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Cuando cumplí los quince empecé a llevar un cuchillo en el bolso.

La verdad era que no lo necesitaba porque no vivía en ningún barrio peligroso ni solía ir a pasear por lugares extraños de intercambio de droga, pero sentía que realmente era un buen compañero, un "por si acaso", hasta el año pasado, que lo perdí en la verbena de un pueblo costero cuando se me cayó el bolso durante el concierto de un chico muy guapo del que no había oído hablar jamás. Me olvidé de meter otro, pensando que no me serviría de nada. Fallo mío.

Este es uno de esos momentos en los que necesitaría el cuchillo. Más que nada, para lanzárselo a Bruno durante su charla sobre los diferentes tipos de sal que él utiliza.

–La mejor es la sal del Himalaya, es rosada y tiene un sabor suave pero delicioso.

Me froto los ojos con evidente cansancio y tiro los hombros hacia atrás, provocando un crujido en la nuca que me molesta casi tanto como la voz a medio cambiar del que fue el mejor amigo de Jorge.

–¿Quieren algo para beber?– pregunta una camarera joven, con pintas de ser su primer día, acercándose a nuestra mesa con una sonrisa forzada.

Bruno, al fin, se calla y observa a la chica con insegura admiración.

–Una caña– dice, tragando saliva, como si le costara un mundo.

–Coca-Cola– me adelanto yo, antes de que el único amigo del tío al que me he tirado suelte alguna gilipollez.

Uno a uno, van pidiendo, y me sorprende que Ruth y Rebeca pasen del alcohol. Es decir, son ellas. No beben agua porque da cólicos.

–¿Y para comer?– insiste la chica, sin levantar la mirada de la libreta, con las mejillas sonrosadas ante la atenta mirada de Bruno.

Ruth se remueve incómoda en su asiento, entre un aburrido Jorge y una callada Inés, intentando obviar el hecho de que la pierna de Bruno ha empezado a moverse arriba y abajo con nerviosismo.

–Yo quiero la especialidad de la casa– suelta el segundo de cocina del Simply Soft con suficiencia, sin darse cuenta de su propio tembleque.

–La Barbacoa– pide Rebeca, sirviéndose su Coca-Cola zero.

–De acuerdo, señorita Vaquero...–  apunta la chica, y ya no creo que sea su primer día. Su primera semana, tal vez.

Siempre que había reunión de grupo, veníamos a la pizzería del padre de Rebeca, principalmente porque nos salía gratis, y siempre había algo nuevo que nos daban a probar como catadores profesionales.

Creo que hace más de dos años que no nos reuníamos todos juntos aquí, en la mesa redonda bajo el porche y frente las rocas que dan al mar de agua cristalina que refleja la luz del sol, o de la luna, dependiendo del momento del día en el que veníamos.

Yo, más o menos cada jueves, paso por aquí, junto a Rebeca, para hablar y criticar a la gente, nuestro mayor pasatiempo. Claro que ahora ella se ha cepillado a mi ex y la odio a momentos.

–La margarita, de tamaño infantil– pide con su agudísima voz Inés, sin mirar a la camarera, jugando con sus uñas mordidas e incorporándose en el butacón en el que caben dos de ella, delgada como ninguno otro alrededor de la mesa.

–Calzone con extra de bacon– se frota las manos Ruth, obviamente emocionada.

–Pizza frita sin jamón– hago inciso en la penúltima palabra, aunque Pablo Vaquero, el pelirrojo y mi primera opción de cuñado desde siempre, hermano pequeño de Rebeca, ya sabe que soy vegetariana y que siempre como lo mismo.

El Chef (2015)Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα