XLV. Memorias

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Dos días más habían pasado. Y poco a poco se terminaba nuestro tiempo en la ciudad. Teníamos que partir a Seattle mañana.

Casi no íbamos al hospital, fuimos una vez a revisar el estado de la paciente y desde ahí todo fue por vía telefónica. Era nuestra paciente, pero por su estado tuvo que quedarse aquí.

La tina de mi habitación me comenzaba a parecer un gran pasatiempo. Una copa de vino, música tenue y yo sola con mis pensamientos. Lo único audible era mi respiración y el agua moverse cada vez que yo lo hacía. Me agradaba.

Era tranquilo, cosa que escasamente conocía.

A veces casi podía apostar que escuchaba la voz de mi subconsciente gritando todo lo que pasaba por mi mente.

Y entre tantos pensamientos cruzándose por mi cabeza se terminó el vino. Volteé hacía la pequeña mesa que estaba a lado y nada; la botella estaba vacía. No sabía cuánto tiempo había pasado dentro de esa bañera, pero la botella vacía y las yemas de mis dedos arrugadas por la humedad me decían que probablemente había pasado más de una hora. Pero no tenía la menor intención de salir, así que llame a la recepción y ordene otra botella.

Addison me había pegado su gusto por el vino.

Pero no más de lo que me gustaba el tequila, jamás.

Recosté mi cabeza en el borde y cerré los ojos unos minutos, hasta que oí unos golpes en la puerta; mi vino.

Tomé el borde de la bañera y me impulsé para ponerme de pie. El agua escurrió rápidamente por mi cuerpo hasta llegar al fondo. Salí aun goteando y me coloqué la bata de baño. Arrojé mi cabello evidentemente mojado hacía atrás, me coloqué mis sandalias y abrí la puerta del baño para poder llegar a la puerta de la habitación. Abrí distraída, pues quería regresar a la tina lo más pronto posible.

Pero lo que estaba del otro lado de la puerta no era la botella que tanto esperaba; era aquella mujer de ojos oceánicos que deambulaba en mi mente constantemente.

Addison.

Preciosa y perfectamente arreglada.

Y yo, bueno. Yo estaba con el cabello sumamente mojado, bata de baño y sin una gota de maquillaje.

Antes de poder decir algo ella entró a la habitación hablando por teléfono. Ni siquiera me volteó a ver, directamente se fue al balcón a continuar con su llamada.

Me quedé parada a lado de la puerta, confundida.

—Doctora Grey —me llamó una voz masculina y volteé— La botella de vino que ordenó.

—Gracias —tomé la botella e iba a cerrar la puerta, pero me extendió una copa— Ya tengo una, pero te lo agradezco.

—Es para la doctora —señaló a Addison con la mirada, pero ella estaba de espaldas y continuaba en su llamada—. Todas las habitaciones tienen batas extra; dentro del ropero, hasta arriba.

Creo que se percató que estaba siendo un poco inoportuno.

—Con permiso —se retiró rápidamente y cerré la puerta detrás de él.

—Okay... —susurré apenas audible para mí.

—Si, bueno... —escuché su voz cuando recorrió el cristal que nos separaba y entró nuevamente a la habitación, todo el tiempo con la mirada en uno de los cuadros que había como decoración— Está perfecto, gracias —bajó la mirada hasta su teléfono para colgar y cuando finalmente me vio no dijo nada, pero sus mejillas comenzaron a ponerse rojas.

No pude hacer más que reírme y poner la botella con la copa sobre el buró.

—Lo lamento —caminó hasta mí y se sentó en el borde de la cama— ¿Te interrumpí?

—Algo así —reí— Nada importante.

—Lo siento —rio también.

—No te preocupes ¿A que venias?

—Cierto —reaccionó— ¿Tienes algo que hacer hoy?

—He pasado la última hora y no sé cuantos minutos dentro de la bañera tomando vino. Aparte de eso, no.

—Suena un buen plan —admitió.

—¿Qué tienes en mente?

—Quiero que veas algo antes de dejar la ciudad.

Sonreí por lo bajo y asentí.

Me puse de pie y tomé un pantalón beige junto con una blusa de cuello alto negra. Me metí al baño para comenzar a arreglarme. Una media hora después estuve lista y cuando salimos del hotel me puse el abrigo negro que había traído conmigo. Volteé a verla, con su abrigo negro ceñido a la cintura, su cabello rojizo y una boina francesa que le aportaba algo distinto a su atuendo.

Tomó mi cintura y caminamos juntas hasta el auto.

De camino solo escuchamos música, nosotras nos mantuvimos en completo silencio, pero ciertamente no era incómodo, era un silencio acogedor.

El día estaba un poco nublado, pero a mí me resultaba bastante agradable.

El aire que entraba por la ventana golpeaba mi rostro y despeinaba mi cabello, por más que trataba de ponerlo detrás de mis orejas era inútil, se volvía a alborotar.

De pronto escuche una carcajada.

Cuando volví la vista hacía ella creo que la vi reír en cámara lenta; cada momento de esa risa se atesoro en mi mente. Porque se veía feliz y uno no tiene ese nivel de felicidad todos los días. Así que lo grabe en mi memoria para repetirlo en los ratos oscuros.


The lastWhere stories live. Discover now