XXXVIII. Delicadamente

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Salimos del quirófano agotadas. La espalda me dolía bastante y Cristina se quejaba mucho de su cuello. En el área de lavado nos comenzamos a quitar el cubrebocas y la bata, los pusimos en el bote de basura y se me quedó viendo.

—¿Qué pasa?

Me tomó del brazo y me jalo para abrazarme.

—Lo hiciste genial, Mer —susurró en mi hombro.

—Salvaste su vida —la abracé con fuerza—estoy muy orgullosa de la gran cirujana en la que te convertiste.

Nos separamos y sonreímos.

—Anda, vamos —sugirió Cristina.

Cuando salimos al pasillo del hospital estaban las personas que anteriormente estaban en la galería, aplaudiendo.

Nos felicitaron por el éxito de la cirugía, trabajar juntas había sido lo ideal y sencillamente lo había disfrutado mucho.

Después de eso caminamos hasta la sala de titulares y nos sentamos algunos minutos.

—Tengo sed —se quejó— ¿Quieres algo? Voy por un té.

—¿Me puedes traer uno, por favor? —respondí con los ojos cerrados.

—Seguro, regreso en un rato —oí como camino hacia la puerta y cerró a mis espaldas.

Me recargué en el respaldo del sillón aún con los ojos cerrados y me permití relajarme algunos minutos.

Oí que la puerta se abrió, pero no tenía ganas de abrir los ojos, seguramente había olvidado su cartera.

Los pasos cautelosos se acercaron por mi espalda y unas manos delicadas se posaron sobre mis hombros, se quedaron quietas unos segundos para después comenzar a masajear la zona.

—Escuché que terminaste con dolor de espalada —susurró en mi oído y mechones de su cabello tocaron mi cuello desnudo, ocasionándome un escalofrío.

—Addison... —abrí los ojos y la vi; sonrío cuando la miré— no te molestes.

—Insisto, Meredith —bajó la vista— anda, cierra los ojos.

Obedecí.

Sus manos se movían con precisión sobre mis hombros y cuello, sabía exactamente que puntos tocar para liberarme de la tensión.

—¿Así está bien? —pregunta.

—Si... está perfecto. Gracias.

—Mhjm...

Cada que movía las manos mas me relajaba, Addison tenía la facilidad de hacerme sentir a salvo.

Sus manos se deslizaban por mi cuello, ocasionándome un pequeño escalofrío; estaba tocando una de mis zonas heterogéneas.

El tacto directo de su piel con la mía me ponía los pelos de punta, más si sus manos estaban en mi cuello. Su tacto era delicado, pero firme.

—Te ves particularmente bien cuando estas relajada—susurro después de unos minutos y me soltó.

—Casi nunca entonces —reí y me giré para verla.

Sonrió y bajó la cabeza mientras rodeaba el sillón.

—Siempre te ves bien, Meredith... —afirmó mientras se sentaba a lado mío y recargaba su brazo en el respaldo para verme de frente.

Me giré para verla; ahora estábamos frente a frente. Su cabellera rojiza estaba recogida en un chongo, llevaba poco maquillaje; un poco de rímel tal vez, y labial coral. Unos aros pequeños y elegantes en sus orejas.

Bajé la vista hasta sus manos; no había anillo.

Se acabó. Era definitivo.

La tomé cuidadosamente y acaricié delicadamente su mano. Ambas contemplábamos aquel acto en completo silencio. Cuando recorrí su dedo sin anillo ella suspiró y entrelazó nuestras manos.

—¿Por qué no vas a descansar? Ya es tarde —sugirió aún con las manos entrelazadas.

—Solo estoy esperando a Cristina —respondí con la vista fija en nuestras manos— fue por unos tés.

—¡Oye Mer! —abrieron la puerta— no había té chai, te traje de manzanilla.

Me separé rápidamente de Addison y me puse de pie.

Cristina alzó la vista de su teléfono por el movimiento brusco y puso una cara de confusión al verme. Luego recorrió la habitación con la mirada, encontrándose a Addison.

—Hola —saludo mientras me entregaba el té.

—Hola Yang —respondió Addison y se puso de pie—Bueno, yo las dejo. Vayan a descansar, fue una larga operación.

—Ni quién lo dude —respondió Cristina.

—Te veo luego, Grey —palpó mi hombro y camino hasta la puerta— hasta mañana, Yang.

—Hasta mañana.

Cristina bebió de su té mientras veía como Addison se marchaba.

—¿Nos vamos? Me urge acostarme.

—Seguro —reaccioné— Vamos —tome mi bolso y ella tomo el suyo.

Caminamos hasta la salida y el frío aire nos pego de golpe, así que me puse mi abrigo y caminamos rápidamente hasta el coche. Subí al asiento del piloto y ella a mi lado.

Encendí el carro y comencé a manejar. Cristina puso música por algunos minutos, hasta que bajó el volumen y habló.

—Oye.

—Dime —respondí con la vista fija en la carretera.

—¿Mañana a qué hora entras?

—Mi primera cirugía es a las doce ¿Por qué? —la vi rápidamente y regresé la atención al frente.

—¿Quieres ir a desayunar? Necesitamos tiempo para las dos. No ha dado mucho tiempo de platicar.

—Seguro, me encantaría.

Habiendo acordado eso, seguí manejando entre música a la casa. Todo lo que quería hacer ahora mismo era ver a mis hijos y dormir.

The lastWhere stories live. Discover now