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Al sexto pitido me salta el contestador, y me doy por vencida tras las trece llamadas perdidas a la que se supone que tendría que ser mi mejor amiga.

–Nos vamos– dice mi madre, con la barra de labios de MAC sobre la boca, mirándose en mi espejo de maquillaje, que perdí hace un mes. O eso creía–. Pilar nos espera.

–Pensaba que ibais a casa de Apolonia– alzo las cejas, intentando que se dé cuenta de que sé lo que están haciendo cada dos noches desde hace una semana. Y del asco que me da.

–Pero Pilar también viene, y tenemos que recogerla con el coche. A Marcos se le ha roto el coche y nos han pedido que les lleváramos.

Pongo los ojos en blanco ante el intento de rescate a mi madre fallido por mi padre.

Ella se guarda el pintalabios y el espejo en el bolso, del que sobresale una caja de Durex, aunque ni siquiera son preservativos.

–Gel orgásmico para mujeres – leo con la cabeza ladeada del cartón que protege el lubricante. Qué asco.

–¡María! – se escandaliza ella, metiendo el gel en lo más fondo de su bolso, enterrándolo como si fuera a mirarlo de nuevo.

«A ver, por favor, no me tratéis como si tuviera tres años. Ya tengo veinticuatro, así que, bueno, yo entiendo de estas cosas. No digo que las haya puesto en práctica ni que me interesen en absoluto, pero sé que existen. Digo, padres que se van al hotel de sus hijas cada dos noches para darse una alegría al cuerpo cuando ya no pueden embarazarse diciendo que son sus progenitores y que por eso les va a salir gratis. A mí me piden si sois mis padres de verdad,  para cargarlo o no a la cuenta, y folláis a mi costa, que lo sepáis, así que no probéis a mentirme más», digo en mi cabeza, pero sin pronunciar palabra.

Tan solo pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza.

–Venga, id a buscar a Pilar, que debe de tener frío si os está esperando– suspiro al fin.

Mi padre me da una palmada en la espalda y me susurra «muy bien, machote», aunque no sé si va por mí o por sí mismo. Mi madre me lanza un beso desde la puerta que da al recibidor y desaparece tras ella segundos después, seguida por mi padre.

Yo no enciendo la tele hasta que el portal que da a fuera se cierra con llave y la pesada barrera de hierro forjado hace su habitual ruido cuando se abre automáticamente.

Casi me sorprende ver que están haciendo mi serie favorita en ese instante, y ni siquiera tengo intención de levantarme a por el tarro de Nutella y las Quelitas para remojar en él, aunque tras unos minutos es justo lo que hago.

–Mátalo– le digo a Klaus cuando vuelvo al salón, con la bolsa de galletas debajo del brazo izquierdo y el tarro de crema de cacao entre mis manos.

La cabeza del vampiro enemigo de mi amor platónico de todas las series del universo sale volando por los aires cuando me tiro en el sofá como la morsa que en realidad soy.

–Me cago en la puta– gruño, metiendo una de las galletas en la Nutella, con el ceño fruncido.

De pronto, mi móvil empieza a vibrar, y como tengo las manos llenas de chocolate, tengo que desbloquearlo con la nariz.

«Rebeca».

Hija de puta.

Acepto la llamada y, siguiendo mi táctica de mi nariz, pulso el botón de manos libres.

–¿Diga?

–¿Qué problema tienes? Mi hermano acaba de cortar con su novia y está destrozado.

–Y Hugo Schneider me ha echado de su casa con gritos y todo, después de que su hermano gilipollas me hubiera insultado como si estuviera en el casino de las palabrotas en alemán y quien más suelta gana.

–¿Qué?

Me chuperreteo los dedos y cojo el móvil para ponérmelo en la oreja como una persona normal.

–Yo... Le he dejado un mensaje en el restaurante, por si se digna a reconocer que ha sido un hijo de puta, y el maître y Bruno me han confirmado la existencia de una ex novia que lo ha tenido idiota durante unos años hasta mí.

–Joder... Mierda. Te diría que voy a ir a tu casa, pero Pablo está depresivo y no me apetece que se corte las venas en mi ausencia– su voz muestra verdadera preocupación, pese a que casi nunca sea en serio y todo se lo tome a cachondeo.

Me como otra Quely, esta sin nada.

–Le he dicho al maître que le diga que venga a mi casa, y, si tiene pensado hacerlo, suele irse a las doce y media de la noche.

–Pero si son las nueve.

–Si viene voy a estar dormida.

–Mírate True Blood, eso siempre te mantiene despierta.

–Para no estarlo. ¿Tú has visto a Eric?

Se oye la voz de un chico tras la línea, y reconozco a mi primera opción de cuñado, el pelirrojo hermano de Rebeca, llorando.

–Tiene cuarenta años– me suelta ella, obviando los gemidos del pobre Pablo.

–Pero está bueno igual, a mí no me vengas con lo de la edad, que puedo decir lo mismo de Brad Pitt y a ti se te caen las bragas igual.

–Joder, es que es Brad Pitt.

–Y él Aleksander Skarsgård.

En la televisión, de nuevo, un vampiro es asesinado, y parece que el estruendo le llega hasta a Rebeca.

–¿Ya lo estás viendo?

–No, esto son Los Originales. Es mi Klaus matando.

–Lo típico.

Sonrío, y, de pronto, me siento mejor, aunque no sé si es por el chocolate, las galletas de aceite, hablar de Aleksander Skarsgård, de muertes de vampiros, o el hecho de que Rebeca, a pesar de haberse tirado a mi ex, sigue siendo la misma.

Cuelgo el teléfono después de una despedida a favor de su hermano y no sé en qué momento me duermo, pero lo hago.

Por suerte o por desgracia, el timbre de mi casa suena estrepitosamente, y me despierto un par de horas después.

Y ya son la una.

El Chef (2015)Место, где живут истории. Откройте их для себя