XLIV. Lo que me gusta de ti

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Existen múltiples maneras de describir como se siente por fin besar a esa persona. Pero la que creo que es mas acertada es la sensación de estar volando.

Porque te sientes liviano, sin preocupaciones y con una extraña felicidad. Al fin pasó, después de tanto tiempo. Sientes que se te quitó un peso de encima y que todo va a estar bien. Son muchas sensaciones para encasillarlas en unas cuantas palabras. Simplemente lo sientes y ya. Dudo que haya manera de ponerlo en palabras exactas.

Tal vez como un atardecer en la playa, escuchar tu canción favorita o leer un gran libro; es esa sensación en el pecho, indescriptible pero que te llena de una manera increíble.

Y se repite en tu cabeza, una y otra vez.

Hasta que terminas con una sonrisa cada que lo recuerdas.

—Doctora Grey...

Y posiblemente terminas absorta en aquel recuerdo, tanto que te aíslas de la realidad.

—Doctora...

—Dígame —subí la vista para ver a la doctora Gómez.

—Le preguntaba si me podría ayudar con una consulta. Sé que no vino a Nueva York por eso, pero usted es lo mejor en cirugía general y su paciente está estable. No sería mucho tiempo.

—Por supuesto —me puse de pie— la sigo.

La consulta fue relativamente rápida. Al parecer Addison había sido solicitada para un parto, así que no tenía nada que hacer, así que fui por un café y me senté a responder algunos mails que tenía pendientes.

Intercambié algunos mensajes con Amelia para saber cómo estaban los niños, fuimos breves, pues entraba a cirugía en unos de minutos.

Mandé a traer los post operatorios de la paciente para checar que todo estuviera en orden, revise los niveles de todo y parecía estar bien, al menos bien para una persona que acaba de pasar una cirugía así de larga.

De todas formas, pase a su habitación a ver como estaba todo, hasta el momento estaba estable y descansando.

Volvimos al hotel más tarde y así pasaron un par de días, íbamos al hospital a hacer seguimiento del caso, Addison entraba a algunos partos y yo ayudaba en las cirugías. Los internos y residentes estaban ansiosos de entrar a mi quirófano, me causaba cierta gracia.

Por la mañana bajamos del carro y caminamos por el hospital como comúnmente lo habíamos venido haciendo.

—Doctora Gómez. Buenos días. —saludó Addison.

—Doctora Montgomery. Doctora Grey. Que gusto verlas por acá.

—Bueno ¿hay algo en la que la podamos ayudar? —me uní a la conversación.

—Agradezco mucho todo el apoyo a pesar de que no vinieron por eso ni son empleadas del hospital. Pero deberían descansar, ya hicieron mucho por nosotros —agradeció.

—No es ninguna molestia.

—Insisto. Deberían disfrutar de la ciudad, juntas.

—Bueno, siendo así, nos retiramos —sonreí— cualquier cosa no dude en hablarnos.

—Agradezco sus atenciones doctoras —sonrió también— con permiso.

—Propio —respondió Addison.

La vimos marcharse y dimos la media vuelta para abandonar el edificio. Cuando llegamos al auto abrió la puerta del copiloto para que subiera y ella se clocó en el asiento del piloto.

—¿Y ahora?

—¿Quieres ir a recorrer la ciudad?

Me parece el plan perfecto.

Y así comenzó nuestros mini viaje alrededor de las calles de Nueva York. La ciudad era grande, llena de gente tan distinta e igual a la vez.

Creo que nunca me reí tanto en mi vida como lo hice dentro de ese carro. Tenía la facilidad de hacerme sentir bien. Tranquila y con una sensación de ligereza increíble.

Me gustaba pasar tiempo con ella. Me gustaba verla mientras conducía por las calles de la ciudad. O como de vez en cuando peinaba su cabello rojizo hacia atrás. Como me volteaba a ver cada que podía y pensaba que yo no me daba cuenta.

También cuando en un semáforo tomó mi pierna y me miró para esperar mi reacción.

Todo eso me gustaba.

Toda ella me gustaba.

Su mano se sintió cálida cuando la tomé después de que dejo de sostener su taza de café.

Era la segunda ronda que pedíamos, aún no nos podíamos ir, ya que estaba lloviendo y el carro estaba al otro lado de la calle. El estacionamiento estaba lleno, así que lo tuvimos que dejar ahí.

Pero siendo honestas, ninguna de las dos tenía ninguna prisa por irse.

—Me lo debías... —mencioné después de algunos minutos de silencio.

—¿De que hablas? —acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja.

—Prácticamente corriste a quien me quiso invitar un café. Por supuesto que me debías uno —traté de ocultar mi risa.

—¿Ashley Davis? —preguntó entre risas y asentí—. Bueno, estoy dispuesta a comprarte todo el café que quieras si vienes conmigo.

—¿Celosa? —bromeé.

—¿Yo? —fingió indignación—. Por supuesto. Eres Meredith Grey, talentosa, reconocida y hermosa. Por supuesto que estoy celosa.




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