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–Vivo aquí– vacilo, levantándome.

Andrés me mira con incredulidad, con un Apfelstrudel entre sus manos, parado en la puerta que lleva de la cocina al comedor, de bastante antigüedad.

–Pensaba que estaríamos tu padre y yo solos– susurra, algo nervioso, dándose la vuelta.

–Las mujeres siempre van un paso por delante, chico. Quieras o no, siempre van a estar allí cuando tú menos te lo esperes– chilla mi padre, haciendo que vuelva el castaño, esta vez sin comida que pueda devorar.

–¿Tú no trabajas?– le pregunto, ladeando la cabeza, viendo cómo se sienta a mi lado, con un pañuelo rojo en el pelo a modo de turbante.

–Claro que lo hago– dice, ofendido, separando las piernas y dejando caer sus manos entre ellas, con la mirada en un punto fijo.

Hago una mueca, nada segura de su inmediata respuesta, a la vez que oigo la respiración entrecortada de mi progenitor.

–El Barça ha ganado– ríe, volviendo a coger su inseparable periódico, a sabiendas de que no le vamos a hacer caso.

Me vuelvo a tumbar en el sofá, esta vez colocando mis piernas sobre las de Andrés, que se sorprende y se echa para atrás.

–No te importa, ¿no?– gruño, cerrando los ojos, esperando los insultos de mi padre hacia la clasificación de la Liga, como siempre hace.

Andrés no contesta, solamente deja que me acomode sobre él, obviamente agitado, mirándome las extremidades posteriores como si fueran un objeto no identificado, con profunda admiración.

–Soy notario– masculla Andrés, haciéndome sentar de golpe, quitando las piernas de encima suyo, sorprendida.

–¿En serio?– digo, abriendo mucho los ojos y colocándome las gafas correctamente.

«¿Por qué siempre llevo los cristales tan sucios si no meto los dedos en ellos? Maldito universo y su lógica inútil».

–Lo soy como mi padre lo fue. Él en Madrid y yo en Düsseldorf.

–Ella cuando era muy pequeña quería ser notaria– se mete mi padre, a la vez que gira un par de hojas de su noticiario.

–¿De verdad?– ríe Andrés, recostándose y observándome con vivacidad. Estoy segura de que esos ojos azules pueden revivir a un muerto con sólo mirarlo.

–Cuando me di cuenta de que las Barbies no tenían una notaría, me propuse pedirme para los Reyes Magos un hotel rosa para ellas. Y allí nació mi vocación– informo, intentando mantenerme seria todo el tiempo que hablo–. Me encantan las Barbies.

Qué ridícula soy. Ya sé por qué avergüenzo a Hugo, ya sé por qué lo hago.

Debería hacerlo, sí. Debería madurar y dejar de ser una adolescente estancada en el cuerpo de una mujer a la que le fascinan las Barbies y se gastó trescientos euros en una de colección.

–Yo le robaba documentos a mi padre y los garabateada como si fuera yo el notario. Y lo sigo haciendo, es muy divertido– ríe, melancólico, con la mirada perdida en algún punto del salón, como si fuera algo normal y natural.

Después de escucharle, tampoco me siento tan inmadura. Él es peor.

«Por eso no pega con Doña "No he tenido adolescencia"».

–Te ríes como si tú no lo hubieras hecho– murmura mi padre, mordiendo una pata de las gafas progresivas que ya se ha quitado, observándonos a los dos.

–Lo tuyo no eran contratos– contraataco, alzando una ceja, haciendo que ponga los ojos en blanco.

–Trae la comida, necesito azúcar, no puedo lidiar con esta hija mía sin calorías extras– gruñe, como si yo no estuviese presente, señalando con las gafas a su yerno.

El chico se levanta, haciéndome elevar mi cabeza para observarle, y sale de la sala, obediente, a por la tarta de origen austríaco que ha cocinado.

–¿Qué se supone que estás haciendo?– reprende mi padre, cuando se asegura de que Andrés no está presente.

–¿Qué?– suelto, torciendo la cabeza, mirando confusa a mi progenitor.

Él deja su periódico a parte y me mira, apoyando los antebrazos en sus muslos, aportando una postura de reprimenda hacia mi persona.

–Ese chico es el novio de tu hermana, quieras o no. No entiendo lo que tenéis entre manos vosotros dos, estáis demasiado pegados siempre, hablando entre risas, olvidando a la gente que tenéis a vuestro alrededor.

Bajo la cabeza, totalmente avergonzada.

Mi padre es de esas personas que te hacen sentir mal cuando quieren y como quieren, de esas que saben ejercer el control sobre ti y sobre todo lo que te rodea.

Siempre consigue hacerme sentir inútil, por mucho que intente ignorarlo.

–Traigo un plato para...– empieza Andrés, volviendo a entrar en el salón.

Lástima que es interrumpido por la voz más estridente que he oído en mi vida.

–¡Mira quién ha venido a verte!– grita mi hermana por el recibidor.

¿Cómo ha entrado por la barrera si siempre está cerrada y ella no tiene llaves?

El Chef (2015)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora