★ 35

29.6K 2.1K 55
                                    

–¿Y tú qué coño haces aquí? – digo, empujándole, echándome para atrás con el corazón acelerado todavía.

–Tú no vas a besar a nadie– repite, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.

Cuando se lo propone, esos zafiros pueden dar muchísimo miedo.

–¿Y este quién es?– pregunta la rubia de bote, quien no se pierde detalle de la historia.

Le saco el dedo corazón y ella levanta una ceja.

Hugo repara en ellas por primera vez y veo cómo una vena de su cuello enrojecido se hincha con fervor.

–¿Y tú quién eres? – le reprende el chef, a pesar de que yo le estire de la manga de su camisa azul claro.

La rubia lo mira de arriba abajo, después a mí y, más tarde, a un desubicado Andrés que observa con algo que no logro identificar a Hugo.

–Apolonia María – responde la chica, confundida.

Hugo aprieta los puños.

–Entonces haz el maldito favor de darte la vuelta y no meterte en los asuntos externos. ¿Qué querías? ¿Violar a éste?– señala con la barbilla y con desprecio a mi cuñado.

La rubia ensancha los agujeros de su enorme nariz aguileña y da media vuelta, andando tan rápido como sus tacones de quince centímetros le permiten, seguida por su séquito de poligoneras.

–¿Qué pasa aquí?– intenta hacerse un hueco Andrés, que está más rojo por la vergüenza que por los efectos del alcohol.

Seguro que nadie nunca le ha rechazado un beso. O se lo han hecho rechazar, en su defecto.

–Tú cállate, ya tendremos una conversación luego– gruñe Hugo, con su inconfundible acento alemán, señalando la barra a Andrés, que lo mira asustado.

Cuando mi cuñado se va, me cruzo de brazos y levanto la mirada para que el hijo de mi jefe me llegue al alma con sus ojos azul marino.

–Tiene gracia– ladea una sonrisa cuando lo dice.

–Lo que tiene gracia es que te odie a partir de ahora.

Su sonrisa se ensancha hasta niveles insospechados.

–Oh, vamos, no me puede odiar, señorita Sastre.

–Y dale con lo de señorita Sastre– bufo, intentando obviar el hecho de que tiene los dientes más perfectos que he visto en mi vida. En toda mi maldita vida–. Y soy lo suficientemente adulta para diferenciar a una persona a la que odio de una a la que considero mi amiga.

–Creo yo que no– contraataca, acercándose un poco a mí.

Pongo los ojos en blanco y me humedezco los labios.

–¿Qué coño haces aquí?– pregunto, cambiando de tema.

No es momento ni lugar para discutir sobre mis capacidades para diferenciar el amor del odio.

–¿Ves a ese chico de allí?– dice, señalando con su pulgar a un chico que está al fondo de la pista bebiendo una copa de whisky, sin girar su cabeza para comprobar si sigue allí.

–Supongo– digo, frunciendo el ceño.

–Ese es mi segundo de cocina y mi único amigo en toda España.

Me echo a reír, sin poder evitarlo.

La música que me taladra los tímpanos es un canto de pájaro comparado con mis carcajadas de mamut.

–No tiene gracia.

Le miro, sonriente.

–Sí la tiene.

El Chef (2015)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant