★ 22

30.2K 2K 62
                                    

Después de un largo día de trabajo insaciable, llegan los últimos candidatos a animador.

Llego a contratar tres que me parecen adecuados para el puesto, más por estar harta de ver gente que por haberles admirado.

Me froto los ojos cuando se va el último, reclinada sobre la cómoda silla acolchada.

Bostezo un par de veces, disfrutando del placer de estar sola después de un largo día que nunca llega a su fin. Y todo por vaga y para dejar para hoy lo que podía haber hecho ayer. Pero no, tuve que hacerle un tour por mi casa al novio de mi hermana y hacer la comida. El problema llegó cuando se me quemó la ensalada.

Nadie quiso comer de lo que yo había preparado con tanto amor, por lo que mi madre hizo algo improvisado que le quedó de muerte.

Recuerdo los dos litros de Coca-Cola que metí en mi organismo en menos de media hora, y las horas de sueño que me quitó.

Ahora desearía estar en mi cama haciendo una merecida siesta de las siete de la tarde a las doce, parar para cenar un poco de jamón serrano y queso manchego y volver a dormir.

Cuando me doy cuenta, ya me he descalzado y he puesto los pies sobre la mesa, aireándolos.

Bostezo una vez más y estiro lo máximo que puedo los brazos, haciéndome crujir la columna vertebral.

Qué bien se siente una.

Me relamo los labios y cierro los ojos, preparada para dormirme.

–¿Aún concede entrevistas?– pregunta una voz conocida abriendo la puerta de golpe.

Abro un ojo y le miro por encima de mis gafas.

–¿Y tú qué coño quieres?– suelto, cabreada.

–Trabajar en tu hotel.

–Fuera de mi vista– digo, señalando la puerta con el mentón, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas sobre el escritorio.

La cara del hombre es un poema.

Ya sé que no es postura para trabajar, pero me da absolutamente igual su opinión.

–Pero... La chef me dijo que si quería trabajar como cocinero temporal debía pedirle permiso.

Me levanto de golpe, dejando caer mis gafas al suelo, caminando a paso ligero hacia él, pegando patadas al pobre parquet con mis pies solamente cubierto por unas finas medias negras.

–Ni de coña– digo, haciendo una pausa entre sílaba y sílaba.

–El Simply Soft solamente está abierto por la noche. Me apetecería probar algo nuevo, así, por la mañana– suelta, arrogante.

–No necesitamos personal.

–Acabo de ser nombrado el mejor chef de la comunidad.

–Y yo como la más cabreada del universo. Así que véte de mi despacho. Ahora.

–Pero...

Le pego un empujón a la altura del pecho. Tiene los pectorales marcados, por lo que el tacto me provoca un escalofrío.

–Oh, vamos, María, no seas gilipollas – me digo a mí misma, desencajando la mandíbula.

–¿Magría?– pregunta él, rascándose la cabeza y frunciendo el ceño.

No se ha movido ni un milímetro con mi empujón, por lo que lo vuelvo a intentar en vano.

–María.

–¿Magría?

Ésto es impresionante.

–María. M-a-r-í-a.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now