★ 51

28.1K 1.8K 113
                                    

Nunca he tenido que esperar a ningún hombre. Nunca en mi vida.

Y, aún así, es lo que estoy haciendo en estos momentos, congelándome por el maldito frío que hay en la calle del Casco Antiguo de Palma de Mallorca en la que me encuentro.

Mi pintauñas, que me he colocado mientras Rebeca me transportaba en su Fiat 500 azul claro, se ha secado nada más entrar en contacto con el frío aire que maldice el ambiente.

Tirito un poco, haciendo temblar todo mi cuerpo por las continuas ráfagas de viento que agita la calle.

Miro a un lado y al otro, esperando que el maldito hijo de su madre de Hugo se digne a aparecer.

Me empiezan a temblar las rodillas en cuanto alguien me agarra de los hombros desde atrás.

«Ahora me secuestran y me cortan en pedacitos para dárselos de comer a su mascota carnívora, piden el rescate a mis padres y devuelven mis huesos cortados».

Me tiembla todo el cuerpo y no puedo negar que casi me meo encima por el miedo. Soy una exagerada irremediable.

–Hola– susurra una voz seductora en mi oído, haciéndome encoger de repente.

«Gracias a Dios».

–Me has asustado, gilipollas– digo, girándome y encarándole.

Ya entiendo lo del violeta.

Lleva un traje entallado gris y una camisa blanca, muy bien planchada, que es lo importante. La corbata que rodea su cuello es de un violeta hermoso con pequeños topos blancos que le dan un toque animado a su estilo conservador.

Suspiro, volviéndome roja al instante.

–Bonitos labios– suspira, más para sí que para mí, haciéndome perder el hilo de mi cordura ya de por sí poco estable.

–Bonitos ojos– susurro, batiendo mis pestañas, intentando que no se me salte una lentilla disparada como siempre he temido que haría.

Los pone en blanco y me vuelve a girar en un movimiento estratégico, empujándome por la espalda para que avance.

–Te he tenido que esperar – digo, cruzándome de brazos y tiritando.

Incluso el abrigo queda corto para proteger la baja temperatura que hay en el ambiente.

–Soy alemán, soy puntual. Si tú llegas pronto, no es mi problema.

–Te odio– musito, adentrándome en la recepción y sintiendo la calefacción golpear mi rostro, haciéndome sonreír de golpe.

El maître de ojos color miel nos mira a ambos con la misma incredulidad con la que habría mirado a un zombie.

Pese a ello, el chico no tarda en reaccionar, pidiéndonos que le sigamos, llevándonos a la mesa número siete, en un rincón apartado y oscuro, con unos sillones más esbeltos que los demás, mucho más romántico y misterioso.

«Zona VIP», me digo, silbando, a la vez que ruedo mis ojos por la gente que está en las mismas condiciones que nosotros, con pintas de pijos millonetis que vienen para tener privacidad de la otra prole de ricos.

El chef se ocupa de colocarme la silla y de hacerse el caballero todo el tiempo que el guapo maître está con nosotros.

Después, le sonríe y desaparece, dejándonos a solas en un silencio que pensé que era imposible conseguir con tanta gente a nuestro alrededor.

Pensaba que seguíamos en España.

–Si tú estás aquí, ¿quién cocina?– pregunto, poniendo las manos entre mis muslos y apretándolos entre sí para calentármelas.

El Chef (2015)Onde histórias criam vida. Descubra agora