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Cuando me despierto, un delicioso aroma a suavizante y a perfume de hombre se adentra en mis fosas nasales, haciéndome cerrar los ojos otra vez.

Estiro más el edredón gris hacia mí, tapándome hasta debajo de la nariz, sonriendo como una niña pequeña.

La habitación en la que me encuentro es espaciosa y blanca en su totalidad, de suelos de madera oscura y muebles teñidos del color de la luz.

Hay dos inmensas ventanas a ambos lados de la cama, grande y espaciosa, que ocupan de arriba abajo la pared que las aguanta, aunque están ocultas bajo unas cortinas muy gruesas y grisáceas.

Hay una lámpara de araña justo encima de mí, que debe dar una iluminación excéntrica y a la vez elegante en aquella monótona habitación.

También hay un espejo justo enfrente de la cama, en el que me veo reflejada por su gran tamaño, de bordes plateados, que terminan chocando contra la doble puerta blanca y de pomos del color de la plata que hay a su izquierda.

Un gruñido y un movimiento brusco me hacen girar la cabeza de golpe, encontrándome con un cuerpo escondido bajo las gruesas sábanas.

Bajo un poco el edredón, para que su pelo rubio despeinado quede al descubierto, pudiendo acariciarlo como no me había dejado hacerlo anteriormente.

Hugo está girado hacia el otro lado de la cama, dándome la espalda desnuda y musculada, durmiendo la mona.

Enredo mis dedos en su cabello y luego los bajo, apartándolos todos menos el índice, con el que le trazo una línea desde la nuca hasta el punto culminante de la espalda, siguiendo el orden que la columna vertebral le forma.

Me giro hacia el otro lado después de depositar un beso en uno de sus hombros y descubro mi sujetador color rosa pálido en el suelo, arrugado y maltratado.

Lo intento alcanzar desde mi posición, pero, cuando mi dedo lo roza, caigo al suelo haciendo un estruendo más acorde a mi persona que al entorno que nos envuelve.

Asustado, Hugo se sienta sobre la cama de golpe con los ojos muy abiertos, mirando a todos lados. Cuando me visualiza hecha una bola pareciendo retrasada removiéndome en el suelo por el golpe en la cara que me he llevado, se tira para atrás, suspirando.

–Buenos días– dice, llevándose las manos a la cara y frotándosela.

–Hum...–gruño, todavía aplastada contra la madera oscura, con la cara pegada al suelo y el brazo estirado cogiendo el sujetador del demonio.

Lo estiro bruscamente hacia mí y lo coloco para atármelo posteriormente.

Gateo un poco hasta llegar a mis bragas blancas y rosas mal combinadas y me siento en el suelo, pasandómelas por mis piernas extremadamente blancas y recién depiladas con la dolorosa cera que la inexperta de Rebeca me aplicó.

–¿Qué haces?– dice, arrastrándose hasta el borde de la cama y quedándose tumbado boca abajo con las manos apoyadas en su cabeza, observándome con atención.

–Vestirme– suelto, levantándome y acabándomelas de pasar.

Sonrío cuando lo hago, teniendo una vista borrosa de su perfectamente formado trasero y de su espalda ruda y sexy.

–¿No te piensas duchar?– pronuncia con un cierto tono de burla en su voz áspera matutina.

–En mi casa, sí... ¿Dónde está mi ropa?– pregunto, dando vueltas sobre mí misma sin lograr visualizarla.

Hugo se levanta dejándome ver todo su esplendor. Trago saliva.

–En el salón, supongo.

Empieza a andar en dirección a la puerta, dándome la espalda y provocando en mí una reacción antiprofesional.

El Chef (2015)Where stories live. Discover now