carne.

–Debía estar herida– dice mi madre, parpadeando más de lo normal.

Me río, negando con la cabeza. Esta mujer no tiene remedio.

Nos traen los segundos, y yo solo pruebo costras de carne crujientes, que saben más a limón que a cerdo o ternera.

–Mira que traerme un pollo así de enano. Que soy celíaca, no anoréxica– se queja mi madre.

–Es codorniz– le informo, clavándole el cuchillo al pájaro y alzando una ceja.

–Entiendo... Pero... Sigue siendo muy pequeño.

Aún así, mi madre se lo come todo ella sola, soltando más de un gemido de gusto.

–¿Sabes, mamá? Jorge me quería.

–No creas a ese patán. Nada de lo que te ha dicho es verdad. Ni se debe llamar Jorge. Debe ser de la mafia.

–Deja de decir chorradas, anda. Aunque creo que no me quería como novio. Nos conocemos desde secundaria, probablemente sólo era un sentimiento de compañerismo o algo que lo confundió, además de estar en el grupo de mis amigos desde entonces y ser presionado por Bruno y Ruth, que nos querían juntos para las citas dobles que estaban de moda... O tal vez fue porque le dije que el hotel era mío.

–¿Qué?– suelta, mostrando su boca llena de puré de codorniz.

Hago una mueca, asqueada.

–Sí, no era una relación muy sincera, que digamos... Le dije que era la dueña del hotel.

–Ya entiendo por qué te quería. Caza fortunas malparido.

–¡Mamá!

–Y tú mentirosa compulsiva.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now