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–No sé qué problema tienes, pero no me metas en esto– pido, con la voz temblorosa, con su mano acariciándome la barbilla.

–Tú eres mi problema– suelta, como si nada.

Se me suben los colores hasta la raíz del pelo. ¿Qué ha querido decir con eso?

Miro a un lado y a otro, sin poder evitarlo, a punto de sufrir un ataque taquicárdico en la cocina de uno de los restaurantes mejor valorados de la ciudad.

–Hugo...

–Cállate– dice, con una sonrisa, imitándome. ¿De verdad soy tan seca?

Se me seca la boca entera, necesito agua, pero no puedo moverme pues con un mísero intento de huida Hugo Schneider hace un movimiento y ya me tiene atrapada.

Me sudan las manos tanto, que estoy segura de que si cojo algo para pegarle en la cabeza y apartarlo de mí, se me resbalará.

–¿Estás borracho?– pido, temblando.

–Perfectamente sobrio, querida Marría.

–No sabes decir mi nombre; no lo digas– pido, con el corazón desbordándome. ¿Qué me pasa?

Sube su mano desde la barbilla hasta mi oreja y me coloca detrás de ella el pelo que se me ha puesto delante de la cara.

Me obliga con la otra mano, subiendo mi barbilla un poco bastante, a mirarle a los ojos.

No puedo resistir la tentación.

Sus dos zafiros brillan como nunca lo habían hecho, mientras que sus pómulos se han teñido ligeramente de escarlata. Sus labios brillan y se han vuelto más oscuros y más bonitos, preparados para hacer algo de lo que nos vamos a arrepentir toda la vida.

–No quiero que...

–Cállate– repite, sonriendo un poco más.

Si sigue sonriendo, juro que me voy a derretir. Malditos cambios de humor.

–¿Por qué viniste a mi hotel?– pregunto, hecha un flan, quitando hierro al asunto de que estoy sudando como un cerdo en plena matanza.

–Tuve que hacerlo.

–No hay ninguna lista de mejores restaurantes, ¿no?

–No.

–¿Entonces?

Aparta la mirada y me suelta.

Doy unos pasos atrás y me siento aliviada. No lloro porque no me quedan lágrimas.

–Vi cómo me mirabas. Hacía mucho tiempo que no hablaba con una mujer que me mirase de la misma forma en que tú lo hacías y que no intentase nada conmigo, a excepción del día que estabas borracha. Fue como un regalo de Dios, sabía que te había encontrado. Por eso te busqué.

–No entiendo nada– aseguro, caminando hacia atrás hasta chocar con la pared. Mala idea, María.

–Fue una casualidad que estuvieras en el hotel de mi padre ese mismo día, no tengo excusa para eso, pero cuando me contrataron, sabía que te la podía devolver.

–¿Devolver el qué?

–La vergüenza que me hiciste pasar, ¿no lo entiendes?

Abro los ojos muchísimo y me subo las gafas. Hugo va dando tumbos por la cocina, en su repentino ataque de sinceridad, estirándose del cabello más de una vez.

–No– río, para no llorar.

–Vi que tenía la oportunidad perfecta para hundirte, de hacer lo que habías hecho conmigo. Dimití y casi me despiden por tu culpa, por la tirita y la mosca.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now