XXXVI. Calidez

840 83 40
                                    

Estacionó el carro y bajamos. Caminamos hasta la entrada que yo ya conocía y toqué.

—Meredith, Cristina. Qué bueno que llegaron.

—Hola, Richard —saluda Cristina y entra a la casa.

—Richard —sonrío y él me abraza, correspondo.

—¿Cómo estás? —pregunta después de abrazarme, pero deja una mano sobre mi hombro.

—Bien. Un poco de migraña, pero todo bien.

—No eres la única —ríe— Anda, vamos.

Caminamos hasta el comedor, caminaba a la par de Richard mientras Cristina platicaba con Catherine, al parecer tenían varias cosas en común.

Pensé que haría mas frio, pero no, el clima era ligeramente más cálido que de costumbre, considerando las fechas.

Por la ventana se veía el jardín en todo su esplendor; estaba iluminado por la luz de la mañana, las plantas eran de un verde intenso y los llamativos colores de las flores resaltaban sobre lo demás

Cuando llegamos al comedor todos estaban ahí; Alex, Callie, Amelia, Maggie, Winston, Jo, Owen, Teddy, Miranda, Ben...

—Hola, Meredith —río en mi oído, la podía sentir a mis espaldas.

—Pensé que no habías venido —volteé a verla.

—Bueno, aquí estoy —me toma del hombro y se inclina para depositar un beso en mi mejilla.

Sus labios sobre mi rostro hacen que sonría por lo bajo. El momento parece pasar en cámara lenta, desde que se inclina y los segundos que se queda ahí.

—Me gusta tu perfume —menciona mientras se aleja y me sonríe.

—Llegaste —me saluda Alex—. Hola.

—Hola, Karev.

—No quisiera interrumpir —se acerca Catherine— pero el desayuno está listo.

—Gracias.

Todos pasamos a sentarnos a la mesa que estaba en el centro de la habitación, tomé asiento con Cristina a mi izquierda y segundos más tarde se sentó Amelia a una silla de mí, a la derecha. Luego vi a la pelirroja sentarse en el lugar vacío.

Conversamos mientras comíamos, mayormente todos queríamos escuchar a Cristina y su vida en Suiza.

Cuando retiraron el plato de fruta y sirvieron lo demás me retiré el abrigo y lo puse en el respaldo de la silla.

Después de un rato la plática se desvió de tema y terminamos hablando de otra cosa.

—Oye —habla Cristina por lo bajo.

—¿Qué pasó? —respondí después de beber jugo de naranja.

—¿Cuándo llegan tus hijos?

—Al rato, por la tarde. Sirve que los conoces.

Asintió y la plática siguió.

—Entonces ¿Cuánto tiempo llevan casados? —pregunta Cristina.

—Algunos años, nos casamos un tiempo después de que te mudaste —respondió Richard.

—Hacen una pareja poderosa.

Todos reímos y le damos la razón. A pesar de los altibajos y las peleas, siguen juntos. Lograron encontrar el equilibrio perfecto y superar todas las adversidades.

—¿Y tú, Addison? —pregunta Catherine— ¿Cómo vas con tu marido?

Me puse tensa al instante y sentía que todos eran capaces de percibirlo.

—Ammm...

Suspiré, fue más perceptible de lo que me hubiera gustado.

Una calidez cubrió mi pierna derecha; su mano.

Su delicado tacto se posó sobre mi muslo y subió un poco.

Me puse nerviosa y podía apostar que mis mejillas lo delataban. Pero al parecer nadie lo notó.

—De hecho, estoy en proceso de divorcio —respondió mientras acariciaba suavemente mi pierna.

—Oh, lo lamento mucho.

—No te preocupes. Mi corazón ya no le pertenece a él —sentenció mientras apretaba mi muslo.

La piel se me erizó y rogaba que nadie captara mi nerviosismo; su mano sobre mí por debajo del mantel, y aquellas palabras que había dicho:

Ya no le pertenece a él.

Las palabras retumbaban en mi cabeza y sonreí casi imperceptiblemente.

[...]

—¿A dónde vas? No tardan en llegar.

—¿Crees que vine con las manos vacías? Por supuesto que no Mer —respondió Cristina desde el piso de arriba.

—Los vas a mimar —respondí mientras me sentaba en el sillón.

—Ese es el objetivo —bajo las escaleras con tres bolsas— por algo soy su tía.

—Bien, tú ganas —sentí como se sentó a lado mío— Por cierto ¿Qué tanto hablabas con Alex?

—¿Yo?

—No, la otra Cristina —bromeé—. Por supuesto que tú.

—Nada importante, me estaba contando algunas cosas del hospital.

Se escucharon unos golpes en la puerta.

—Anda, abre la puerta —sugirió.

Me puse de pie y caminé hacia la puerta. Volteé a ver a Cristina una última vez y abrí.

—¡Mamá! —sonreí al instante. Mis hijos eran la luz de mis ojos.

Me hinqué sobre el piso y los abracé a los tres al mismo tiempo. Sentirlos aquí, conmigo, era gratificante.

—¿Recuerdan a su tía Cristina? —pregunté aún en el suelo.

—¿Con la que salgo en la foto que esta en tu dormitorio? —preguntó la mayor de mis hijos.

—Exactamente —sonreí.

—¿Acaso no les has hablado de mí? —preguntó fingiendo molestia y todos volteamos a verla.

—Ella es Cristina —informé—, mi persona —dije lo último mas para mí que para ellos.

—Hola —saludo Ellis.

—Hola, Ellis—respondió— un placer.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Tú mamá habla mucho de ustedes.

—Soy Bailey —se presentó mi hijo.

—Yo Zola —se acercó.

—Por supuesto, yo te cuidaba antes —rio.

—¿Por qué no lo recuerdo? —preguntó.

—Eras un bebé —respondió— es normal que no lo recuerdes.

A pesar de no haber tenido hijos nunca, quería mucho a mis hijos. Se dio el tiempo de buscar el regalo perfecto para cada uno. Y no se equivocó, fue lo ideal para cada uno de ellos.

Tener a mi persona y a mis hijos, juntos por una tarde, fue de las mejores cosas que he experimentado, era dichosa casi en su totalidad.


The lastWhere stories live. Discover now