★ 69

26.1K 1.5K 249
                                    

Cuenta alternativa: Vampirofila

-Yo opino que deberías poner cicuta en la sopa de espaguetis de ese hombre y ver cómo muere poco a poco- murmura Jorge, como si fuera lo más normal del mundo.

Tomo un sorbo de Coca-Cola, antes de decir nada, porque sé que a Jorge no le puedes contestar directamente sin que te deje mal. Desventajas de salir con un gilipollas engreído.

-Jorge, por favor, que es su cuñado- le contesta Ruth, clavándome los ojos como si hubiera sido yo la que le ha incitado a cometer asesinatos.

-Y por lo que veo también un poco raro. ¿Quién come más salsa que pasta?- se escandaliza Rebeca.

Su hermano pequeño, Pablo, se acerca a nuestra mesa para dejar sobre ella dos pizzas grandes. Como es pelirrojo, las venas de sus brazos se ven a la perfección bajo su piel, debido a su homogénea palidez, peor que la mía en muchos sentidos. Junto al recorrido de sus venas, hay diversas pecas que las acompañan, aunque, sin duda, donde tiene un brote más grande de ellas, es en su rostro. Parece que le han salpicado con un pincel cubierto de pintura marrón.

-¿Cómo estás, Pablo?- le pregunto, cruzando las manos.

-Yo bien. Supongo que no era para mí- me responde, en relación a su novia, aunque yo no me refería a eso.

Rebeca se ríe por lo bajo cuando me pongo a rebuscar en mi bolso y saco mi cartera, donde tengo una foto en la que salimos Lina y yo en la playa hace unos dos años.

Pablo alza una ceja, como si ya se lo viera venir. Como lo ha hecho los últimos siete años, los que llevo intentándolos juntar para que Rebeca y yo seamos familia. Siete años. Debo de estar enferma.

Bruno se echa a reír junto a Rebeca, visualizando el bikini que llevo en la foto, como si fuera gracioso. Otra persona relacionada con Hugo a la que odio. Normal.

-Lina vive en Alemania, trabaja en un refugio y hospital veterinario y habla cinco idiomas perfectamente. Yo soy camarero de una pizzeria heredada de mi padre y sé comunicarme con la gente para saber qué quieren comer. Y tengo dos años menos que ella. ¿Qué sigues opinando de esa relación?- gruñe con su voz poco gruesa, e inestable.

Rebeca mira a su hermano con decoro. Seguro que no se esperaba esa dosis de autodestrucción de su hermano.

-A Lina le encantabas. No veo por qué no le vas a gustar ahora- intento arreglar la situación, ante la atenta mirada de mis amigas, mi ex idiota, y esa cosa que se sienta enfrente.

-Le encantaban mis Playmobil, no yo.

Antes de que pueda decir nada más, Pablo se va. Otra vez he fallado. No entiendo por qué intenta hacerse el duro, yo creo que pegan mucho. Incluso si mi hermana es una niña mimada cuyo único novio resulta que está enamorado de mí, y no de ella. Dios, tiene razón, yo soy la culpable de todas sus desgracias. Seguro.

-Odio a mi hermana. Podría estar con tu hermano si quisiera y trabajar de barrendera por esta zona, pero no, quiso operar vísceras de gatos con sobrepeso- intento sonar divertida, pero, como siempre, no me sale.

Incluso Bruno se lo ha tomado en serio.

Rebeca asiente con la cabeza y se toma un trozo de su pizza barbacoa. No sé cómo puede tomar por las noches aquella cosa, que a mí me sube y me provoca acidez toda la noche. Es un misterio todavía por resolver.

-Ahí viene Hugo- ríe Inés, ocultándose tras sus manos pálidas y pequeñas, como si le diera apuro que la viera.

-Guten Tag, Leute- se le oye decir tras mis espaldas con la voz grave y profunda.

-Hugo Boss- se intenta hacer la graciosa Ruth, bebiendo de su Coca-Cola.

-Yo no he hecho trajes para los nazis- contraataca el hombre con el que vivo.

Se me hace un nudo en el estómago cuando el único que ríe es Bruno. No puedo llegar a comprender ese humor macabro que tienen entre los dos. Es enfermizo.

Jorge toma el brazo de Rebeca en señal de posesión, y levanta la cabeza con altivez, como si pudiera sentirse superior al hombre más guapo del mundo siendo él tan poca cosa a su lado.

-¿Cómo has sabido dónde estaba?- pregunto.

Hugo me acaricia el pelo y luego se agacha para besarme la mejilla, como si fuera un gato. Creo que no me he sentido tan incómoda desde que descubrí que su padre era mi jefe.

Sonrío con falsedad y levanto la cabeza para mirarle a los ojos. Al contrario de lo que yo me pudiera imaginar, él está mirando a Bruno, que de repente se ha unido al grupo de amigos por su cara no precisamente bonita.

-La magia del WhatsApp- se burla éste, levantando su móvil y moviéndolo a un lado y al otro.

Inés se encoge todavía más en el asiento cuando Bruno tira su IPhone encima suyo y la roza para poder cogerlo. Parece que el contacto con su cuñado no le resulta del todo cómodo, y yo no se lo discuto. Compartir lazos con ese mamarracho no tiene que ser demasiado agradable, en absoluto.

Después de cerciorarme de que Ruth no babea por mi hombre y que Jorge agarra posesivamente a Rebeca dejándome vía libre, muevo mi silla para que Hugo coja otra y se pueda sentarse con nosotros, sin haber sido invitado.

-El domingo por la noche tendrás que ocuparte una hora entera de la cocina- le dice a su segundo-. Mi madre quiere que esté en la sala para presentarme a la familia de su prometido, y no le sirve que Lope se haga pasar por mí.

Frunzo el ceño, porque no sé de qué está hablando, y yo, siendo como soy, siento la necesidad de intervenir.

-¿Hugo?

El chef se gira hacia mí, dándose por aludido.

-¿Marría?- pregunta, con el entrecejo arrugado. Está sexy a romper, Madre del Señor.

No tarda en oírse la risa de Bruno por la mala pronunciación de su amigo sobre mi nombre, y le sigue un burlesco comentario de Ruth que hace reír a toda la mesa, menos a mí, que no lo he oído.

-¿Qué pasa el domingo? - hago caso omiso de mis supuestos amigos, que siguen riéndose de mí y mis desgracias.

El chef se encoge de hombros, cogiendo un trozo de mi pizza Hawaii, antes de quitarle la piña, para luego llevárselo a la boca.

-Mi madre quiere otra cena de preparación antes de la de ensayo, porque la del otro día no le gustó. Tengo que ir, es mi madre y mi restaurante.

-¿Y no pensabas decírmelo?

Oigo los murmullos de Jorge como música de fondo, pero ni intento escucharle.

-¿Antes o después de follar?- dice en voz baja.

Mi rostro se transfigura. ¿Pero qué se cree este hombre que soy yo? ¿Su juguete sexual?

-Cuando te tomes un tiempo para darte cuenta de que no sólo vive tu hermano gilipollas en tu casa.

Me levanto sin poder evitarlo, pero él me coge del brazo y me vuelve a sentar.

La mesa entera está expectante por lo que va a decir, y no voy a mentir diciendo que yo no. Anhelo su respuesta. Siempre.

-Yo no quería que lo volvieras a ver nunca más. Es el único que parece poder romper nuestra relación. Es el único que lo ha hecho.

Y ni siquiera después de comer adivino de quién se trata.

O no lo adivinaba, hasta que, cuando entro en su coche, la veo sobre el asiento del copiloto.

Hugo ha leído la carta de Andrés.


El Chef (2015)Where stories live. Discover now