★ 8

42.5K 2.6K 93
                                    

Después de la cuarta copa, los hipidos se empiezan a abrir paso en mi ardiente garganta, aunque los controlo con otro trago de Bourbon, mi nuevo ataque, que ni siquiera me gusta.

Guillermo De Oleza no está mucho mejor. Sus mejillas rechonchas están casi tan rojas como las mías, elevadas por la enorme sonrisa que sus labios emanan, carcajeándose de la historia que he contado minutos antes, sobre la rata a la que, cuando tenía doce años, atropellé con la bicicleta cuando paseaba por el terreno sin construir que hay tras mi casa, donde mi padre tuvo ideas de hacer una piscina que se quedó en eso, en la idea.

El chef está apoyado en la barra, removiendo su vaso de agua con limón mientras nos observa, indiferente.

El pobre está más aburrido que mi padre en una tarde de cine con mi madre, pero no le puedo hacer nada, puesto que no ha bebido ni un sólo mililitro de alcohol.

Sus cabellos rubios caen sobre su frente cada vez que baja la cabeza y me hace perder el control sobre mí misma. No hay nada tan extremo que ver a un hombre remover un vaso de agua con el pelo delante de la cara. No lo hay si vas borracha como una cuba.

En estos momentos, he olvidado que es gilipollas por el único hecho de que es guapo, mucho más guapo que cualquier hombre con el que hablado jamás, y eso no puedo negarlo ni aunque quiera.

-Eh, pues cometiste un... ¡Raticidio!- ríe el señor De Oleza, quien me ha comentado que sus hijos son jóvenes todavía porque se casó tarde y su mujer, cuyo nombre es de alguna diva que no recuerdo ahora mismo, quiere que, al menos la pequeña, sea de mayor como Hugo, así no tendrá que pagar a un chef ajeno a su familia, a quien antepone a todo, hasta a sí mismo.

-¿Raticidio?- pregunto, rascándome un ojo por dentro de mis gafas de pasta negras.

-¡Claro! Un homicidio... ¡De ratas!- empieza a carcajearse como un asno en plena berrea y, hasta a mí, que voy borracha y mareada, me da vergüenza ajena.

-Debería irme- anuncia el chef, cogiendo su americana azul marino.

-Oh, vamos, aguafiestas, quédate con la señorita un rato más, que nos cuente más historias emocionantes- carcajea el ebrio dueño del restaurante más prestigioso de la ciudad, limpiándose las lágrimas de risa que cubren sus patas de gallo-. ¿Algún otro asesinato?

Niego con la cabeza, aunque podría comentarle también la paloma asquerosa que había en el metro de Londres aquella vez que viajé con mi mejor amiga cuando acabamos la carrera para encontrar al chico que había conocido el verano anterior, que no maté yo directamente, pero que observé cómo perdía la cabeza cuando se posó sobre el raíl en el momento en el que el metro pasaba.

-He tenido suficiente por hoy- aclara el alemán, levantándose, esquivo.

Le observo mientras se aleja de nosotros. Me fijo en sus piernas delgadas y a la vez firmes, en su espalda de dimensiones considerables, en su nuca pálida y libre de la cabellera rubia que cubre su cabeza peinada hacia los lados, con la raya a un lado, totalmente estudiada.

También, para mi vergüenza, me fijo en su culo. Se mueve de un lado para otro con movimientos delicados y muy suaves a mis ojos, aunque rápidamente aparto mi vista de allí, como si alguien me hubiera pegado un bofetón mental.

-¡Si quieres puedo contar yo otro raticidio!- grita el dueño del restaurante, intentando que el chico se quede mediante un basto intento de persuasión.

Mis carcajadas se quedan en nada cuando la puerta se abre para él salir del restaurante.

-¡Espera!- grito, poniéndome en pie y corriendo tras de él de puntillas mientras la risa contagiosa del señor De Oleza aumenta decibelios.

Cuando alcanzo al jefe de cocina, me falta aire para respirar.

-Nunca más voy a correr- digo, pero él me ignora.

Voy dando tumbos hasta donde se encuentra, respirando con dificultad, con los ojos en blanco.

-Eres un gran hijo de puta, pero te lo perdono por ser tú- mi voz va haciendo altibajos, lo que me recuerda que voy borracha y sin filtro.

-Señorita...

-O sea, que no. No. No perdono a los hijos de puta- intento enmendar mi cagada.

Él alza las cejas y me observa como si fuera imbécil, recordándome lo ridícula que soy y obviamente parezco en estos momentos.

Me sobraba la última copa. Y la penúltima. Y el segundo Gin Tonic. Y tal vez el primero.

-Tengo que irme- repite, señalando algo a su espalda, aunque no hay nada.

El restaurante está en una calle estrecha transitada por algunos coches que conocen atajos, enfrente de unos edificios bien conservados de un barrio rico del Casco Antiguo de Palma de Mallorca. Hay poca gente que se pasea por la calle, y un gato grisáceo muy pequeño que yace en el pequeño escalón que hay en la entrada del edificio de enfrente, que es lo que su dedo señala más directamente.

-Me debes una cena- hago un gallo y cierro los ojos.

Me arden las mejillas.

-Ya lo sé, pero ahora me voy. No tengo que soportar más la tortura- gruñe, enfadado, haciéndome abrir un ojo instintivamente.

Los suyos son azules, del color del zafiro, con unas pestañas espesas y rubias, como sus cejas bien formadas que enmarcan su hermoso rostro. Es muy guapo, demasiado para quien ha estado bebiendo durante toda la tarde.

-Dame un beso y me iré feliz.

Yo misma me doy cuenta de lo imbécil que soy en este momento. Ridícula e imbécil. Quiero morirme.

-No la voy a besar, señorita Sastre.

Su voz parece demasiado tensa para la idiotez que acabo de soltar, pero la verdad es que parece que a mi cerebro afectado por el alcohol no le importa una mierda.

-Amargado. Eres un amargado- le digo, cruzándome de brazos.

La poca gente que pasa por la calle me mira como la lunática que parezco, mareada hasta la médula, evidentemente demasiado bebida para estar en la calle. Es vergonzoso, horrible. Me voy a arrepentir.

-Hasta pronto- dice, zarandeándome para que entre en razón, con las manos sobre mis hombros.

«Dios mío de mi vida, me está tocando».

-Hasta nunca.

Me giro, me tambaleo sobre mis propios pies y me caigo, pero nadie me recoge del suelo.

El maldito jefe de cocina que puso una tirita en mi plato me ha abandonado como si fuera un perro sarnoso con problemas de personalidad.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now