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Llego a mi casa hecha un asco, aún con el pensamiento de una tirita de dudosa procedencia en mi boca por intentar comer carne.

«Deberías haber seguido siendo vegetariana, merluza».

Mi padre deja las llaves del coche encima de la mesa de la cocina y abre la nevera.

–¿Cuánto os costaba coger un taxi?– dice, frotándose un ojo con la mano y sosteniendo una botella de agua con la otra.

–Veinte euros– informo, bostezando.

Mi madre irrumpe en la cocina con su borrachera incalculable y ríe como si estuviera loca.

–¿Qué son veinte euros más o veinte euros menos?

–Los trescientos completos.

–No sé por qué vais a esos restaurantes que dejan pelados hasta al rey.

–Se suponía que Jorge me iba a pedir matrimonio.

–Y también se suponía que a los veinte te ibas a ir de esta casa. Sigo esperando.

–Tengo veintitrés años, tampoco se me ha pasado el cupo.

–Solo por tres años. No, espera, ¿ya son las doce?– Entorna los ojos hacia el reloj digital que tiene incorporado el horno, antes de asentir con la cabeza y corregirse:– Solo por cuatro años.

Pongo los ojos en blanco y bajo de mis stilettos, tocando con mis pies descalzos el suelo congelado de la cocina de mi maravillosa y gran casa.

–No te pienso mantener más.

–Hace un par de años que no lo haces.

–Me refiero a que te vayas de esta casa de una puñetera vez. Me tienes hasta la punta de los pelos de la nariz.

–Qué asco.

–Vete a dormir.

Bufo y empujo a la loca de mi madre con el hombro, mientras ella intenta besar a mi padre, que me sigue observando como si fuera una decepción.

–Mira a tu hermana– suelta, sabiendo lo que me jode que me lo eche en cara.

–Y eso que yo soy la guapa– río, intentando quitarle hierro al asunto.

–Ella es más inteligente que tú.

–Y con unas orugas sobre los ojos que parecen sacadas de una película.

Me río ante la imagen de mi hermana con orugas por cejas. Sí, serían más delgadas que las suyas.

–¡No te metas con tu hermana, que tiene dos carreras y tú sólo una!

–¡Sí! ¡Tengo una carrera! Y soy directora de un hotel por mis propios méritos– digo, desapareciendo por el vestíbulo para subir las escaleras.

–¡Y ella cum laude las dos!

–¡Y está operando intestinos de pájaros!

Mi hermana, al ser la pequeña, es la favorita. Siempre me restregaron por la cara que ella era trabajadora, sabiendo que yo prefería matar moscas que ponerme a estudiar. Se sacó el bachiller con sobresaliente y su doble grado con un merecido 10. Yo me conformé con lo que me tocó. ¿Para qué quería más si me iba a servir para lo mismo?

Y ahora, bueno, me arrepiento de haber nacido antes. Solo sirve para poner el canal que tú quieres durante cinco minutos, pues ella se pondrá a llorar y tendrás que ponerle sus series de mierda si no quieres recibir un chancletazo proveniente de tu querida madre.

Subo las escaleras hasta mi querida habitación y veo que la ventana está abierta, animando a los malditos mosquitos que entren en mi cuarto como si fuera el suyo.

Hago un gesto de indiferencia con la mano y me lanzo sobre la cama.
Estoy en ese momento del día en que me pongo a pensar sobre lo que he hecho y sobre lo que debería haber hecho.

–Maldito alemán. Es que el jodido estaba bueno– grito, intentando amenizar el ruido con la almohada.

De tumbada, me quito el vestido, dejándolo arrugadísimo y tirándolo al suelo.

Me acurruco en mi cama y apago la luz con el pie.

Mis ojos se van cerrando lentamente, a la vez que intento respirar por la boca sin hacer ruido. Me gusta el silencio. No puedo dormir si no hay silencio, incluso si lo rompo yo. Me vuelve loca el ruido.

–Odio a los alemanes– declaro con una mano en el corazón, a sabiendas de que todavía no me voy a dormir.

–¿Te puedes callar?– dice mi padre, abriendo de golpe la puerta.

–¡Me cago en tu estampa!– chillo, levantándome de golpe.

–Ahora me vas a decir qué haces pintada como una puerta y medio desnuda en tu cama murmurando que odias a los alemanes.

–Me da pereza levantarme a por el pijama, por consecuencia también me da pereza ir a lavarme la cara. Y, bueno, casi me he comido una tirita por culpa de un chef de pacotilla, así que estoy en mi derecho.

–Te recuerdo que cuando eras pequeña sólo querías aprender alemán para casarte con uno.

–¿Pequeña?– me incorporo, entre abriendo los ojos.– ¡Tenía quince!

–Eso es pequeña.

–Con quince seguro que te creías el amo del mundo.

–Con quince ayudaba a mi padre en el taller. Algo que tú no has hecho en tu vida.

–Porque no tienes taller.

La boca de mi padre está tan fruncida que temo por mi seguridad.

–Cállate, mequetrefe.

–¿Mequetrefe? ¿En serio, papi?

Él pone los ojos en blanco, ladeando la cabeza de cabellos grisáceos, y suspira, pidiendo paciencia a Dios en su mente, como siempre hace en voz alta.

–No soy tan malhablado como tú o tu madre.

–¡Yo no soy malhablada!

–Te estabas cagando en un alemán.

La imagen de sus ojazos azules se impone en mi mente.

Oh, esta noche va a ser larga. Tan larga, que me voy a olvidar de Jorge de una vez por todas.

El Chef (2015)जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें